Exceso de andadores

Exceso de andadores

escribe Fernando Santullo

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Nº 2199 - 10 al 16 de Noviembre de 2022

En su participación en el lanzamiento de la presente Feria Internacional del Libro, la poeta y escritora Ida Vitale usó la expresión que da título a esta columna: “exceso de andadores”. ¿A qué se refería con esta idea? La escritora, que cumplió 99 años el 2 de noviembre, estaba explicando cómo fue su inmersión en el mundo de la lectura. Una inmersión que se produjo en el mundo de libros para adultos, ya que la biblioteca a la que accedía en aquel entonces no era infantil ni mucho menos. Ida contó que, de esa forma, leyendo cosas que se suponían poco apropiadas para su edad, sin necesidad de andadores, fue cultivando el placer por la lectura, por la investigación y por el lenguaje, construyendo un espíritu amplio que terminó llevándola a su vocación de escritora.

Ese “vuelo en trapecio y sin red” que fue dicha experiencia la llevó incluso a obsesionarse con un tratado sobre el tétanos, que leyó de cabo a rabo. Una lectura tan específica y poco apropiada que tiempo más tarde causó sensación en un examen de ciencias naturales que contestó con un nivel que asombró (y hasta preocupó) a su maestro. Leer cosas “poco apropiadas” en la infancia, venía a decir nuestra mayor poeta, es la clave para avanzar, para construirse uno mismo en el mundo y en el lenguaje. Es necesario contrastarse con lo poco apropiado para construir un espíritu que sea rico y crítico a la vez. Y eventualmente, si uno decide ir por ese camino, encontrar una voz literaria propia y personal.

Ida entendía, eso dijo en su intervención, que la actual preocupación por proteger a los niños y jóvenes de las ideas que los adultos consideran malas para ellos termina siendo una suerte de “exceso de andadores”. Es decir, está bien arrimar algunos puntos de apoyo al niño para que este no se caiga. En su caso ese apoyo vino de una tía que, dentro de esa biblioteca adulta, le recomendaba los textos que consideraba mejores para ella. Pero siempre dentro de esa búsqueda “sin red” que la propia futura poeta iba tejiendo por su cuenta.

No es difícil conectar lo que contaba Ida Vitale sobre sus lecturas sin red, los andadores y su crítica al exceso de estos en el presente, con los “safe spaces” que vienen pululando en las universidades de medio mundo. O, en un sentido más amplio, con la idea de ser instantáneamente ofendido por unas ideas que no nos gustan. Unas ideas que, cada vez con mayor ligereza, son calificadas por esos padres políticos sobreprotectores como “discursos de odio” y que se intentan borrar, sin más argumento que la supuesta salud moral de los jóvenes. Una salud moral juvenil que, irónicamente, es definida por unos adultos (unos docentes, unas autoridades académicas, unos políticos) que fueron educados, ellos sí, en el necesario contraste de ideas. Unos adultos que, no hay por qué suponerles malas intenciones, en su intento de proteger terminan cancelando la diversidad que pregona su discurso. Diversidad, sí, pero solo la mía, parece ser la consigna implícita en esa cultura de la ofensa. Y también en su cara más feroz, la cultura de la cancelación.

Esa cultura de la cancelación es, en varios niveles, prima hermana de ese “exceso de andadores” que Ida Vitale detectaba en el universo de las lecturas. Pariente de esa guía paternalista extrema que anula la posibilidad del descubrimiento, del roce, es también una cultura que tiende a diluir la individualidad: si todos somos sometidos a los mismos estímulos dictados desde las instancias más evidentes del poder (aquellas que votan y aplican leyes, por ejemplo), es probable que terminemos pensando más o menos lo mismo. El costo social de no enfilar hacia donde se nos dice que va la mayoría es alto y muchos no están dispuestos a pagarlo. Por cierto, no deja de ser gracioso que quienes reducen todas las relaciones humanas a relaciones de poder y desdeñan la colaboración, que ha sido esencial en el éxito de nuestra especie, no sean capaces de detectar el poder en su forma más evidente y descarnada. O, mejor dicho, que dejen de detectarlo cuando son ellos quienes están en el poder y solo lo reconozcan cuando lo pierden. Ahí sí, el poder vuelve a ser el de antaño, vertical y coercitivo.

En definitiva, que no es descabellado ver casi como polos opuestos, por un lado, los límites estrictos y acotados que exige una cultura que se preocupa tanto por los algodones, hasta el punto de omitir cualquier posible arista crítica, e intenta suprimirla a través del escarnio social. Por otro, aquella necesidad de rozarse con las aristas de lo desconocido, de lo distinto, de lo que puede incomodar y hasta ofender, eso que nuestra poeta mayor señalaba en su discurso de la Feria del Libro. Unas aristas que son necesarias para poder contactarse con quien no piensa exactamente como uno, con quien tiene una visión distinta de las cosas. Y, a partir de ahí, poder construir una mirada que vaya más allá del narcisismo ofendido que detecta odio donde en realidad hay diversidad. La diversidad de lo real, no la de lo imaginado.

Por supuesto, los discursos de odio existen y deben ser combatidos. Pero para eso es necesario exponerlos y criticarlos, demostrar sus falencias, sus prejuicios, sus errores y horrores de concepto. Creando un universo de algodones y de andadores lo que se hace simplemente es barrer debajo de la alfombra. Peor aún, cuando se penetra en la cultura de la cancelación, directamente se empiezan a copiar los peores tics de esos discursos que se intentan censurar. Y escribo intentan porque, de manera democrática y pacífica, simplemente no se pueden eliminar. Para poder hacerlo hay que sacrificar buena parte del andamiaje democrático y llevarse puesta, entre otras cosas, la libertad de expresión. Que, por supuesto, no es ilimitada y está bastante bien regulada por ley.

La vocación literaria de Ida Vitale pudo expresarse, entre otras cosas, gracias a la ausencia de red, a la disponibilidad de visiones a su alcance, resumida en aquella biblioteca. También a la posibilidad de construir un espíritu crítico que la impulsó en su vocación, una que hoy es reconocida por su valor en todo el orbe. Mas humildemente, esto es, sin aspirar a reconocimiento de ninguna clase, no estaría mal asumir que esos valores, diversidad y espíritu crítico, se vinculan con la necesidad de contrastarse con los otros y de poder ser, como no, ofendido por estos. Y entender, finalmente, que el exceso de andadores nos puede estar volviendo tan sensibles como sectarios e intolerantes.