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    Ídolo

    Nº 2174 - 19 al 25 de Mayo de 2022

    Ovaciones de los hinchas, mimos directrices y exagerados titulares periodísticos con adjetivos épicos son algunos de los disparadores para que jugadores y exjugadores de fútbol pierdan los puntos de referencia y se consideren por encima del bien y del mal. Perciben o interpretan erróneamente la realidad, como le ocurre a los esquizofrénicos.

    Esa percepción o interpretación es además consecuencia de una fuerte carga de vanidad y arrogancia. No se limita a apreciaciones personales sino también a actitudes reñidas con la ética y la moral, cuando no a violaciones a la ley penal cada vez más frecuentes. El mayor golpe ocurrió en noviembre de 2000 cuando el juez penal Pablo Eguren mandó a la cárcel a seis jugadores de Peñarol y a su director técnico y a tres futbolistas de Nacional por el delito de riña (el enfrentamiento físico en el cual unos y otros procuran causarse daño) durante un partido clásico. Al juez nadie se lo contó; estaba en la tribuna. Casi todos los involucrados eran ídolos de sus hinchadas y por eso, en lugar de cuestionarles su actitud de imbéciles machos cabríos, los giles de la tribuna y algunos dirigentes los respaldaron.

    El periodista deportivo Jorge Toto da Silveira atribuía el origen de esas y otras actitudes antideportivas a una deficitaria base cultural acrecentada por un entorno degradado, codicia y pasión desmedida. “¡Ahhh, esas cabecitas!”, predicaba, y recibía cuestionamientos no solo de los involucrados sino también de algunos de sus colegas periodistas dependientes directa o indirectamente del poder de turno. Esa batalla la perdió Da Silveira porque en ese ambiente está prohibido revelar verdades. “Es violar códigos”, dicen.

    El fútbol es un negocio que produce y reparte grandes beneficios y muchos futbolistas pasan a ser íconos del mercadeo de grandes multinacionales. No se limita a su etapa de actividad; se proyecta luego de su retiro con grandes beneficios, como son por ejemplo los casos de Maradona, Beckham o Ronaldiño. Otros que no los producen ni por asomo en este país de tres metros por dos se la creen. Se podría hacer una larga lista, pero por ser reciente, con amplia difusión en los medios y nulo análisis, vale poner como ejemplo el caso de Ruben Sosa. Quedó en evidencia luego de que el presidente de Nacional, José Fuentes, y el vicepresidente, Alejandro Balbi, le cuestionaron declaraciones públicas que podían afectar a la institución.

    El origen del lío fue su respuesta a la pregunta de un periodista de Radio Sport sobre el rendimiento del jugador de Nacional, Brian Ocampo. Dijo Sosa: “Cada 20 días se lesiona este muchacho, y es tremendo jugador. Entrenan dos veces por día y cuando ves una lesión así es porque no descansás. Está pensando más en irse para Europa que en jugar acá, entonces es un problema de él”, sentenció con obvia censura hacia los entrenadores de Ocampo y un eventual perjuicio a su cotización internacional.

    Los dirigentes lo convocaron para hablar sobre esas declaraciones y Balbi lo fundamentó en que es “empleado del club”, por lo cual debía darles explicaciones a sus empleadores. El exjugador reaccionó airado: “Me dolió que Balbi dijera que no correspondían mis declaraciones. Me dolió que no me llamara por teléfono”, comentó en el Polideportivo de Canal 12. “¡No me vengan a decir que soy un empleado! Yo hago de todo por Nacional. Voy a los entrenamientos, estoy con los juveniles”. Era su obligación por su función, de la que se escapaba con frecuencia.

    No le gusta que lo mencionen como empleado porque para su “cabecita” arrogante esa condición lo minimiza. Pero no hay vuelta que darle: es empleado de Nacional desde 2013, a sus 56 años (le faltan cuatro para jubilarse, salvo que inventen una causal especial para ídolos) cobra un salario mensual superior a $ 100.000 (cinco salarios mínimos) y está registrado en el Banco de Previsión Social (BPS), me dicen fuentes estatales. Es tan empleado como el resto de los jugadores también inscriptos en el BPS.

    Sosa es empleado desde hace casi 10 años sin una función necesaria. Es que el club decidió respaldarlo económicamente para que pudiera sostener su presupuesto personal. Su imprevisión tampoco le permitió planificar su futuro pese a jugar durante 20 años en la cúpula universal del fútbol con millones de dólares sobrevolándolo. Nacional disfrazó su asistencia económica con un empleo vacío de contenido y le encomendó la función de bla-bla-bla. Otra cosa no podía porque carece de título habilitante para ser técnico.

    Pese a ese apoyo, Sosa mordió la mano de quien le da de comer y procuró enfrentar a los hinchas con los dirigentes. Tras un partido entre Nacional y Fénix agradeció en sus redes sociales el apoyo de hinchas que en esa instancia corearon: “Sosa, Sosa…”. Sostuvo que demuestra que “los ídolos (él) son de la gente”. Los dirigentes rehusaron comentarlo porque como en cualquier empresa es algo interno. Pero un exdirigente, con más de 25 años de actividad, ante mi consulta sentenció: “Hay quienes se creen ídolos pese a tener los pies de barro: optan por traicionar a quienes lo ayudan a mantenerse. Hay una gran diferencia de valores sociales y morales con históricos como Atilio García, Alfredo Zibechi, Aníbal Ciocca, Emilio Cococho Álvarez, José Emilio Santamaría, Julio Montero Castillo, Walter Gómez, Hugo de León o Álvaro Recoba, entre muchos ídolos con todas las letras”.

    Irónico, añadió: “Nacional acaba de inaugurar viviendas en el Gran Parque Central para juveniles del interior. Se construyeron con el aporte de exjugadores. ¿Cuánto dinero aportó el ídolo Sosa?”.

    Tras este enfrentamiento la directiva de Nacional decidió que Sosa concurra a diario a la Ciudad Deportiva de Los Céspedes para transmitirle sus experiencias (más bla-bla-bla) a los jugadores de inferiores. Actuará a las órdenes del coordinador de juveniles, Fernando Curuchet, su jefe, porque el club decidió mantenerlo hasta que se jubile. ¡Qué papa!