Jugátela, valor

Jugátela, valor

escribe Fernando Santullo

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Nº 2158 - 20 al 26 de Enero de 2022

El periodista Leonardo Haberkorn, un tipo conocido por haber destapado al menos media docena de tarros políticos e históricos ocultos, publica el siguiente tuit: “De un lado están los que dicen que hay un ‘blindaje mediático’; del otro los que apoyan a Mercedes Vigil, que dice ‘el marxismo sigue manejando los medios de prensa’. Hay que seguir laburando —y cada vez mejor— para todos los del inmenso espacio que hay entre ambos extremos”. No hay en su texto nada extremo, nada provocador, nada que vaya más allá de un llamado a la mesura, a razonar y a cultivar un espacio común.

Las respuestas que de inmediato recibe ponen en duda que tal espacio exista y, sobre todo, que este sea inmenso. Es más, las respuestas reproducen de manera exacta el eje que el periodista plantea e invita a evitar. Aparece una horda de gente de izquierda que, asegura, no necesita datos para saber que los medios protegen al gobierno e impiden una victoria de la izquierda, intercalada con una horda de gente de derecha que acaba de descubrir a Gramsci y lo cita como si el tipo hubiera sido una especie de violento Pol Pot italiano y no un pensador que escribió casi todos sus textos desde la cárcel, donde estuvo encerrado durante 20 años como preso político. En Twitter, al menos, ese espacio del que habla Haberkorn no parece ser tan grande como él quisiera.

Pero claro Twitter no es Uruguay. Ni siquiera es “la opinión pública” en general, sino una red en donde participan apenas unos 300.000 uruguayos. Más aun, el total de uruguayos cargados de violencia política que comenta en Twitter no debe ser ni el 10% del total que usa la red, máximo 20.000 conciudadanos. Eso sí, esos miles hacen ruido, son activos en su violencia escrita, aman agredir al otro y son expertos en exigir definiciones a los demás. Y ojito con que tu definición no coincida con la suya, de inmediato quedas expuesto a una nueva andanada de su odio.

Más allá de que seguramente algún día se va a estudiar en las clases de historia (si es que se sigue estudiando historia, claro) cuál fue el papel de las redes sociales y de Twitter en particular en la debacle de las democracias liberales, de momento parece sensato no darle más tamaño del que efectivamente tiene y dar por bueno lo que dice Haberkorn: existe un montón de gente que ocupa el inmenso espacio que está entre los dos polos y que se interesa por un periodismo serio, por una información ecuánime que le permita construir su propia versión de los asuntos públicos. El problema que tiene esa tarea, ya sea realizada por los periodistas o por los propios ciudadanos, es que choca de frente con las lógicas que son impulsadas desde los partidos políticos.

Eso resulta especialmente evidente en un país como Uruguay, en donde los partidos son casi previos a la existencia del propio país y en donde hasta los politólogos entienden el flamear de las banderas partidarias y la existencia de locas pasiones políticas como algo positivo. Sobre todo cuando las que flamean son las banderas que levanta su comunidad política. Entiendo que pedir a la gente que en vez de divisas partidarias (o sus alter egos simbólicos de “Navidad con Jesús” y “Vecina feminista”) cuelgue de sus balcones fotos con la cara del filósofo alemán Jürgen Habermas, principal difusor de la idea del “patriotismo constitucional”, resulta un exceso. Igual sería deseable, creo, que predominaran las miradas calmas, más desapasionadas antes que esa política entendida como la continuación del fútbol por otros medios.

¿En qué consiste ese “patriotismo constitucional” que nadie va a colgar de su balcón? Según Wikipedia, “el patriotismo constitucional se apoya en una identificación de carácter reflexivo, no en contenidos particulares de una tradición cultural determinada, sino en contenidos universales recogidos por el orden normativo sancionado por la Constitución: los derechos humanos y los principios fundamentales del Estado democrático de derecho”. Es evidente que una definición tan razonable y al mismo tiempo tan poco convertible en meme, tan poco emocionante, no va a encender en nadie las llamas de la pasión política. Pero, y esta es una convicción personal, no parece que las pasiones políticas estén dando un resultado espectacular en la convivencia. Es evidente que, como mínimo, esas pasiones están haciendo poco y nada por consolidar el amplio terreno común del que habla Haberkorn en su tuit. No tengo claro si algo tan teórico como ese “patriotismo constitucional” haría carne en una ciudadanía futbolizada como la nuestra, pero no tengo dudas de que sus resultados, allí donde algunos se esfuerzan por seguir su guía, son democráticamente más ricos que las pasiones partidarias desatadas.

Y es que entre tanto flameo de divisas nunca falta el que le exige (jamás pide, siempre exige) al periodista que se “la juegue”. Es decir, que le diga a los demás qué deben pensar en vez de exponer hechos y dejar el juicio en manos del lector. Jugársela en Twitter se debe traducir como “decile a los demás lo que yo quiero que les digas, de lo contrario sos un ……. (complete aquí con un “facho” o un “bolche”, dependiendo de qué lado de la catrera suela usar)”. Sí, lo sé, ya dije que son pocos los que asumen esas posturas, apenas unos miles. Pero al mismo tiempo son como esos familiares que se emborrachan y se ponen cargosos en las fiestas: nunca faltan y nunca fallan. Y, sobre todo, son capaces de arruinar la fiesta.

“Jugátela, valor” casi siempre quiere decir “planteá el asunto sobre el único eje que existe, que es el que yo detecto. Y una vez establecido el eje, decí exactamente lo que yo pienso sobre ese eje”. Lo irónico es que quienes suelen reclamarles a los demás que se la “jueguen” lo hacen desde la convicción de que ellos se la juegan porque piensan como piensan y luego son los primeros en replicar los hashtags que las cúpulas partidarias les mandan a replicar sobre cada asunto público que aparece en la agenda. Por eso, el “jugátela” también se puede traducir como “obsecuencia militante que hace mucho decidió no tener una mirada propia sobre las cosas”.

“Jugátela, valor” no debería ser un llamado a que el periodista o el ciudadano se limite a asumir como propias las visiones de una parte de la sociedad, sino a que se apegue a unos valores democráticos mínimos consensuados por la sociedad toda, más allá de partidos. Jugársela no pasa por comprar posturas partidarias de manera irreflexiva y virulenta solo para contentar a gente con bronca y tiempo libre. Al contrario, jugársela debería ser apostar por la mesura, por el análisis y por el intento serio de razonar los temas de la agenda pública. Quizá esa sea la mejor forma de contribuir a desarrollar el “inmenso espacio” del que habla Haberkorn en su tuit. Y solo de nosotros, los ciudadanos, depende que así sea.