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Las fotografías del Consejo Asesor Nacional que cada tiempo convoca la filial del BBVA para analizar la realidad del país tienen algo de antiguo retrato familiar, aunque son actuales. Sonrientes, unos parados, a veces otros sentados, apellidos como Erro, Gard, Secco, Dovat, Lestido, Fernández, Lecueder, Taranto, Kimelman y Schandy —varios con larga historia y otros que ganaron lustre más recientemente dentro del empresariado nacional— se intercalan con ejecutivos de compañías extranjeras. Son, de algún modo, el registro de una época en la que ciertos grupos familiares tradicionales conviven con una inversión foránea que ganó peso en Uruguay, en ocasiones desplazándolos.
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Se trata de un fenómeno notorio en varios giros de actividad —en algunos, como el agro, la industria y la banca, incluso, con constatación académica—, que varios analistas y consultores ven poco probable que se detenga o revierta a mediano plazo. De hecho, el gobierno de la coalición multicolor está empujando a favor de la inversión en general y la radicación de capitales extranjeros, si bien también en los períodos del Frente Amplio hubo esfuerzos de ese tipo. “Esta nueva administración ha puesto foco desde el inicio en impulsar la recuperación económica a través de la atracción y la promoción de la inversión privada, tanto a la doméstica como a la extranjera. Sabemos que Uruguay cuenta con una amplia gama de esquemas de apoyo y promoción a la inversión, y durante esta administración se han introducido cambios en el marco legal que brindan mayor flexibilidad y también mayor monto en los incentivos fiscales para los proyectos de inversión para todos los sectores, para todos los tamaños”, reiteró la ministra de Economía, Azucena Arbeleche, al cerrar el lunes 2 una conferencia vía remota convocada por la Americas Society/Council of the Americas.
En un reciente informe referido al país, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) señaló que, dada la estabililidad y los estímulos fiscales disponibles, “no es sorprendente que la inversión extranjera directa (IED) juegue un papel destacado en la economía uruguaya”: los pasivos de IED alcanzaron los US$ 48.800 millones (aproximadamente 82% del Producto Bruto Interno) en 2018, frente a activos por US$ 26.700 millones (45% del PBI). En el documento la OCDE cita estudios que le atribuyen a la IED haber contribuido al aumento de la productividad y a la mejora de los salarios entre 1997 y 2005, en particular entre la mano de obra calificada. También menciona un trabajo publicado en 2020 por el Banco Interamericano de Desarrollo según el cual vender a una multinacional local aumenta la probabilidad de exportación de las empresas nacionales uruguayas, facilitando su internacionalización. Esa investigación se basó en registros de la Dirección General Impositiva de 1.540 compañías de capital extranjero presentes en el país, de las cuales 383 eran originarias de Argentina (25%), 206 de Estados Unidos (13%), 173 de Brasil (11%) y 140 de España (9%).
Familias en repliegue
La entrada de inversión de afuera puede darse ya sea creando una nueva empresa o comprando una en actividad. Según un análisis que se presentó en las jornadas anuales de investigación organizadas por la Asociación Uruguaya de Historia Económica, los grupos económicos “pasaron de ser una estructura central en el mundo empresarial a sufrir cierto rezago de conjunto” que se expresa “tanto en su dominio de las principales empresas, como en su presencia en algunos sectores clave de la economía nacional”. Ese “desplazamiento” también estuvo acompañado de una “escasa (o nula)” alteración en sus estructuras o formas organizacionales, sostiene su autor, Juan Geymonat, investigador del Programa de Historia Económica y Social de la Universidad de la República.
Pie en el campo
Durante décadas los principales conglomerados nacionales fueron de tipo familiar, fundados en su mayoría por inmigrantes cuyos negocios generalmente tuvieron un “pie en la tierra”. En su análisis Geymonat lista, basándose en trabajos de otros investigadores, a grupos constituidos antes de final del siglo XIX o comienzos del XX como los Strauch, Ferrés, Otegui, Aznarez, Puig, Deambrosis, Peirano, Mailhos, Soler, Gard y Ameglio.
En el caso del campo, el panorama en el siglo XXI “presenta grandes transformaciones a este esquema. Nuevas actividades se desarrollan y consolidan como la agricultura de secano y la forestación, compitiendo por suelos con la tradicional ganadería. Al mismo tiempo, crece la inversión de capitales extranjeros en el sector y de la mano con ello aparecen nuevas formas de gestión y organización empresarial”, subraya. Esta etapa más reciente “viene acompañada de nuevos jugadores en el mundo empresarial: grandes empresas agrícolas, fondos de inversión y pensiones que compran tierra, y otro tipo de actores financieros. Sin embargo, y a diferencia de otros sectores de la economía, el margen de propiedad nacional, aunque fragmentado, aún es elevado”, conforme con el análisis.
En 2015 los principales propietarios de campos en Uruguay eran extranjeros, como la sueco-chilena Montes del Plata (239.353 hectáreas), la finlandesa UPM (200.000), Union Agriculture Group (170.000), las estadounidenses Global Forest Partners (140.595) y Weyerhouser (139.000), o la argentina Agronegocios del Plata (100.000), según datos proporcionados a Geymonat por Gabriel Oyhantçaba e Ignacio Narbondo, también académicos. Además de Ernesto Correa (110.000), figuran como uruguayos en la parte baja de esa nómina Fernández-Frigorífico Modelo (85.532) y grupo Otegui (55.000).
Fábricas
En el sector fabril, “al igual que buena parte de la economía nacional, el boom” de IED del siglo XXI “impactó de manera importante en la nacionalidad de los capitales industriales”, señala. Entre las 100 empresas manufactureras más grandes de Uruguay, las que tenían presencia de accionistas foráneos pasaron de ser el 31% en 1985 a 52% en 2015.
Los grupos económicos nacionales con actividad industrial que enfrentaron el proceso de apertura y liberalización de la economía se repartieron, básicamente, entre los que lograron “sobrevivir en sus sectores originales de actividad, o teniendo los mismos como centro, y aquellos que reconvirtieron sus negocios”. Entre los primeros se encuentran varios que eran líderes en mercados altamente oligopolizados y en rubros como alimentos, tabaco, papel y cartón. Otros vendieron sus firmas a grupos empresariales regionales en expansión, de la industria frigorífica, la maltería, los molinos arroceros, entre otras agroindustrias exportadoras. “La venta de empresas permitió a los grupos que pudieron hacerlo, obtener liquidez, sellar deudas con el sistema financiero y reconvertir sus negocios, cuando no desarticularse como conglomerados y especializarse en alguna actividad productiva o financiera. En pleno siglo XXI, los grupos industriales sobrevivientes tendieron a desindustrializar su cartera de negocios” y ampliaron su actividad rural, adaptándose al contexto de “desmantelamiento y extranjerización” fabril, afirma Geymonat.
La banca
Si bien la relación entre los grupos económicos nacionales y la banca tiene un desarrollo claro desde principios de siglo, el crecimiento se hizo marcado durante la década de 1940 y, luego, en la de 1960. Pero en este caso, el último conglomerado familiar —Peirano— quebró en 2002; a comienzos de la pasada centuria había tenido acciones en los bancos Comercial, Francés e Italiano, Mercantil-Popular. En aquella época también fueron banqueros los Mailhos, Oyenard, Soler, Otegui y Aznarez, por ejemplo.
En la actualidad, ninguno de los ocho jugadores en el negocio de la intermediación financiera tiene accionistas nacionales.
A partir de esa mirada sectorial, el investigador advierte un cierto “ocaso”, un “declive” o “por lo menos un estancamiento del dominio económico” de los grandes grupos nacionales en este siglo que “se consolida en el marco de una economía “cada vez más abierta y secular en sus instituciones”.
Geymonat plantea interrogantes acerca de las causas y origen de este fenómeno. Según él, la “incapacidad de gestar grandes jugadores nacionales con posibilidad de expandirse fuera de fronteras durante el modelo industrializador podría ser parte de la explicación. Al igual que los elevados niveles inflacionarios y la volatilidad en el crecimiento como factores de incidencia sobre la gestación de una mentalidad empresarial de largo plazo. Pero —acota— el declive de los grupos nacionales no parece ser únicamente un fenómeno cuantitativo” y existen, además, variables organizacionales e institucionales de los grupos: “¿Son este tipo de aspectos, como el carácter familiar, su reducida diversificación, o la inexistencia de formas más complejas de organización parte de la explicación de este fracaso relativo? O, por el contrario, ¿son estos aspectos la mismísima expresión de su debilidad?”.
“El señor Devoto”
Aunque no forma parte del análisis, también en el sector comercial hubo familias tradicionales sustituidas en la propiedad por dueños extranjeros. En una presentación a través por Zoom para la Comisión de Industrias del Senado, el 14 de julio, directivos de la cámara de empresarios manufactureros planteó preocupación por las condiciones comerciales emergentes: “Estábamos aconstumbrados a negociar con el señor Devoto, con la familia Devoto, con Henderson (en Tienda Inglesa), pero todo eso fue cambiando. Y lo mismo sucede con las cadenas de farmacias. Ya no está la familia Gagliardi, ni tampoco Devoto en Farmashop. Hoy esa titularidad está en manos de fondos de inversión internacionales”, que obligan a negociar en condiciones “ilegales”, aseguró un directivo.