—Lo que es interesante de Uruguay es que desde el exterior se ve como un país muy pequeño, sobre todo por estar cerca de Argentina y Brasil, pero nosotros vemos como muy importante el liderazgo que tiene en el tema migratorio. Sobre todo en este momento histórico hay muy pocos países que tienen una postura tan positiva y abierta y con la perspectiva de derechos humanos. Hay un liderazgo del país que va mucho más allá de las dimensiones y las cifras y por eso es muy importante para nosotros en términos de lo que se puede hacer, como, por ejemplo, probar planes pilotos innovación que luego se puede replicar en otros países. Eso se reconoce en el mundo, y cuando se habla de políticas migratorias bien gestionadas, Uruguay es un ejemplo.
—¿Cuál es el rol que busca tener la OIM en Uruguay?
—En un país como Uruguay trabajamos sobre todo con apoyo institucional, de acuerdo a las prioridades del gobierno. Puede ser un trabajo de asesoramiento, de investigación, de apoyar en el desarrollo de políticas nuevas, pero también a preparase para cambios migratorios. Y para la situación que hay ahora, con un apoyo directo a la respuesta a los flujos migratorios que están llegando a Uruguay.
—Dijo que Uruguay puede ser una especie de laboratorio para testear experiencias y, en ese sentido, hubo dos planes innovadores durante el gobierno de Mujica, que fue el reasentamiento de familias sirias y de exprisioneros de Guantánamo. Sin embargo, en ambos casos hubo muchas dificultades, sobre todo en cuanto a la adaptación de los refugiados, y hubo quienes las consideraron un fracaso. ¿Qué visión tiene de esas experiencias?
—El mensaje político fue excelente. En un momento histórico cuando muchos países que estaban más cerca en términos culturales, económicos y geográficos de Siria y del conflicto, estaban cerrando sus puertas, un país como Uruguay que no tenía ninguna obligación hacia Siria, dijo: “Nosotros vamos a apoyar como podemos”.
Por otro lado, hay una lección aprendida de las experiencias. El reasentamiento de personas, o un flujo migratorio importante, hay que prepararlo. Hay que capacitar bien, en niveles diferentes. A la comunidad donde las personas van a asentarse, a la comunidad en general, sobre por qué estamos haciendo eso, quiénes son los que están llegando, y, muy importante, es preparar a las personas que van a llegar. En términos muy realistas, decirles: “Mirá que no va a ser sencillo, que van a extrañar algunas cosas, que van a encontrar personas superamables, pero también habrá xenofobia, racismo”, y que hay todo un proceso de adaptación que cada individuo tiene que llevar a cabo. Hay países que trabajan hace muchísimos años en programas de reasentamiento y las lecciones aprendidas son esas: que hay que pensar en todos esos niveles para que un programa pueda ser exitoso. Entonces, a pesar de la muy muy buena intención que hubo desde Uruguay, también hubo una lección aprendida de que solo la intención no es bastante.
—¿No hubo una preparación suficiente? ¿Faltó conciencia de lo complejo que sería?
—Sí, exacto. Que responde a tener nuevas experiencias, porque Uruguay no tenía programas de reasentamiento grandes y es por eso que organizaciones como Acnur y la OIM apoyan a los estados que quieran tener programas de ese tipo para que se puedan preparar.
—¿Piensa que a pesar de esos resultados complejos es un camino que Uruguay debería seguir?
—Por un lado, Uruguay tiene toda la potencialidad de seguir en ese camino y, por otro, estaría en línea con la perspectiva de derechos humanos que ha tenido hasta ahora. Porque en los flujos migratorios, llegan personas que de una manera u otra pudieron migrar. Migrar tiene un costo, entonces no son las personas más pobres. Y tampoco las más vulnerables, porque los enfermos, las viudas, los niños que se encuentren solos, esos no tienen recursos para dejar el país, y estas personas que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad extrema son quienes se puede apoyar con un programa de reasentamiento.
—Más allá de esas experiencias puntuales, en los últimos años Uruguay se ha convertido en un país receptor de migrantes. La llegada de venezolanos y cubanos es un fenómeno nuevo. ¿Cómo ve que el país ha encarado ese desafío?
—En ese sentido la historia de Uruguay es muy interesante, y también diferente de otros países de la región, porque es un país de migrantes y no hay ningún problema en decirlo: todos comparten con orgullo que tienen raíces en España, en Italia. Hasta más o menos los años 60 llegaba gente a Uruguay. Luego, hubo muchos años un saldo migratorio negativo, y hasta ahora sigue siendo muy bajo, lo que quiere decir que las personas que salen de Uruguay, que además son personas calificadas, son más que las personas que llegan. En este momento hay casi medio millón de uruguayos en el exterior, y los que llegan al país son menos. Esta ola de migrantes de la región es bastante nueva. Empezó desde República Dominicana y luego los dos grupos más importantes son cubanos y venezolanos que siguen llegando ahora (aunque si miramos solo el tema de nacionalidades en Uruguay, las extranjeras más representadas son las de Argentina y Brasil).
Uruguay tiene una política migratoria muy buena, que se comparte como ejemplo positivo en la región. A partir de 2014 se está usando el acuerdo de residencia del Mercosur, que hace que haya una regularización muy rápida de las personas que llegan al país. La inserción laboral también es rápida, pero ahora menos que antes porque las personas que están llegando tienen un perfil mucho más vulnerable que los primeros años. El primer flujo que llegó de Venezuela se trató de personas que eran muy capacitadas y con recursos propios. No siempre pudieron encontrar un trabajo del mismo nivel que tenían antes pero la inserción laboral era muy rápida. En los últimos meses, a mediados de 2019, empezamos a ver otros perfiles que están llegando, la mayoría sigue siendo de personas muy capacitadas, pero también hay casos con vulnerabilidad muy alta. Está ese fenómeno de los “caminantes”, que son personas que llevan muchísimo tiempo, a veces un año, cruzando Brasil, por ejemplo, o yendo de un país a otro hasta llegar a Uruguay. Hay muchas historias de violencia en el camino. Experiencias de trata, de tráfico, de explotación laboral, violencia de género. En ese sentido hace falta una respuesta y una asistencia diferente a la de las personas que llegaban antes.
—Es un fenómeno más desafiante para Uruguay ¿Ve al país preparado para eso?
—Uno de los temas más importantes es el alojamiento, porque al no tener mucha experiencia en flujos grandes, las opciones disponibles, por ejemplo, los refugios, se pueden llenar muy rápidamente. En el interior más aun, hay sitios en frontera donde no hay ningún refugio. Hay cosas que se pueden fortalecer para tener una respuesta más integrada por si acaso el flujo subiera.
—De acuerdo a como está evolucionando el fenómeno migratorio, ¿cree que es probable que continúe creciendo o que se estabilice?
—Nuestra estimación en el momento, en términos de flujos que salen de Venezuela y por la situación en la región y con Uruguay teniendo una política muy buena de acogida, es que vaya subiendo. Lo que sí es verdad es que Uruguay resulta muy muy caro para muchos migrantes.
—El tema del costo de vida en Uruguay suele ser una sorpresa para los migrantes, ¿es un obstáculo importante para radicarse aquí?
—Claro. Y aunque hay iniciativas importantes de apoyo del Estado, como el respaldo para la garantía de alquiler, en general resulta difícil tener una buena calidad de vida. Por un lado puede ser más fácil por el tema de la regularización y porque la sociedad es todavía bastante abierta —no hubo incidentes de xenofobia, racismo y discriminación violentos, como pasó en otros sitios en la región—, pero que la vida resulte tan cara es un obstáculo importante. Hay personas que al final no se quedan en Uruguay.
—Comentó que la inserción laboral en general es buena, pero suele pasar que los migrantes estén sobrecalificados para los trabajos que consiguen, ¿eso no es también un factor de frustración importante?
—Sí, y además es una oportunidad perdida. Porque si lo miramos por el otro lado, Uruguay necesita personas que puedan trabajar, que sean económicamente activas, que tengan niños y que apoyen el cambio demográfico. Tener a un ingeniero que está manejando un Uber es una pérdida para el individuo y para el Estado. Muchos países receptores se encontraron con el mismo desafío y generalmente lo que aporta una migración tan calificada es sumamente positivo para el país. Porque son personas que tienen una inserción laboral muy rápida, pagan impuestos, tienen la opción de crecer con el país y tienen especializaciones que muchas veces el país necesita. Entonces es muy positivo. Sobre todo porque personas económicamente activas que puedan contribuir a la economía es exactamente lo que hace falta al país. El flujo migratorio que está llegando ahora no es suficiente para cambiar la economía, pero apoya en la dirección que se necesita.
—La inmigración suele generar voces de alarma de determinados sectores respecto a la ocupación de fuentes laborales y al costo en servicios públicos como la salud y la educación. ¿En el balance los países terminan beneficiándose de la llegada de inmigrantes?
—Sin duda. Hay muchísimas encuestas e investigaciones en el mundo y en la región que prueban exactamente eso. Pero muchas veces cuando se politiza el tema, o se ve con una mirada un poco superficial, se llega a conclusiones que no están basadas en hechos y en investigación.
Con el envejecimiento de la población, Uruguay como muchos países en el mundo, necesita migración, entonces sería paradójico tener una sociedad que rechaza la migración cuando los jubilados, las pensiones, los enfermos, la economía, dependen de personas que puedan ser económicamente activas, justamente como las que están llegando a Uruguay. Si miras la información, el 90% de las personas que han llegado a Uruguay eran profesionales en Venezuela o estudiantes. Es un porcentaje impresionante de gente muy bien preparada que no daña al país.
—El 1º de marzo asumirá un nuevo gobierno integrado por una coalición de partidos de centro y de derecha. Algunos de sus miembros han planteado reparos contra los migrantes, por los supuestos costos que provocan al país. ¿Temen que pueda haber algún cambio en la política de Uruguay?
—No creo que haya un cambio grande porque la tradición del país, de ver la migración desde una perspectiva de derechos humanos, no creo que vaya a cambiar. Lo que podría pasar es que, por los mensajes que se han compartido hasta ahora, cambie un poco la perspectiva hacia la seguridad y el control, que es algo que se puede equilibrar perfectamente con la perspectiva de derechos humanos. Un país puede controlar el fenómeno migratorio, preparase y gestionarlo en el territorio, sin dejar la perspectiva de derechos humanos.
—Mencionó que no ha habido hechos violentos de xenofobia o racismo. Sin embargo, hay muchos testimonios de migrantes que sufren discriminación, especialmente los menos calificados o con piel más oscura. ¿Qué han observado desde la OIM?
—Generalmente es una sociedad muy abierta, que no tiene un problema con la migración en general. Pero también es verdad que muchos de los migrantes que nosotros apoyamos comparten historias de discriminación, de una manera u otra. Sobre todo los migrantes que tienen un color de piel diferente y una religión diferente.
—¿Por qué los emigrantes eligen Uruguay?
–Es un país estable, con una economía fuerte donde pueden encontrar trabajo. Es un país seguro, donde un inmigrante no tiene que preocuparse de lo que le va a pasar, donde hay una buena recepción por parte del Estado, donde se puede regularizar la estadía rápidamente, y donde ahora hay también grupos de emigrantes que apoyan a otros que llegan al país.
—¿Piensa que pueda volverse un destino interesante para otras partes del mundo donde aún no es tan conocido?
—De hecho, hay muchísimas nacionalidades en Uruguay. Por ejemplo, en el departamento de Rocha ya hay grupos importantes de senegaleses. Hay hasta más de 60 nacionalidades representadas en el país. Al tener Uruguay una política de derechos humanos y una economía fuerte, sí que puede ser que más personas quieran llegar acá.