La pobreza de los abuelos del futuro

La pobreza de los abuelos del futuro

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2144 - 14 al 20 de Octubre de 2021

Tras décadas de postergaciones y como una espada de Damocles pendiendo sobre las finanzas públicas, la comisión encargada de elaborar un proyecto de reforma de la seguridad social se encamina a implementar el que posiblemente sea el primer gran movimiento institucional en muchas décadas que procura llevar algo de justicia hacia las generaciones más jóvenes.

Un país en el que el gasto social en adultos al menos duplica el destinado a la niñez, la soterrada batalla generacional en la que se juega la viabilidad financiera del sistema previsional, oculta en realidad algunos de los dramas más profundos que lo ponen en riesgo en tanto sociedad, ya que la cultura o civilización que compartimos como uruguayos en un tiempo determinado, lejos de unirnos nos distancia cada vez más, una de las principales causas de, por ejemplo, la violencia entre personas que no se reconocen como iguales.

La discusión sobre el sistema previsional nos sumerge en asuntos que nos llevan a pensar en la viabilidad de nuestra sociedad si seguimos despreciando el tratamiento que les damos a los más débiles entre los débiles: los niños pobres.

En Uruguay, la tasa de fecundidad cayó desde 2,47 en 1996 a 1,5 en 2019. Pero esa es la media nacional; si tomamos a las mujeres que viven en hogares con más de dos necesidades básicas insatisfechas, la tasa de fecundidad se duplica.

En el 20% de los hogares más ricos, un 35% tiene hijos y un 65% no; en el 20% de los hogares más pobres un 91,7% tiene hijos y 8% no.

Esto hace que, si bien la pobreza en Uruguay es de 8%, entre los menores de seis años sea de 17%, mientras que en los mayores de 65 años sea de 1,4%. ¿Se necesita algún otro dato para saber si los postergados en Uruguay son los niños o los ancianos?

Un eterno debate es si los pobres tienen muchos hijos porque son pobres o son pobres porque tienen muchos hijos. Una mirada a este asunto puede ser que los pobres tienen muchos hijos por la misma razón que las personas de clases acomodadas tienen cada vez menos hijos: un costo de oportunidad.

Ante la falta de oportunidades y de movilidad social que enfrentan, las familias pobres ven en los hijos una mano de obra que contribuye con los ingresos que de otra forma no conseguirían.

Mientras, en los sectores medios y altos juega un papel fundamental el hecho de que la mujer es la que pare y normalmente cría a sus hijos, y esto, vinculado con la creciente participación de la mujer en el mercado de trabajo, arroja la siguiente ecuación: para desarrollar una carrera profesional es fundamental que disminuya la cantidad de hijos. Un costo de oportunidad, igual que los pobres, pero al revés.

Pero la cuestión de la natalidad vinculada con la seguridad social es que el país necesita más jóvenes, que con su fuerza de trabajo puedan sostener a los pasivos que, a diferencia de los niños, van en aumento.

La ecuación se torna un tanto absurda: para mejorar las condiciones de la seguridad social se necesitan más hijos, pero si mejoramos las condiciones de vida de la gente es probable que obtengamos el efecto contrario: menos partos.

El camino sería que esa mejora en la calidad de vida de la gente tenga la suficiente potencia como para que los escasos niños que seguirán naciendo, cuando crezcan y se formen, obtengan trabajos de alta calidad y buenos ingresos, para que con esa alta productividad puedan sostener a la legión de pasivos que esperan por su jubilación.

Pero la realidad es otra: los niños que están naciendo y que serán los trabajadores del futuro pertenecen a las clases más pobres. Y si la media nacional indica que seis de cada 10 estudiantes no terminan el secundario (lo cual nos pone en un vergonzoso último lugar en el continente), entre los más pobres el abandono es de ocho o nueve en 10.

¿Qué nivel tendrán esos liceales cuando ente los 20 y los 24 años estén en el mercado de trabajo? Según un estudio de Fernando Filgueira para la comisión que estudió la reforma de la seguridad social, la media en América Latina de personas entre 20 y 24 años con secundaria completa es del 60%; pues bien, Chile se acerca al 90%, Brasil al 70%, y Uruguay está en el 40%.

Esos serán los trabajadores que tendrán que soportar el inmenso y creciente peso de las jubilaciones y pasividades.

No podemos obligar a los ciudadanos más ricos y educados a tener más hijos. Sería absurdo e injusto con su realidad económica pedirles a los pobres que no traigan más vida a este despoblado país. Lo que sí podemos hacer es darle un apoyo social más equitativo a la primera infancia que a los más ancianos, ya que antes de los cinco años de vida se empieza a jugar el partido de la desigualdad. Lo que sí podemos hacer es darles igualdad de oportunidades a los hijos de pobres y de ricos. Lo que sí deberíamos hacer, sin pérdida de tiempo, es asumir que la gravedad financiera de la seguridad social es una especie de caballo de Troya que tiene adentro otras gravedades, como la espantosa fragilidad de ciudadanos que están al borde de ser algo más que desempleados crónicos, van camino a conformar una legión de inempleables, lo que sumirá al país más que en una crisis financiera, en una crisis espiritual, de identidad, de dignidad humana.