La zona

escribe Eduardo Alvariza 

El 26 de abril de 1986, a la 1.23 de la madrugada, se produjo una explosión en la central nuclear de Chernóbil, muy cerca de la pequeña ciudad de Prípiat, en la ex Unión Soviética, hoy Ucrania. Fuego en el reactor Nº 4, un ligero temblor de tierra y un lamparón que ilumina el cielo nocturno. Acuden los bomberos. Parece un incendio rutinario. A poco de combatir las llamas, los operarios comienzan a derretirse, literalmente. El núcleo del reactor nuclear Vladímir Ilich Lenin está expuesto, liberando una radiactividad 500 veces mayor a la producida por la bomba de Hiroshima. Las autoridades locales intentan minimizar el asunto: el fuego está controlado, esto es la Unión Soviética, todo volverá a la normalidad, es hora de tomarnos un vodka y olvidar el asunto. Son palabras del ingeniero-jefe a cargo de la central nuclear, antes de lanzar una vomitona de entrañas licuadas. Mientras, los bomberos se desintegran en el hospital más cercano, donde ni las enfermeras ni los médicos están preparados para un desastre ambiental de semejantes proporciones.

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