Michel L. Namoradov, marqués de Toma y Daca, fue uno de los personajes más interesantes del principado de Frentamplenland, un enclave centroeuropeo ubicado en los Montes Cárpatos, que tuvo su esplendor entre los siglos XV y XVI.
Michel L. Namoradov, marqués de Toma y Daca, fue uno de los personajes más interesantes del principado de Frentamplenland, un enclave centroeuropeo ubicado en los Montes Cárpatos, que tuvo su esplendor entre los siglos XV y XVI.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn príncipe Tabarek de Bombón y Dos Fusibles gobernaba el territorio con mano firme y dura, talante apacible y reservado.
El marqués de Toma y Daca era su hombre de mayor confianza, la cual se había ganado en las más delicadas y sutiles misiones diplomáticas. Poseedor de un estilo tan silencioso como persuasivo, el marqués de Toma y Daca le había asegurado al príncipe el libre manejo de zonas e instrumentos de trascendente importancia táctica y estratégica, que su alteza valoraba con alegría y entusiasmo.
Entre ellos se encontraba la posibilidad de manejar por parte del regente, en forma casi exclusiva y monopólica, unos aparatos científicos que habían sido inventados por Leonardo da Vinci, destinados a la satisfacción de uno de sus hobbies preferidos, que era la curación de los enfermos.
El príncipe había luchado por su obtención contra los duques de Lebornie, dos aguerridos hermanos dedicados a la misma actividad, con el fin de quedarse con el uso exclusivo de esos aparatos.
Operando en las sombras y con inusual sigilo, el marqués de Toma y Daca había logrado radiar a los duques de Lebornie, asegurándole al príncipe el uso casi monopólico de los complejos artefactos sanadores.
Años más tarde, y siempre en las tinieblas, en las que se movía como pez en el río Sankt Johannes, el marqués de Toma y Daca había logrado para su príncipe otros señalados triunfos.
Menciono de paso al río Sankt Johannes porque se trata del curso de agua que baña las orillas de la zona en la que está emplazado el castillo de Anchorenski, en el cual pasaba largas temporadas el príncipe Tabarek, curso fluvial al que asistía en recordadas excursiones de pesca, acompañado de numerosos cortesanos y amigos con los que compartía momentos muy gratos.
El marqués de Toma y Daca había logrado, entre otros tan silenciosos como marcados éxitos, el ocultamiento dentro de las arcas judiciales del principado de unas actas de tribunales de honor relativas a casos de trágico destino, las cuales —de haberse conocido— habrían puesto en serios aprietos institucionales a su adorado príncipe.
Incluso había logrado hacer enfurecer, presionándolo de tal manera al jefe superior de las Tropas del principado, General Guidus Maninski, que dicho militar había terminado por renunciar a su alto cargo (por más que el príncipe siempre decía que Maninski se había ido porque él lo había destituido).
Tras el derrocamiento del príncipe Tabarek, y ya bajo el reinado de Ludovico II de Lakayenski y Poupou (quien había rebautizado el territorio como Reino de la Multikoloren Koalicionenland), el marqués de Toma y Daca había pasado a un segundo plano, ocupando un oscuro cargo de chambelán fiscal del gobierno.
Cuando ya nadie (o casi nadie) se acordaba de él, unos molestos inquisidores periodísticos empezaron a hurgar en los antecedentes de sus históricas hazañas durante el principado de Tabarek de Bombón y Dos Fusibles.
Cuál no sería la sorpresa de la población del reino cuando se supo que el marqués de Toma y Daca, que había sido enviado a Roma para participar de un histórico tribunal pontificio sobre derechos humanos, habría llegado a Roma seis meses después de que el tribunal había pronunciado su veredicto. Y, como si ello fuera poco, se supo que, tras la diligencia principesca con ocho corceles, en la que se había desplazado el marqués, corría raudo un carruaje de menor jerarquía con solo cuatro matungos, pero con igual destino, dentro del cual venía una de las doncellas más bellas del principado.
Al no haber tribunal al cual asistir, puesto que ya todo había terminado, el marqués de Toma y Daca y la bella doncella se habían dedicado a pasar el tiempo lo mejor posible, asistiendo, entre otros entretenimientos, a un torneo de balompié, un juego salvaje claramente predecesor de los que hoy se conoce como fútbol, pero que entonces se practicaba sin reglamentos ni protocolos. Varios sacerdotes de la curia romana vieron a la pareja alegremente distendida en el escenario deportivo, y algunos comentaron que, tras el juego, los habían visto alejarse con destino desconocido.
Las investigaciones de los inquisidores periodísticos lograron detectar más tarde que la misma doncella había acompañado al marqués de Toma y Daca en otras varias misiones que partían de un propósito muy loable para su gestión, pero para las que no había explicación posible que justificara la presencia reiterada de la doncella más hermosa del reino.
El marqués de Toma y Daca se sumió en un profundo y prolongado silencio, pero muchos de sus antiguos compañeros de trabajo en el principado daban testimonios incontrastables de la sorprendente realidad que venía a quedar en claro.
Tenía que haber una explicación para este fenómeno tan oculto como desconocido hasta entonces. Nadie podía entender cómo aquel hombre silencioso, escurridizo y sigiloso, que exhibía un perfil tan discreto como intachable, podía haber participado en aquellos viajes de “trabajo” acompañado de una misteriosa (y bella) doncella.
Hasta que, por fin, se conocieron las razones que permitieron aclarar aquella desconcertante situación.
Resulta que el marqués de Toma y Daca sufría de fuertes dolores dorsales debido a un pinzamiento del nervio ciático que le impedía a veces hasta caminar. Y resulta también que la doncella era una experta quiropráctica, que había aprendido su técnica en la clínica Yotekurenpapiten, de la capital del principado.
Cuando el marqués tenía dolores, se recostaba en la cama y la doncella lo calmaba con sus masajes sanadores.
Al fin de cuentas, no fue, si no, una tormenta en un vaso de vodka.
Salú, marqués.