Magia que sucede en un solo día

escribe Javier Alfonso 
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“Grabado en vivo —Teatro del Notariado— Montevideo, 11 de abril de 1987”, reza la leyenda en letras celestes en la base de la imagen. Arriba, el nombre, “Mateo & Cabrera”. Bien al centro, la foto en blanco y negro. Todo muy veraniego y casual. Mateo de pantalón blanco, remera a rayas y zapatillas náuticas, leve sonrisa, cómodamente apoltronado, con una pierna por encima del apoyabrazos, en un viejo sillón de cuero del que se aprecia un resorte suelto. Cabrera de pie, detrás, codo sobre el respaldo, rostro serio, camisa desabrochada, vaqueros gastados y chancletas negras. La portada de Mateo & Cabrera, impresa en el estuche de cartón del disco de vinilo, luce resplandeciente. Solo con verla en la batea, dan ganas de apoyar la púa y escuchar este disco clave de la música uruguaya, tal como fue concebido originalmente, cuando fue editado en vinilo (y también casete) por el sello Orfeo. Tras adquirir ese inmenso e histórico catálogo, de casi mil títulos, Bizarro Records reeditó, previa restauración desde cintas originales, varias decenas de obras en CD, otro tanto fue subido directamente a plataformas y últimamente comenzó a publicar los más emblemáticos en vinilo. A partir de 2020 cuenta para esta línea de trabajo con Mauro Correa, director de Little Butterfly Records, quien se desempeña como curador y productor de los proyectos, que implican la remasterización en un estudio de Madrid y la impresión de los discos de vinilo en una fábrica especializada en República Checa.

Desde que Cabrera se inició como músico sabía quién era Eduardo Mateo. Sus canciones desde la época de El Kinto y sus primeros discos solistas estaban en el ADN del flaco de Paso Molino. “Tenía 16 años cuando lo escuché por primera vez, cuando salió Mateo solo bien se lame”, dijo Cabrera a Búsqueda esta semana, consultado sobre la génesis de Mateo & Cabrera. “Pero lo conocía de nombre desde mucho antes, de mi adolescencia, de boca de amigos que me contaban sobre El Kinto. Pero no lo podía escuchar porque no podía ir a sus recitales y ese grupo no había grabado ningún disco (recién saldría uno años después, con base en grabaciones de televisión). Un amigo del barrio los había visto en un teatro y se había muerto, decía que era lo mejor que había visto en su vida. Me hablaba maravillas de los temas, de los arreglos, de la guitarra de Mateo”.

Cuando Cabrera se cambió de liceo, para hacer el preparatorio, comenzó a frecuentar una barra nueva de amigos, y varios eran muy melómanos. Uno de ellos le mostró Mateo solo bien se lame. “Me sorprendió ese sonido, no se parecía a nada que hubiera oído antes. Y ahí me enamoré de La mama vieja, Quien te viera, Yu le le y todos los temas de ese disco increíble. En pleno auge del rock progresivo, de grupos como Emerson, Lake & Palmer, Yes y Genesis, ese sonido acústico era muy novedoso. Y fue muy llamativo que él tocara todo: guitarras, percusión y canto. ¡Y con ese swing! Ahora lo hace cualquiera con un mínimo de experiencia. De hecho, lo acabo de hacer en mi último disco, Simple (lo presenta el 1° de agosto en el Sodre)”. Cabrera enfatiza que en su obra cumbre Mateo también se reveló como un muy buen letrista, por la belleza y poder de síntesis de sus letras, y como un gran percusionista: “Era maravilloso verlo tocar bongós y congas en vivo. Te morías con la forma en que ponía las manos, los dedos, los nudillos, las yemas. Había trasladado un toque propio del tabla, el instrumento hindú, que se toca con todas las partes de las manos. Así él les sacaba múltiples sonidos a los parches”.

La amistad entre Cabrera y Mateo surgió en las antesalas de los estudios de grabación montevideanos. Se conocieron en 1983, en el estudio Sondor, mientras Cabrera grababa el único disco del grupo Baldío, y Mateo grababa Cuerpo y alma, su tercer trabajo de estudio tras el debut y Mateo y Trasante. En esas sesiones, ambos solían quedarse un rato a presenciar las grabaciones del otro. “Empezamos a charlar seguido de música y me contó que le gustaba mucho lo que estábamos grabando con Baldío y otros temas míos”. Se volvieron a encontrar tres años después, en La Batuta, sala de grabaciones que estaba en el Palacio Salvo, donde hoy funciona el estudio Vivace. “Yo grababa Buzos azules, un disco bien de banda, bien rockero, y Mateo era amigo del dueño, el músico e ingeniero de sonido Hugo Jasa, que solía darle trabajos en jingles, porque ahí también funcionaba una productora de jingles. Nos cruzábamos casi todos los días y un día fuimos a tomar un café en Antequera, un bar muy tradicional y famoso en los años 40 y 50, por Juncal, que poco tiempo después cerró definitivamente. Ahí, en noviembre de ese año surgió la idea de hacer un recital y en seguida nos pusimos a ensayar”.

Cuando apenas tenían cuatro temas, Maca (el poeta y diseñador Gustavo Wojciechowski) se enteró del incipiente dúo y los invitó a tocar en la presentación de un libro suyo, en el Circular. El video, con Mateo llamando insistentemente a Cabrera al escenario, puede verse en YouTube. “Tocamos los cuatro temas que sabíamos, y ensayamos todo ese verano. Dos meses después, en febrero de 1987, teníamos todo un repertorio pronto. Pedí La Candela y estrenamos”.

Junto con ese primer ciclo de ocho conciertos en la emblemática sala de 21 de Setiembre y Coronel Mora, en ese entonces un sitio clave del ambiente musical y teatral montevideano, el dúo comenzó a ser contratado para festivales y por otras salas. “Eran muy frecuentes los recitales de cantautores en salas teatrales como el Circular, La Candela y Teatro del Centro, que te permitían pulir un repertorio, mejorar la interpretación y también incluir aspectos teatrales, como esmerarnos en la iluminación y ser prolijos en la entrada y salida de los músicos. Lo hacían Rumbo, Los Que Iban Cantando, Larbanois & Carrero, Leo Maslíah y Juan Peyrou. Éramos todos de la misma barra”.

Animados por el éxito del dúo, en abril reservaron una fecha en el Notariado y decidieron grabar el primer concierto para editar el disco en vivo por Orfeo, que era el sello con el que Cabrera había editado sus dos discos anteriores. En las semanas previas, prepararon un repertorio nuevo, con 20 canciones, diferente al de La Candela. Finalmente, en el ciclo en el Notariado, tocaron una mezcla de ambos programas. La grabación se hizo en la primera fecha, el 11 de abril, a cargo del estudio IFU (Industrias Fonográficas del Uruguay), una entonces muy activa sala de grabaciones situada en la calle Tristán Narvaja (actualmente cuartel general de La Vela Puerca), antes de que desarmara su equipamiento y lo trasladara íntegro a la sala subterránea de la calle Guayabo. “Tuvimos que hacer una mudanza. Llevamos mil equipos en un camión, cargamos unas consolas y parlantes pesadísimos por las escaleras hasta allá abajo, donde está el escenario del Notariado. Un laburo infernal”. A cargo de la logística estuvieron Jorge Iglesias y Roberto da Silva, los dueños de IFU, y los sonidistas Daniel Blanco y Amílcar Rodríguez. Pocas semanas después de los conciertos, el disco estaba en la calle, previa mezcla en el mismo estudio a cargo de los músicos y Rodríguez. Cabrera recuerda que pensaban que sería mejor desde lo económico grabar el disco en ese momento como un registro de esos ciclos. “Queríamos tantear el ambiente, lo veíamos como algo preliminar para, un tiempo después, hacer un disco de estudio. Ni a Mateo ni a mí nos parecía un hito en nuestras carreras. Lo veíamos un disco de paso”.

Voz, guitarra y percusión

En la carrera de Cabrera esta fue la primera vez que grabó un disco así de minimalista. El antecedente más cercano era Montresvideo, su debut absoluto (1977-1980), que era un grupo de guitarras y voces, pero el sonido despojado de Mateo & Cabrera surgió de las circunstancias: “Se dio porque se dio, éramos dos que solíamos tocar solos y por eso fueron dos voces, dos guitarras y percusión. Nunca fue la idea poner bajo, batería y teclados. No daba. La idea era ser un verdadero dúo”.

La belleza y la calidad del disco proviene de su sonido orgánico y envolvente y de las grandes canciones que contiene. Del set list del concierto, en el disco quedaron 12 temas, una limitación estandarizada por los 23 minutos por cara que permitía el vinilo, formato reinante hasta la llegada del CD, a inicios de los 90. Tiene seis canciones de cada lado. De Mateo están varios hitos de su obra, como Yu le le, Mejor me voy y La mama vieja, y tres estrenos: Candombe de Ana (tema de apertura del disco), Cuatro viajes El tartamudo. Si bien prácticamente todo lo que hiciera Mateo resultaba interesante, es evidente que estas novedades no estaban a la altura de las otras tres, verdaderos clásicos de la música uruguaya. Cabrera solo incluyó dos temas preexistentes, dos piezas fuertes de su cancionero ochentoso como El viento en la cara y Méritos y merecimientos.

En cambio, aprovechó la ocasión para estrenar cuatro temas, compuestos especialmente para este dúo: Por ejemplo, Al mismo tiempo, Todo el día y Que vuelve ella. Cabrera destaca que estos temas tienen en común el empleo del contrapunto, un recurso musical que, aplicado a la canción, permite cruzar melodías vocales en simultáneo, incluso con letras distintas. Y, a diferencia de los estrenos de Mateo, varios devinieron clásicos casi de inmediato. Por ejemplo y Al mismo tiempo son baluartes de la canción cabreriana. La primera con sus versos que recuerdan “aquellos días con Marindia en el sol” es una de sus piezas más versionadas por músicos tan disímiles como Liliana Herrero, Carmen Pi y Pedro Dalton. La segunda es para su autor una muestra de la influencia que Mateo ejercía en sus creaciones de aquel tiempo, especialmente en los giros melódicos. Se borran los contornos, comienzan los diseños del sueño, canta en Todo el día, una melodía hipnótica y envolvente que demuestra el gran momento compositivo que vivía Cabrera.

Cabrera explica cómo era el funcionamiento del dúo: “Éramos como una banda donde no hay un líder claro, sino que todo es más horizontal. Los dos opinábamos sobre los temas y los arreglos propios y del otro. En los ensayos lo que era de uno y de otro se desdibujaba. Elegimos todo y compusimos los arreglos entre los dos. En algunos casos uno le escribía al otro lo que quería que cantara y en otros surgía espontáneamente en el ensayo. Él a mí me hizo aprender nota por nota el arreglo de guitarra de Candombe de Ana y Cuatro viajes. En Por ejemplo y Todo el día, todo lo que hace él, cada voz en el coro y cada nota en la guitarra, lo compuse yo. Llevé el arreglo ya hecho desde mi casa. Pero en otros temas hubo mucha interacción”. Ahora bien, en el rubro percusión, Cabrera concede el cien por ciento de los créditos a Mateo: “Ahí está el sello de él, yo no tenía mucha idea de percusión”.

Luego de la grabación, el dúo siguió presentándose unos meses más, hasta que Cabrera recibió una invitación para tocar en un festival en Perú y luego se estableció durante un año en Bolivia. Estuvo casi un año y medio afuera, tiempo en el que Mateo se dedicó a sus últimos dos discos, Mal tiempo sobre Alchemia y La mosca, de corte más innovador y experimental, con producción de Hugo Jasa, con abundantes arreglos de sintetizadores y otros sonidos digitales que comenzaban a expandirse en la música uruguaya. Al regreso de su viaje, Cabrera volvió a reunirse con Mateo y volvieron a tocar en sitios como La Barraca. Además, lo invitó a tocar percusión en cinco temas de El tiempo está después, el disco que grabó ese año, y lo convocó como percusionista para grabar la música de obras de teatro que solían encargarle por ese entonces. “Luego armamos un cuarteto con Mateo, Gustavo Etchenique y Andrés Recagno para un ciclo en el Circular, que lamentablemente no grabamos. Una lástima”, recuerda Cabrera, y su relato desemboca en los últimos meses de la vida de Mateo, en el otoño de 1990. “Después armamos un trío con Mateo y Mandrake Wolf. Íbamos a hacer un espectáculo junto con Los Terapeutas (la banda de Mandrake, que estaba dando sus primeros pasos). Estábamos ensayando ese espectáculo cuando Mateo se empezó a sentir mal. Unos amigos de Mandrake que eran médicos lo atendieron y lo mandaron de urgencia al Clínicas, donde se le diagnosticó el cáncer, que ya estaba muy extendido. Lo internaron y a los 15 días se murió”.

Cabrera recuerda que en ese último tiempo, en el que compartió bastante trabajo con Mateo, entre 1987 y 1990, “él mejoró bastante su imagen en el ambiente, entonces otros bolicheros empezaron a contratarlo más seguido. Pudo laburar mejor y se puso bastante más prolijo, en todo sentido”.

“Las canciones que hice en este disco quedaron selladas en esa grabación. Luego hice algunas otras versiones, pero las definitivas son las de este disco. Por ejemplo es imbatible. Hay magias que suceden un solo día, que tienen que ver con el tempo, con la tímbrica, con el sonido de la guitarra de ese día, lo que hizo él con la voz”. De todos modos reconoce, tal como sostiene Guilherme de Alencar Pinto en el texto crítico publicado en esta reedición, que la noche de la grabación no fue la mejor del dúo. “Hay temas que quedaron muy lindos, pero en otras fechas estuvimos más inspirados, más compactos, mejor ensamblados. No fue una mala noche pero hubo mejores, pero esta es la que quedó”.

Mateo & Cabrera es una fotografía de un momento único, una reunión cumbre que con el paso de los años se volvió una obra de culto. Y que ahora, con esta edición en su formato original, con esa portada icónica y las fotos del concierto, de Mario Marotta impresas en el tamaño que merecen, recupera su valor patrimonial y su esplendor.

Vida Cultural
2021-06-30T18:28:00