Malo como plañidera 2.0

Malo como plañidera 2.0

escribe Fernando Santullo

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Nº 2116 - 25 al 31 de Marzo de 2021

Si hay algo que los creadores de las redes sociales no deben haber imaginado, es que estas se iban a convertir en el lugar de reunión de las plañideras. Como nos desasna Wikipedia: “una plañidera (del latín plangere) era una mujer a quien se le pagaba por ir a llorar al rito funerario o al entierro de los difuntos. Aparece en documentación iconográfica y documental de la Antigüedad y en algunos países del mundo, diferentes culturas siguen practicando usos similares”. Tan vigente es la figura que las redes sociales son hoy el sitio donde, casi siempre de manera honoraria, se reúne la gente para llorar o lamentarse por lo que sea.

O quizá sí, quizá las plañideras sean una de las cosas que sí calcularon los amigos Zuckerberg, Dorsey et al. Que tener un montón de gente quejándose de toda clase de cosas al mismo tiempo, incluso reclamando acciones que se excluyen mutuamente, era una forma de generar tráfico y con eso, más ingresos. No suelo creer en las conspiraciones pero que las hay, las hay. En todo caso, confío más en el cálculo y ese cálculo, el de cuánto pueden aumentar los ingresos de una red social si se llena de gente llorando y gritando por lo que se hizo, lo que no se hizo, lo que se habría de hacer y lo que no se hará, es perfectamente factible de realizar.

Es un cálculo que implica tener a mano un equipo multidisciplinario: matemáticos, capos del marketing, sociólogos, psicólogos e ingenieros de todos los colores. Los Silicon Boys, sucesores de los (por ahora) más aciagos Chicago Boys, sin duda cuentan con todos esos recursos. Cuentan además con una coartada moral de la que los Chicago Boys, pragmáticos hasta el punto de hacer experimentos económicos de la mano de la feroz dictadura de Pinochet, carecían. La coartada es la bondad de la corrección política, una frazada que sirve lo mismo para tapar un roto que un descosido y que deja fuera de los temas que se discuten la calaña de quienes proveen el tablero de juego, esto es, los dueños de las redes sociales.

¿En qué consiste esta coartada moral? En que en estos tiempos de relato sin datos, de narrativa sin evidencia, basta con proclamarse seriamente preocupado por una serie de asuntos para medrar sin complejos con todo lo relacionado con esos asuntos. Basta con proclamarse tal o cual cosa para que, por el poder mágico de las palabras, seamos automáticamente esa cosa. Después de todo, si podemos decidir sin el menor contacto con lo material, qué y quiénes somos, ¿por qué no creerle a Twitter cuando dice que se preocupa por la diversidad mientras censura cuentas que dicen cosas que desagradan a su CEO? ¿Que los datos dicen lo contrario, que son sátrapas dispuestos a vender a su vieja en formato caldito Knorr si eso les da dinero? ¡Que se quiten de ahí esos datos, que ya tenemos tremendo relato al respecto! ¿Cambridge Analytics? ¿Alguien recuerda aún ese asunto?

Volviendo a las plañideras, se podría pensar que el asunto es tan fácil como no abrirse una cuenta en Twitter o no entrar a ninguna red. El problema es que en este instante, con distanciamiento social, con las relaciones reales reducidas a su mínima expresión, las redes son el espacio de construcción/destrucción social por excelencia. No abrirse una cuenta o no ingresar a las redes es, en este momento, una receta tan útil como encerrarse en un armario cuando explota una bomba de hidrógeno a media cuadra de casa. La radiación nos va a calcinar de todas formas, las redes seguirán llorando y marcando agenda entre sollozos, quejas, violencia verbal, mentiras, fake news. Lo que se “discute” (son más bien monólogos paralelos) en las redes termina calando en las políticas públicas y en la construcción de grupos de presión y de interés que operan, esos sí, en el mundo real.

Todo hay que decirlo, las redes son al mismo tiempo una excelente plataforma de divulgación de información valiosa. No solo se pueden seguir cuentas de medios y de periodistas en ellas. Se puede hacer algo mejor aún en tiempos de pandemia: seguir directamente a aquellos científicos que vienen desarrollando las estrategias de combate al virus. O a quienes entienden de modelos matemáticos y nos ayudan a proyectar escenarios posibles en tal o cual dirección. O a los que imaginan alternativas ante la debacle económica que está llegando. Las redes pueden ser una buena puerta de acceso a información, científicos y autores que de otra manera serían difíciles de conocer y encontrar.

Esa zona, la de la información, los datos y las voces mejor preparadas para explicar, es la parte que podemos llamar de “comunicación”, la parte de las redes sociales que resulta relevante para nuestras vidas y que debe ser conservada y potenciada. Las plañideras, por el contrario, son el ruido. Son aquello que confunde, alarma, entorpece, diluye, complica y al final, resulta peor que inútil. La tarea ciudadana entonces, al menos para quienes intentan tener una idea mínimamente realista de lo que acontece a su alrededor, es la de separar lo que sirve de lo que no, lo que informa de lo que desinforma. Lo que nos va a ayudar a capear el temporal en que estamos, de lo que contribuye a sacudir el frágil barquito en que navegamos.

Por eso la mejor forma de no contribuir al ruido es no sumarse al coro de las plañideras. Primero porque en general nuestros temores son relevantes para nuestros seres más cercanos, pero no mucho más allá. Es válido sentirse mal, asustado o confundido. Lo que no es tan válido es disparar a cada instante nuestra carga de dudas, bronca y frustración al éter. Existe la libertad de hacerlo, sí. No resulta especialmente útil en un momento en que aumentar la confusión tiene aristas letales. “Si tiene dudas, consulte a su médico”, decía la vieja publicidad de Gevral. Y sigue siendo así: si tiene dudas, no se sume al ruido de las redes, esquive a las plañideras, que por lo general no saben más que usted sobre el asunto. Busque el dato de una fuente que cite otras fuentes, científicas de ser posible. Búsquelo dos veces más siguiendo ese mismo criterio, cruce la información y, ahí sí, construya un punto de vista propio.

Las redes son un microcosmos en expansión que ha ganado peso en este año de escasos contactos en el mundo de las cosas. Usarlas para chivear está bien. Usarlas para informarse puede estar incluso mejor. Pero para eso debemos superar la querencia por el llanto y la queja destemplada, por la descarga emocional por encima del comentario sereno y ponderado. Lo personal es político siempre que lo político no se disuelva en un caldo cacofónico que vuelve imposible la charla informada. Aunque la puteada enloquecida pueda ser una buena válvula de escape frente a la incertidumbre que trajo la pandemia, la serenidad informada parece mucho más adecuada para intentar salir de ella. “Cuando no tengo nada para decir, mis labios están sellados”, cantaban los Talking Heads en su viejo tema Psycho Killer. No parece un mal consejo.