Matar al mensajero

Matar al mensajero

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2173 - 12 al 18 de Mayo de 2022

“Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”

Más de una vez he cambiado de opinión, y cada vez que leo sobre Julian Assange lo veo bajo una luz diferente. Porque el fundador de WikiLeaks, el pirata informático más famoso de todos los tiempos, para algunos es el genio libertario que marcó un hito en la historia del periodismo, para otros un simple delincuente digital o “el hombre más peligroso del mundo”, o hasta un precursor de la necesidad de revelar secretos de Estado para satisfacer a una opinión pública ávida de escándalos.

Lleva 10 años en un limbo, refugiado desde junio de 2012 en la Embajada de Ecuador en Londres, y detenido por la policía británica desde abril de 2019, cuando el presidente ecuatoriano Lenín Moreno le retiró la protección de su antecesor, Rafael Correa. Hoy, preso en una cárcel británica de alta seguridad desde donde intenta evitar la extradición a Estados Unidos, enfrenta la posibilidad de una condena de 175 años por el delito de “conspiración”, acusado de infiltrarse en computadoras gubernamentales y violar así una ley norteamericana sobre espionaje.

Saltó a la fama en 2010 cuando a través de WikiLeaks publicó cientos de miles de documentos secretos estadounidenses que descubrieron sus prácticas en las guerras de Irak y Afganistán, que revelaron torturas, muerte, violaciones a los derechos humanos, entre ellos el famoso video conocido como Collateral Murder que muestra la matanza de civiles iraquíes desarmados desde un helicóptero estadounidense.

También publicó más de un cuarto de millón de cables diplomáticos con información sobre más de 270 embajadas de Estados Unidos en todo el mundo, documentos que mostraban las prácticas del banco suizo Julius Baer Group para facilitar la evasión fiscal y el manual de procedimiento penal del Ejército norteamericano en la base de Guantánamo, entre otros.

En 2016, en las elecciones estadounidenses y desde la embajada que lo refugiaba en Londres, publicó miles de mensajes secretos de la campaña de la demócrata Hillary Clinton, aparentemente filtrados por Rusia, que habrían contribuido a la derrota de la candidata demócrata. Se lo acusó entonces de ser un canal de propaganda de Putin, y él se defendió: “WikiLeaks ha publicado más de 800.000 documentos relacionados con Rusia o Putin, y la mayoría son críticos”.

Estados Unidos afirma que el australiano no es periodista sino un “pirata informático” que puso en peligro la vida de numerosos informantes al publicar documentos completos sin editar, exponiendo sus identidades públicamente. Se lo acusa de 17 delitos tipificados en una ley de espionaje y uno de uso indebido de ordenadores, aunque no hay cargos en su contra por difundir información clasificada, porque de esa forma se abriría un frente contra todos los medios que publicaron documentos, a los que también podría imputarse.

En enero de 2021, la jueza Vanessa Baraitser dictaminó que Assange no sería enviado a Estados Unidos debido a un “riesgo sustancial” de suicidio frente a la posibilidad de verse sometido al estricto sistema carcelario norteamericano. El relator sobre Tortura de Naciones Unidas, Nils Melzer, había comunicado su inquietud por la exposición de Assange a un “severo dolor y sufrimiento, infligido mediante varias formas y grados de tratamiento o castigo cruel inhumano y degradante, que claramente constituye tortura psicológica”. La Justicia estadounidenses impugnó el fallo de Baraitser ante el Tribunal Superior, y logró que otro juez británico lo revocara y aprobara formalmente su extradición, gracias al aval ofrecido a última hora por Estados Unidos, aval que asegura el bienestar y seguridad del reclamado. Se han agotado los recursos procesales, aunque todavía deberá pronunciarse la ministra del Interior del Reino Unido, la conservadora Priti Patel.

“Mientras los militares norteamericanos que cometieron esos crímenes de guerra no han sido sometidos a ninguna investigación, el periodista que los reveló está viviendo una de las persecuciones judiciales más despiadadas que jamás se han visto”, denuncia Aitor Martínez Jiménez, abogado del equipo de la defensa legal, liderado por Baltasar Garzón. Agrega que  la situación supone un “gravísimo atentado al derecho a la libertad de prensa en el mundo”.

“Assange y WikiLeaks recibieron información de fuentes anónimas relativa a la comisión de graves crímenes de guerra y simplemente procedieron a su publicación, en asociación con los grandes medios del mundo, que no han sido perseguidos. Por lo tanto, se está criminalizando la propia labor del periodismo”.

¿Quién es entonces Julian Assange? ¿El periodista que se ha enfrentado al poder para difundir sus secretos más turbios? ¿El hacker sindicado como colaborador de la agenda política de Rusia y de Putin? ¿Un insensato que expuso a sus informantes? En cualquier caso y cualquiera sea la luz con que lo veamos, las acusaciones contra el fundador de WikiLeaks sientan un peligroso precedente legal contra el ya alicaído periodismo de investigación en todo el mundo. Porque más allá del laberinto de las imputaciones, desde el punto de vista legal es muy discutible que un extranjero que operó fuera del territorio norteamericano, pueda ser juzgado por violar sus leyes sobre secretos de guerra, sin estar en tiempos de guerra.

Lo cierto es que Assange cometió hibris: desconoció los límites de los mortales frente al dios Poder. Y los dioses, tan proclives a matar al mensajero, muestran así la hilacha frente a temas como la transparencia y la libertad de expresión, y sientan un oscuro precedente en la persecución, no ya de los criminales, sino de quienes los denuncian, periodistas y editores. Y así, la derrota de Assange no será solo suya, será otro momento de luto para la prensa libre, para nuestro vulnerable y vulnerado derecho a la comunicación y a estar informados.