Mejor que el dinero

escribe Javier Alfonso 
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El quinteto que toca en el escenario de la Casa de la Cultura casi no tiene veinteañeros. Piano, bajo, guitarra, flauta y saxo tenor. Son estudiantes de las dos escuelas de jazz que funcionan en Mercedes. La de Jazz a la Calle y la Utec. El pianista les pide que hagan una base bebop. Les hace algunos ajustes y después toca con ellos un buen rato. Toca con intensidad. Vibra. Cierra los ojos. Salta sobre el asiento. Cinco minutos con David Kikoski para cinco principiantes sería, sin dudas, un buen rato. Pero el músico nacido en Nueva Jersey hace 61 años, considerado entre los mejores pianistas de jazz del mundo, autor de una treintena de discos, que ha compartido estudio y escenario con los más grandes, que tiene un Grammy en sus repisas y que toca en los principales festivales del planeta, pasará las próximas dos horas con ellos ahí arriba. Estamos en la mañana del viernes 20 en la ciudad de Mercedes. Afuera el termómetro se aproxima peligrosamente a los 40 grados. En la sala el aire acondicionado es un refugio invalorable. Tanto como la entrega de este virtuoso intérprete y compositor, a cargo de una de las tres clínicas diarias que ofreció este año el Encuentro Internacional de Músicos Jazz a la Calle, en su edición número 15.

Ahora les pide que hagan una progresión de blues. Mientras tocan, él camina sin parar por el escenario. Se concentra en el bajista. Le sugiere, en el piano eléctrico, variantes de su mantra de notas graves. Le indica cuáles debe tocar sí o sí al comienzo de cada ciclo para que su instrumento cumpla su rol fundamental: ser el cimiento rítmico y armónico del ensamble. Ahora les habla a todos: les cuenta que cuando toca intenta “conversar” con los demás instrumentos. Que saca temas de conversación con determinados fraseos, o que hace “comentarios” sobre lo que acaba de tocar la batería o el contrabajo, por ejemplo. Y que para mantener esa “charla” lo fundamental es estar atentos a lo que pasa, receptivos en todo momento y tener el coraje de “inventar algo nuevo todo el tiempo”.

La pianista, de 18 años, se llama Ana Clara y en estos días es una figura infaltable en los toques callejeros que llenan de música cada atardecer y en las jam de improvisación de trasnoche que se arman junto al escenario, en la Manzana 20. Kikoski le pide que filme lo que él está haciendo en el piano y que después se lo pase a todos los que quiera. El público hace preguntas. ¿Qué es lo fundamental en la música? La pasión por la música, la capacidad de escuchar a los demás y las ganas permanentes de mejorar, responde.

Termina la master class y Kikoski es abordado por media docena de músicos que estaban en la platea. Habla con todos a la vez. Saca su celular del bolsillo. Anota el número de teléfono de uno de ellos para mandarle unos videos por WhatsApp. Le piden fotos y acceede. Le pide el número de celular a la pianista y le promete enviarle unas partituras. Afuera el calor es bochornoso. Kikoski acepta gustoso el pedido de Búsqueda de una breve entrevista en el momento. Pide para hacerla en algún bar cercano. Quiere tomar un café con leche. No sabe si quiere comer. Lo único que quiere ahora es un café con leche. Al mediodía y con 38 grados a la sombra. Allá vamos. Se une Ana Clara. La entrevista tiene lugar en la terraza de un restaurante sobre la bella rambla mercedaria, mientras Kikoski toma su café con leche y mientras esperamos la comida. Kikoski pidió muslo de pollo a la parrilla con puré y una botella de agua mineral con gas. Al igual que en la Casa de la Cultura, se muestra gentil, locuaz y desaprensivo con lo más valioso que tiene para ofrecer además de su música: su tiempo.

David Kikoski en acción

¿Cómo es que un músico encumbrado como él llega a Mercedes, teniendo en cuenta que no es un festival tradicional sino un encuentro autogestionado, organizado por la gente de la ciudad, donde se cubren todos los costos pero no se paga cachet? “Ellos me están pagando con la posibilidad de llegar, tocar con buenos músicos en una ciudad donde nunca había estado, transmitir mi experiencia a estos jóvenes que están empezando y además grabar en un teatro con un buen piano (El Young de Fray Bentos). No necesito nada más. ¿Por qué no iba a venir? Me están pagando con algo mejor que el dinero”. Kikoski cuenta también que se enteró de Jazz a la Calle por el baterista argentino Juan Chiavassa, radicado en Nueva York y asiduo colaborador suyo, que ya había tocado en Mercedes y estará detrás de los parches al día siguiente en el concierto principal, en una Manzana 20 repleta. “Él me hizo esta triple propuesta y arregló todo con la gente de acá. No podía decir que no. Más no puedo pedir”.

A las 22.35 del sábado 21, tras una efervescente presentación del grupo uruguayo de fusión rock-pop-jazz-electrónica Bolsa de Nylon en la Rama de un Árbol, liderado por Diego Cotelo, que terminó con la platea de pie, bailando los últimos tres temas, salió a escena David Kikoski. Lo acompañó un cuarteto de músicos argentinos integrado por Chiavassa en batería, el contrabajista Germán Lamonega (radicado en Ciudad de la Costa) y la dupla más experimentada de Mercedes: el trompetista Federico Lazzarini, director de la Tecnicatura en Jazz que se dicta en la Utec, y el saxofonista Juani Méndez, director de la Escuela de Música del Movimiento Cultural Jazz a la Calle. Ensayaron el viernes y el sábado; eso fue suficiente. Durante 100 minutos dieron un estupendo concierto que consistió en siete temas: tres de Kikoski, otros tres de los músicos y un estándar final: Billie’s Bounce, de Charlie Parker. En varios momentos, Kikoski se dirigió al micrófono para agradecer al público y especialmente al tándem de esfuerzos (Utec-Jazz a la Calle) que hizo posible su llegada. Como en la clínica del viernes, encendió el fuego en el alma del piano, saltó del taburete durante todo el rato y caminó a los costados sin parar en los pasajes en los que le tocaba descansar. Es, seguramente, el músico de mayores quilates que ha pasado por Mercedes en estos 15 años de Jazz a la Calle. No necesariamente el mejor, sí el más trascendente a escala mundial. Y Mercedes se lo retribuyó de pie. Apenas terminó de tocar, Kikoski fue a buscar su mochila al camarín y salió caminando rápidamente hacia la feria artesanal instalada en la rambla. Un atrapasueños de grandes dimensiones y módico precio había atrapado su mirada y lo compró para regalárselo a su hermana que vive en Nueva Jersey. A la pasada vio un llamador de ángeles hecho de caña que también costaba 300 pesos. “¿Siete dólares, nada más? ¡Más barato que la comida! Lo llevo para mí”.

Pero hubo mucho más en la 15a edición de Jazz a la Calle: grandes performances, como la de los brasileños Picumã, los paraguayos del Ensamble Palito Miranda (a quienes Kikoski pidió que lo lleven a tocar a su país), el guitarrista argentino Alan Plachta con su grupo La Cocina Magnética y el Tantanakuy Ensamble, una banda de 15 músicos radicados en Buenos Aires, oriundos de varias provincias argentinas, dirigido por el guitarrista, productor, arreglador y compositor bonaerense Federico Gamba. El deslumbrante concierto que dieron el viernes 21 en el Teatro 28 de Febrero, en el que hicieron gala de su ecléctica fusión entre géneros folclóricos como la chacarera y el huayno, con una matriz instrumental de una big band a la que sumaron guitarra, contrabajo, percusión y un cuarteto de cuerdas, fue una de las mayores revelaciones de la semana.

Pero más allá de Kikoski y la troupe de jazzistas que desde hace 16 años invade la ciudad, la mejor actuación fue, por supuesto, la del increíble Movimiento Cultural Jazz a la Calle, compuesto por más de un centenar de voluntarios mercedarios que cada enero logran la proeza de demostrar que siempre se puede ser un poco más generoso, que siempre se puede compartir un poco más y que siempre se puede ensanchar aún más el significado de esa palabra que tanto veneran: encuentro.

Vida Cultural
2023-01-26T00:24:00