Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos

Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos

escribe Fernando Santullo

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Nº 2183 - 21 al 27 de Julio de 2022

Una de las cosas más interesantes de participar en un programa televisivo de debate es constatar, cada semana, las expectativas que mucha gente pone en ellos. Es una queja recurrente entre los espectadores la falta de claridad en el tratamiento de los temas planteados. O que el programa no dé respuestas definitivas a los asuntos que se tratan. En resumen, es interesante observar la distancia que existe entre lo que se propone y efectivamente puede entregar un periodístico de debate y lo que su audiencia parece esperar del mismo.

Es interesante porque en esa brecha que se abre caben todos los reproches que se le suelen hacer a la prensa y que, hasta donde logro entender, no son asunto de la prensa. No es asunto de la prensa proveer respuestas sobre los temas de actualidad. No es asunto de la prensa decirle a la ciudadanía cuáles deben ser sus posturas frente a la realidad. Ni es asunto de la prensa hacerse cargo de que la vida política y ciudadana del país no genere suficiente interés entre los ciudadanos como para informarse seriamente de los temas que le atañen. Admitámoslo, de una tertulia radial, de un artículo periodístico, de un programa de debate televisivo, no es posible extraer al completo el material para las decisiones que necesitamos para manejarnos en nuestra vida ciudadana, si es que nos interesa ejercerla.

Todos esos dispositivos nos servirán apenas para vislumbrar los contornos del problema o del asunto. Nos servirán para integrar, si hay suerte y el periodístico es serio, algunos datos relevantes. O algunas visiones que nos pueden proporcionar alguna orientación. Pero de ninguna manera sustituyen la necesidad ciudadana de informarse a fondo si ese asunto es de su interés. Es verdad, cuanto más expuesto esté el ciudadano a estos contenidos periodísticos, es más probable que se pueda hablar de una ciudadanía informada. Pero eso no sustituye la necesidad de ir a las fuentes.

Un ejemplo concreto: se está tramitando en estos días lo que popularmente se conoce como proyecto de ley sobre la tenencia compartida. Esa iniciativa legal, presentada por el oficialismo, surge de dos proyectos distintos, uno de Cabildo Abierto y otro del Partido Nacional, que se unificaron y que, con la anuencia de a ratos reticente del resto de la coalición gobernante, fue votado en la Comisión de Constitución y Legislación del Senado y será discutido en breve en el Plenario de dicha cámara. Para entender el detalle de este proyecto es evidente que no alcanza con dedicarle una hora a la radio o a la tele durante el fin de semana. Claro, tampoco basta con leerlo, que para ser entendido cabalmente requiere bastante más que una hora. Es decir, no basta con escuchar una tertulia o leer el proyecto de ley a la carrera. Es un buen comienzo pero, creo, no es suficiente.

Ahora, ¿es razonable esperar que la ciudadanía, que anda ocupada en sus cosas y que en la inmensa mayoría de los casos no tiene el tiempo que se necesita para informarse de un asunto tan importante en nuestra convivencia, lo haga? No, no es razonable. Y por eso es que tenemos toda una estructura de representación: se supone que nuestros representantes sí que le dedican tiempo a mirar estos asuntos en profundidad, de forma tal que nosotros no tengamos que ocuparnos de ellos y, al mismo tiempo, tengamos la tranquilidad de que alguien se preocupa por entenderlos a fondo. Sin embargo, creo que contar con esa representación, no implica 1) lavarse las manos respecto a la necesidad de informarse seriamente, y 2) pedirle a la prensa que nos haga los deberes inherentes a nuestra condición ciudadana.

Y esto conecta con uno de los problemas que muchas veces no vemos o no entendemos: nuestra vida en sociedad implica lidiar con temas que son de difícil resolución y que no tienen respuesta simple o directa. Obviamente, siempre se puede apelar a la ideología, la que sea, y sin más trámite meter esos asuntos en una bolsa y despacharlos como si fueran algo sencillo, que no merece más consideración. Porque así lo dicta, en general y de manera previa, el menú de ideas que elegimos cuando teníamos 20 años y del cual no nos hemos movido un milímetro. Como si el mundo no cambiara constantemente, como si la realidad fuera una foto fija. Cambian nuestros gustos musicales y gastronómicos, cambia nuestra sexualidad, cambia todo. Menos el recetario político que nos resolvía el mapa de la realidad social y política que nos encontramos al iniciar la vida adulta. Y ese es el camino opuesto a la complejidad real.

Volviendo al periodismo, un problema adicional que presenta cuando se lo trata como fuente única de información es que su lógica informativa se cruza con otras lógicas, menos útiles para el ciudadano. Un programa televisivo, por ejemplo, depende en alguna medida del rating que sea capaz de generar. En concreto, de cierta “espectacularidad” que el asunto tratado pueda alcanzar. Y esa lógica no necesariamente va de la mano de una mejor información. Sí, uno puede encontrar en esos programas datos y opiniones que tengan sentido pero junto con eso, como en los ríos secos que se llenan cuando comienzan las lluvias, viene una maraña de troncos, barro y material de más dudosa calidad. Y eso es así porque la televisión, la radio, los medios en general, al mismo tiempo que informan siempre, en algún punto, rinden pleitesía a otras lógicas.

En ese contexto, ¿tiene sentido reclamarles a los medios que se limiten a informar, sin meter ninguna otra clase de lógica en el asunto? Es difícil, los medios que hacen eso por lo general no duran mucho en el ecosistema mediático. O si duran es porque alguien, uno de esos “powers that be” que existen pero que dicen que no existen, los banca en las sombras. Y en ese acto, incorporan su lógica política, su ideología, al medio en cuestión. El problema no parece de fácil solución por ese lado. Ni tampoco por el de la representación que, como sabemos, muchas veces nos deja en manos de unos representantes que tienen los mismos prejuicios que el ciudadano de a pie, con lo cual el asunto no avanza mucho.

Hasta donde logro entender, la única solución viable pasa por el ciudadano y por su capacidad de interesarse por los temas que le atañen, de una manera profunda. Una que vaya más allá de escuchar un programa, leer una nota y repetir lo que se leyó en las redes. Una que sea capaz de sacar la cabeza de ese balde que finalmente resulta ser nuestra zona de confort ideológico habitual. Claro, es muy probable que eso limite el número de personas que se informen a fondo. Pero en realidad esto ya es así. Ya son relativamente pocos los ciudadanos que toman toda esta molestia.

Dedicarles tiempo a los asuntos de nuestra vida en común es el precio que pagamos por la libertad de no tener un déspota sobre los hombros, uno que nos ahorre todo el trámite ciudadano por la vía de decidir todo por su cuenta, nos guste o no. Por eso, por lo que obtenemos a cambio, gastar tiempo en ser un ciudadano informado, no parece un precio demasiado alto. Tal como dijo el prócer: nada podemos esperar si no es de nosotros mismos.