Nº 2151 - 2 al 8 de Diciembre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl drama de mi amigo revirtió su incultura de décadas sobre el consumo de bebidas alcohólicas. Admitió como exclusiva responsabilidad fomentar el consumo de su hijo cuando terminó secundaria. Para festejarlo abrió una botella de whisky y luego de beberse más de la mitad terminaron durmiendo la mona acostados sobre el césped de su jardín de Carrasco. Ese día comenzó el descontrol. Luego no quiso o no supo ponerle freno: “Beber es socialmente aceptado y lo creía inseparable de los hábitos masculinos. También, como dicen los tangos, el alcohol ayuda a olvidar pesares”.
Dos años después de aquel festejo su hijo y un compañero sufrieron comas etílicos. Fueron rescatados de la muerte por otros amigos. Aunque también borrachos, atinaron a pedir asistencia médica. Faltó poco.
El compungido padre averiguó que a la fiesta habían asistido unos 15 adolescentes, varones y mujeres. Entre todos dieron cuenta de cuatro litros de whisky y otros tantos de vodka mezclados con refrescos. También tuvieron a mano vino y cervezas.
En un coma etílico se pierde la conciencia, que es provocada por una intoxicación aguda cuando se sobrepasan los tres gramos de alcohol por litro de sangre. Se arriesga una depresión respiratoria y la eventual muerte por asfixia. Mi amigo asumió sus errores pero el pasado es irrecuperable y el futuro, dominado por la adicción, incierto.
Esta historia me condujo a indagar con algunos. Con orgullo (y reproche) alguien remarcó que Juan Carlos Onetti, pese a ser un ebrio consuetudinario de whisky, escribió páginas geniales y que Obdulio Varela, con el vino a cuestas, produjo hazañas deportivas sin iguales. Otro me tildó de pacato. Pero una mayoría sensata coincidió con la imperiosa necesidad de prevenir y controlar con severidad.
Pocos gobernantes, dirigentes partidarios y gremiales, y responsables de organizaciones sociales se han movilizado para buscar soluciones. Por el contrario, algunos han intentado eliminar la tolerancia cero al conducir y lo fundamentan en mediciones internacionales, en países en que la tolerancia cero no existe o sus mediciones “permiten beber una que otra copita”. En algunos países hay pena de muerte y cadena perpetua, aquí no, y eso no quiere decir que se deban establecer.
Una excepción es el senador blanco Gustavo Penadés. Propone crear el delito de “conducción temeraria” con pena de prisión para quien bajo los efectos del alcohol o las drogas ocasione accidentes con muertes.
Lo indiscutible es que la responsabilidad es compartida entre padres y gobernantes. Un ejemplo de indiferencia, de irresponsabilidad, ocurrió en agosto en Salto. Una jueza penal intentó impedir airadamente que autoridades municipales y policías le incautaran el auto a su pareja, un abogado que conducía con más alcohol del permitido. Se formuló la denuncia y la jueza sigue muy campante. Aval para una borrachera de poder.
Cualquier debate termina ante la contundencia de datos imparciales. El Ministerio de Salud Pública (MSP) recordó el año pasado que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció que la media de consumo de alcohol en Uruguay es más alta que el promedio mundial. Tenemos el consumo per cápita más alto de las Américas y supera a algunos países europeos. De clasificar para el Mundial de Fútbol de Catar, muy poco. De abusos alcohólicos, mucho.
Esos estudios evalúan el consumo episódico excesivo, esto es, el consumo de más de seis medidas estándar en una sola ocasión. En Uruguay se constató que el 25% de los adultos tuvo un episodio de esos en el mes de la encuesta. De ese total, 28% correspondió a jóvenes de entre 13 y 17 años.
Como agravante se añade la baja percepción en edades tempranas sobre los perjuicios del consumo de alcohol en la salud. Hay una clara evidencia de que, cuánto más temprano se comienza a beber, más riesgos existen de que sea perjudicial, dice el licenciado Luis Galicia, referente de las áreas programáticas del MSP. El alcohol es uno de los principales factores de riesgo de mortalidad y discapacidad, señaló.
¿Alguien puede dudar de que el excesivo consumo de alcohol constituye una epidemia peor que la del coronavirus? Para eso no hay vacuna que valga y hay negacionistas-adictos en todos los sectores de la sociedad.
El consumo en los uruguayos mayores de 15 años es de 11,1 litros de alcohol puro por persona por año, lo que se distribuye en vino (44%), cerveza (35%) y licores destilados (21%). Quiere decir que una persona promedio de Uruguay toma por año 77 litros de cerveza, 41 litros de vino y 6 litros de licores destilados.
Los especialistas establecen que los principales factores de riesgo para enfermedades cardiovasculares son la inactividad física y el sedentarismo, la alimentación no saludable, el tabaco y el alcohol. Llegan a 18.600 las muertes que se producen en Uruguay a causa de estas enfermedades. Se estima que el consumo de alcohol es el causante de 9,5% de los fallecimientos por año y el 9,6% de pérdida de vida por discapacidad a raíz de accidentes cardiovasculares, encefálicos, hemorrágicos.
La OMS define los patrones de consumo de la siguiente forma. Consumo de bajo riesgo: consumo regular menor a 10 gramos diarios de alcohol en la mujer y 20 gramos diarios en el hombre. Consumo de riesgo con consecuencias adversas para la salud: de 10 a 20 gramos diarios de alcohol en mujeres y de 20 a 40 gramos de alcohol diarios en varones. Consumo perjudicial con consecuencias para la salud física o salud mental de la persona: la ingesta regular promedio de más de 20 gramos de alcohol al día en mujeres y de más de 40 gramos al día en hombres. Consumo excesivo episódico o circunstancial de un adulto es de por lo menos 60 gramos de alcohol en una sola ocasión.
El acto catártico, de euforia o festejo de beber sin medida solo puede ser controlado por severas normas y sanciones. Por ahora, son timoratas.
Así nos va.