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    País chico, desafío grande

    Columnista de Búsqueda

    N° 2060 - 20 al 26 de Febrero de 2020

    Hace algunas semanas escribí una columna sobre Finlandia, una en la que recordaba que ese país no era un enemigo y que ni siquiera era un país depredador de otros países. Que sus logros en materia económica y educativa eran bastante recientes y más bien ajenos a la división internacional del trabajo. Decía también que si esa división fuera el inmóvil sistema de castas económicas entre países que pretenden algunos, Finlandia nunca habría llegado a ser Finlandia: hasta hace poco tiempo los finlandeses emigraban de un país que no les ofrecía muchas opciones.

    Para sostener algunas de las cosas que decía en esa nota, en más de una ocasión citaba al exrector de la Universidad de la República (Udelar) Rafael Guarga, quien además de haber ocupado las más altas jerarquías de esa institución, lidera una pequeña empresa de innovación tecnológica que vende sus innovaciones por medio mundo. El exrector (y exdecano de Ingeniería) leyó la columna, me contactó y terminé teniendo una, otra más, interesante charla con el ingeniero que se va a hacer cargo de que la ampliación del Canal de Panamá se vea libre de las nieblas que impiden su navegación varios días al año. Parece que su pequeña empresa a veces asume desafíos gigantes.

    La charla derivó sobre varios temas, pero entre ellos Guarga destacó la importancia de la tasa de patentes por millón de habitantes. “Si nuestra proporción de científicos por millón de habitantes es la décima parte de la que tienen los países desarrollados, en las patentes esa proporción se reduce a la centésima parte”, apuntó Guarga, quien cree que en buena medida eso se debe a que la mayor parte de la producción científica del país no sale del ámbito académico y, menos aún, se vincula con el sistema productivo. Mientras el conocimiento no se vincule con la producción, decía Guarga, la academia seguirá resolviendo problemas que corresponden y son planteados en otras realidades nacionales que no son la nuestra. Y sus resultados, medidos en papers y publicaciones en revistas especializadas, servirán a esas realidades, no a la nuestra.

    Mi impresión es que sí, que efectivamente la academia en Uruguay, especialmente la Udelar, tiende a mirar con malos ojos el vínculo con el sistema productivo. Más precisamente, con la idea de empresa. Quizá porque buena parte de esa academia cree encontrarse ideológicamente en las antípodas del empresariado, quizá porque la carrera universitaria limitada al ámbito de la propia Universidad ofrece una vida estable y con pocos sobresaltos, quizá por otras razones, pero el hecho es que ese vínculo dista bastante de ser fluido. Si el número de patentes registradas por millón de habitantes dice algo al respecto, y Guarga cree que sí, el problema es grave.

    El exrector cree que es necesario romper con esta barrera y que los comunicadores tenemos un rol importante en esto. Yo estoy de acuerdo, creo que se puede “comunicar” en ese sentido, intentando sacarle hierro a esa visión. De lo que no estoy tan seguro es que con eso baste, dado el actual sistema de incentivos en que se mueve hoy la academia en nuestro país. Y no solo la academia: la mitad de mis conocidos trabajan en uno u otro ámbito del Estado. En algunos casos, luego de haberlo intentando durante años, en otros más bien de rebote, simplemente porque apareció la oportunidad de hacerlo. Y creo que ahí, en esa omnipresencia estatal que arrastra incluso a quienes no tienen demasiado interés en el asunto, reside uno de los principales impedimentos para que se potencie el vínculo entre academia y producción.

    Por otro lado, si se trata de una meta colectiva, es decir, de algo que nos conviene a todos, el desarrollo de ese vínculo no puede depender de ninguna manera de las intenciones de cada uno, tiene que ser parte de un sistema de promoción de esa idea, uno que sea impulsado desde el Estado. Y que, por supuesto, no dependa en exclusiva de la voluntad de quien gobierna en un momento dado. Tiene que ser una política de Estado, no un puñado de buenas intenciones desparramadas de manera random por el tejido social. Y eso, hacer una política de Estado que vincule la academia, el sector productivo bajo el empuje y la habilitación del Estado, es difícil.

    Ojo, no estamos hablando de partir de cero. Ahí está el Polo Tecnológico de Pando de Facultad de Química de la Udelar. Y también la ANII, que es un muy buen paso en esa dirección. Un paso que, evidentemente, no puede depender solamente de los humores de este u otro gobierno y que debe estar dotado de cierta autonomía. Quizá bajo la dirección política coyuntural de quien esté en la oficina en esos días, pero sin ver cuestionada su supervivencia ante cada cambio de gobierno.

    En resumen, nada que se aleje demasiado del ya clásico modelo de innovación de la Triple Hélice: la interacción coordinada de la academia, la industria y el gobierno. Es verdad, este modelo de cooperación no siempre funciona de manera fluida si alguna de sus tres patas es débil o está poco consolidada. Pero ese no parece ser el caso de Uruguay, que es una democracia seria, con un empresariado consolidado y una academia que produce científicos que de verdad lo son.

    El problema, hasta donde logro entenderlo, es que resulta difícil convencer a los académicos de que se alejen de la tranquilidad de los papers y las publicaciones en revistas, cuando todos los incentivos señalan en esa dirección. Y, en contrapartida, no son tan evidentes las opciones en el terreno de cruce entre el conocimiento y la industria. Y esto seguirá siendo así en la medida en que, ante una necesidad tecnológica, el empresario vaya por el camino fácil y compre lo que necesite en alguna feria de San Diego o Barcelona.

    ¿El motor debería ser empujar un sentimiento de protección del conocimiento local? ¿Deberíamos enroscarnos en una suerte de autarquía tecnológica? Entiendo que no, entiendo que no tiene el menor sentido ponerse a desandar un camino que ya se transita desde hace tiempo. Pero al mismo tiempo entiendo, y creo coincidir con Guarga en esto, que un mundo en donde el conocimiento y sus aplicaciones tecnológicas son cada vez mas relevantes, un país sin masa crítica como Uruguay tiene allí, en el desarrollo de ese vínculo, una de sus pocas opciones de transformación y crecimiento.

    Finlandia no es hoy una sociedad más cerrada que cuando comenzó la transformación socioeconómica que lo convirtió en un país desarrollado, a la cabeza de la innovación tecnológica, bien arriba en el ranking de patentes que recordaba el exrector de la Udelar. Al revés, Finlandia era un país importador neto de capitales y tecnología que en cierto momento eligió invertir y, sobre todo, mejorar su inversión en educación. Que decidió conectar ese conocimiento con los sectores productivos con los resultados conocidos. Lejos de ser un “enemigo” de Uruguay, es un ejemplo de cómo un país chico y que arranca con un montón de desventajas, puede encontrar un nicho viable distinto al de productor de materias primas. No parece un mal camino a seguir, si colectivamente se cuenta con esa energía. Condiciones tenemos, ¿habrá voluntad política y de Estado para hacerlo?