Simplemente Stalin

escribe Eduardo Alvariza 
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El 5 de marzo de 1953 murió a las 21 horas y 50 minutos como consecuencia de un derrame cerebral Joseph Vissarionovich Dzhugashvili, conocido en el mundo como Stalin. Los ritos funerarios duraron varios días y fueron registrados por los camarógrafos más prestigiosos en ese entonces de la Unión Soviética. El material nunca vio la luz hasta que el realizador ucraniano Sergei Loznitsa, junto con sus habituales colaboradores lituanos, el montajista Danielius Kokanauskis y el sonidista Vladimir Golovnitski, desenterraron los archivos, accedieron a otros contenidos inéditos y los digitalizaron hasta convertirlos en State Funeral (2019, reciente estreno de Mubi), que en poco más de dos horas nos presenta el espectáculo, puro y duro, sin ningún comentario agregado (con excepción de una lapidaria placa final), de las exequias de Stalin.

Vemos el ataúd rojo, el cadáver, las manos de Stalin rodeadas por un mar de flores. Los soldados en procesión, las multitudes en Moscú y en otras ciudades y pueblos de la inmensa Unión Soviética congregadas para rendir sus respetos, los obreros en las fábricas y en las plataformas marítimas, los niños depositando coronas, los altoparlantes anunciando la noticia: “El compañero de armas de Lenin, infinitamente querido y bondadoso, tan genial y que daba tanto amor, un amor entregado a la humanidad, ha dejado de existir. Todos los niños conocían su nombre desde el nacimiento, y su nombre seguirá iluminando nuestro camino hacia la felicidad universal y maravillosa del comunismo”. Este es un breve resumen de varios discursos pronunciados a lo largo del documental, mientras las delegaciones extranjeras de otros países comunistas y miles de rostros acongojados pasan lentamente ante el féretro. Reiteramos y prevenimos: dos horas ininterrumpidas con semejante desfile.

Loznitsa solo muestra el espectáculo, y lo hace de un modo cinematográficamente apasionante, acompañado por música ocasional de Schubert, Mendelssohn, Mozart, Chopin, Schumann y Tchaikovsky. Deja que el efecto sea acumulativo, que el culto a la personalidad se desarrolle tal cual fue, que la procesión de almas sea total, que las campanadas y cañonazos y pitidos de locomotoras al unísono sean emocionantes. Cero comentario. Ningún tipo de manipulación. Nada. En la secuencia final, sobre una gigantesca cantidad de coronas funerarias depositadas en honor a Stalin, suena una dulce canción de cuna: “Duerme bien, pequeñín, duerme bien, mi bebé…”. Dos soldados custodian el Mausoleo. Fin. Y a continuación, la inevitable placa que agrega Loznitsa: “De acuerdo a investigaciones históricas, más de 27 millones de ciudadanos soviéticos fueron asesinados, ejecutados, torturados hasta la muerte, encarcelados, enviados a los campos de trabajos forzados, conocidos como gulags, o deportados durante el régimen de Stalin. Se calcula que 15 millones más murieron de hambre. En 1956, el vigésimo congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética condenó el régimen de Stalin como un culto a la personalidad y convocó a la desestalinización del país. En 1961, el cuerpo de Stalin fue sacado del Mausoleo y enterrado en el muro del Kremlin”.

Una vez concluido State Funeral, Mubi agregó un diálogo entre Loznitsa y el también documentalista italiano Pietro Marcello. Para Marcello, confeso anarquista, la película es profundamente coral a pesar del geocentrismo que provoca la figura del dictador. Loznitsa responde que en realidad no se trata de su película, sino de una que jamás vio la luz, que sería monumental, imperial, y se titularía La gran despedida. Las autoridades soviéticas la vieron un mes después del funeral de Stalin y decidieron dejarla enlatada. El material quedó archivado hasta 1988 por la censura. Con Gorbachov y la Perestroika fue posible acceder a él, pero nadie estaba interesado. Treinta años después, Loznitsa le da una nueva vuelta y nos acerca estas imágenes en color y en blanco y negro, aclarando que no se trata del pasado, sino de “lo seductora que es, en general, esta forma de poder, incluso para las masas, que son animales de sacrificio”. Y va un poquito más lejos: “El pensamiento que quise expresar en esta película es muy sencillo: Stalin es una alegoría de toda esta gente que tiene, dentro de sí, un pequeño Stalin, que comparte todas estas visiones y que compone, como pequeños ladrillos, todo este aparato de destrucción humana totalitarista”. Sin ir muy lejos, hace un tiempo en nuestro país alguien propuso, pensando en los niños, comparar el mundo placentero y feliz de los pitufos con el comunismo. Estaba el pitufito que cortaba leña, el que hacía casitas, el que sacaba agua, el que preparaba la comida, el que daba de comer a los animales. No se aclaraba dónde se emplazaba la simpática casita de la KGB.

Las comparaciones de State Funeral con El triunfo de la voluntad, el documental de Leni Riefenstahl sobre el congreso nazi de Nuremberg de 1934, resulta inevitable. El mismo culto a la figura de un dictador, la misma devoción de las masas. Hay gente que se rinde ante el poder del líder absoluto, del tirano. Para valorar el material desde un punto de vista estrictamente cinematográfico es necesario dejar de lado cualquier juicio moral o político. Son imágenes espectaculares que registran un momento histórico, que se hilvanan por sí mismas. Por más diabólico que suene, estamos allí, ante el féretro de la bestia, junto con todos los que rinden tributo, lo despiden y lloran desconsoladamente. Por qué suceden estas cosas será siempre motivo de debate y de posiciones diferentes. Cuando Loznitsa proyectó el documental en Rusia, hubo gran cantidad de espectadores que, de una u otra manera, se manifestaron partidarios de Stalin. Saquen sus conclusiones.

Para complementar State Funeral, Mubi ha colgado otras realizaciones del cineasta ucraniano sobre la Unión Soviética, como The Trial (2018), un juicio-farsa a dirigentes de industrias acusados de sabotaje y actividades contrarrevolucionarias, muy tedioso y con un valor puramente testimonial, que culmina con un pedido de fusilamiento para los culpables y una cerrada ovación en la sala (algo bien parecido a lo que sucedió en julio de 1989 en Cuba con Arnaldo Ochoa); Revue (2008), que contiene maravillosos ejemplos de propaganda soviética (trenes que llegan siempre en hora, trabajadores que producen más y mejor, policías amigos de la gente, espantosas comedias sobre las bondades del proletariado, niños sonrientes que recitan poemas a Lenin y otros compendios de felicidad pura); y El último imperio (2015), que registra con mano maestra la caída de la URSS en 1991 —atención a la brevísima y urgente aparición de un Putin jovencito— y el preciso momento en que se arria la bandera de la hoz y el martillo y se iza en su lugar la tricolor de la federación rusa. Tarde o temprano, todo lleva al hartazgo.

También hay lugar para otros documentales de Loznitsa como Blockade (2006), sobre los 900 días de resistencia de Leningrado durante el asedio nazi de la II Guerra Mundial, con imágenes impactantes de incendios y cadáveres y esa máxima de que a pesar de todo la vida necesariamente debe continuar, y piezas más breves que nos muestran el funcionamiento de una fábrica (Factory, 2004), la espera en una estación de autobuses (Paisaje, 2003) o ferroviaria (The Train Stop, 2000), o el día a día en un internado psiquiátrico rural (The Settlement, 2002).

Loznitsa no solo es un realizador de documentales. También es autor de películas de ficción como la tan extraña y ominosa My Joy (2010), una especie de laberinto cuyo centro siempre está ocupado por un ser perturbado. Pero declaró que si lo dejasen revolver a su gusto en el archivo de imágenes de la época soviética, podría sacar dos películas por año. Todavía es tiempo para abrir los ojos y asombrarse.

Vida Cultural
2021-05-26T19:06:00