Piano, repique y chico. La paganísima trinidad montevideana de raíces africanas resuena fuerte en las calles de la ciudad desde mediados del siglo XIX. Desde los barrios Sur y Palermo se extendió a todo el país y luego a la región. Tras un largo período como manifestación callejera (percusión y danza, transformada en ícono plástico por Pedro Figari), desde los años 40 y 50, pioneros como Pedro Ferreira y Manolo Guardia iniciaron el camino de inserción del candombe como un género central en la música popular uruguaya. En ese proceso lento y paulatino de construcción de un repertorio fue decisiva su incorporación al mundo del folclore, a través de Alfredo Zitarrosa y Los Olimareños, entre otros, y la irrupción, a mediados de los 60, del candombe beat, con aportes clave de Eduardo Mateo, Rubén Rada, Eduardo Useta y los hermanos Fattoruso, en la tríada El Kinto, Tótem y Opa. Pocos años después artistas de vanguardia como Jaime Roos, Jorge Lazaroff, Jorge Galemire, Fernando Cabrera, Estela Magnone y Mariana Ingold se sumaron al torrente, cada vez más caudaloso de la canción en formato candombe.
En tanto, en el plano académico, el candombe comenzó a llamar la atención de investigadores como Lauro Ayestarán, quien le dedicó sus buenas horas de trabajo en su titánico esfuerzo por registrar las tradiciones musicales diseminadas por todo el territorio uruguayo. Con el tiempo, dejó de ser una expresión de las márgenes y se ganó su lugar, incluso a escala patrimonial, cuando sus promotores comenzaron a recibir crecientes apoyos públicos. Tras al menos seis o siete décadas de producción compositiva continua, el candombe ostenta en el presente un poblado repertorio no solo en Uruguay, sino también en la orilla occidental del Plata, donde incluso en el plano académico se habla, por más sospechoso que nos parezca, del candombe argentino.
Con ese voluminoso marco de fondo, la aparición de un libro como Los bajos del candombe, a cargo de Nacho Mateu y Marcos Expósito, dos bajistas montevideanos nacidos en los 80, solistas y miembros de bandas referenciales, y expertos en la historia local de su instrumento, resulta todo un acontecimiento.
Editado en forma independiente —con apoyos del MEC, Fonam y Agadu— Los bajos del candombe es un volumen de gran formato (408 páginas) y hermosa presentación. Esta auténtica publicación de lujo junto con su valiosísimo contenido (más de 200 páginas de partituras y 180 de textos) justifican su costo de $ 2.500. Al decir de Martín Buscaglia en el prólogo, se trata de un libro “contundente y necesario” y “el primero que compila, sistematiza, divulga y enseña las diversas variantes que, a lo largo de los tiempos, músicos, compositores y tocadores fueron inventando y descubriendo para acompañar un candombe”. Según el músico, muy afecto a tomar el candombe como género base al encender su habitual coctelera rítmica y sonora, “a diferencia de otras escuelas, donde para tocar un género ya hay todo un kit de herramientas establecido, el candombe siempre mantuvo un costado asalvajado, una esencia libertaria”.
Este trabajo asume la ambiciosa misión de ser un tratado sobre los múltiples estilos de armonizar y orquestar un tema en clave candombera, según la evolución temporal y también según la localización territorial. A su vez, también oficia de registro periodístico-musicológico, porque el corazón del libro es el capítulo titulado Músicas y palabras, que contiene más de 40 entrevistas exclusivas a los viejos hechiceros de la tribu, como Rada, Roos, Hugo y Osvaldo Fattorusso, Urbano Moraes, Alberto Magnone, Mariana Ingold, Ringo Thielman, Jorge Trasante, Federico García Vigil, Juan Gularte y Lobito Lagarde, a sus sucesores, como Andrés Recagno, Popo Romano, Alberto Wolf, Daniel Maza, Gustavo Mamut Muñoz, Cono Castro, Shyra Panzardo, Daniel Jacques, Marcelo Taquini y Carlos Quintana, y también a bajistas de referencia de los últimos tiempos, como Federico Righi, Gerardo Alonso, Mateo Moreno, Francisco Fattorusso y Antonino Restuccia, además de los dos autores.
Una buena parte de las entrevistas está basada en una grabación del artista, como hilo conductor de la charla. Se incluye además la partitura de la línea de bajo. Jacques eligió Pelota al medio, clásico de Jorge Lazaroff (Vamo arriba, con fe pal segundo tiempo...), “de los mejores bajos que grabé en mi vida”. Muñoz escogió Tambor, tambora, el tema de Jorginho Gularte. Urbano habló de Orejas, Thielman de Goldenwings, García Vigil de la mítica Chicalanga, de Manolo Guardia, y Hugo de Montevideo, de Opa, con el tarareo en falsete de Rada,probablemente el mejor candombe instrumental jamás escrito.
Se suman artículos originales que analizan el bajo en la obra de Eduardo Mateo (a cargo de Guilherme de Alencar Pinto), Jorge Galemire (por Luis Restuccia), Beto Satragni (por su expareja, la cantautora Silvina Gómez) y de Jorginho Gularte (por su hijo Damián, también cantautor).
Este cañón central de Los bajos del candombe resulta un material de divulgación de gran interés para un público amplio, melómano, sí, pero no necesariamente intérprete. “Siempre compongo pensando en el bajo, en las líneas melódicas”, dice Rada y, como es habitual en él, lo explica cantando: “Eso viene de los yanquis, de escuchar funk y jazz (tararea la línea de So What, de Miles Davis). ¡De escuchar a Los Beatles también, eh! Muchas cosas salieron de ahí”.
Jaime Roos es bajista desde el día uno de su carrera, cuando tocaba en vivo en obras de teatro infantil. Teniendo en cuenta que durante su actual retiro escénico —seis años, ya— ha dado un puñado de reportajes, cualquier nueva declaración suya es relevante. Y aquí se extiende con su habitual elocuencia a lo largo de cinco páginas: “Para el bajo es obvio que el tambor piano tiene que ser su guía, pero no solo el tambor piano sino que también la clave”, explica, hablando de Bienvenido, uno de los candombes donde construye un edificio de orquestación cimentado en las cuatro cuerdas. “El bajo de Cuando juega Uruguay tiene riffs, son parte de la composición”, dice unos párrafos más adelante sobre una de las mejores piezas futboleras nacionales, “la primera canción en la que fusioné candombe, murga, rock y tango”. Sobre el bajo, explica que “hay una adaptación al candombe-murgueado o murga-candombe, un ritmo que no tengo claro si empezó a hacerse en los años 40 o 50, los murgueros de antaño le decían ‘el picadito’. En la gira A las 10 puse por primera vez batería de murga, batería americana y tambores de candombe juntos, siete tipos tocando y era una barbaridad lo que sonaba”.
Uno de los pioneros del candombe en el bajo eléctrico es, sin duda, Urbano Moraes. Otro que, radicado en Villa Serrana, rara vez se acerca a un micrófono. Su aporte en el desarrollo sonoro del bajo en el candombe es fundamental. Sin embargo, evita intelectualizarlo y el concepto central que flota entre sus dichos es intuición: “Te cuento…, yo nunca armé una línea de bajo, si me pongo a razonar la cago, y este tema (Orejas) de Pippo (Spera), que es como mi hermano, él ya me lo había mostrado en su casa, pero en el estudio fue lo que me nació ahí, sin premeditar nada. Yo para tocar bien preciso esa libertad; las veces que he tocado como sesionista y tengo que responder nunca me fue muy bien, me siento limitado”.
Lunfardo
Nacho Mateu, bajista, compositor y docente nacido en 1980, con cinco discos publicados, bajista estable de Rada y Buscaglia y codirector del Conservatorio Sur, contó a Búsqueda que al principio pretendían que el trabajo fuera más técnico, basado en transcripciones de partituras para bajo y ejercicios de play along, pero a medida que comenzaron a entrevistar a los bajistas “la temática se fue ampliando y cada una se transformó en una historia, con quién aprendió, con quién tocó, de qué barrio venía tal estilo y demás”. Cuenta que “de ser un libro solo para bajistas pasó a ser uno para cualquier amante de la música o intérprete de cualquier instrumento que pueda sacar data que le sirva de esas 180 páginas de textos”.
Para el autor, “el libro muestra una gran parte de la historia del candombe como estilo, con el bajo y su evolución como hilo conductor, y abarcando sus diferentes tocadas”. Con mirada didáctica, buscaron compensar la frialdad de la precisión técnica con el necesario contexto local. La receta para fabricar el tuco, no solo la lista de ingredientes: “Queremos que sea útil a todo tipo de músicos, sean uruguayos o no, que quieran entrar en el mundo de este ritmo. Por eso nos pareció que la palabra era la mejor manera de transmitir el lunfardo candombero que usamos acá, dar el toque de lo que suena en la vuelta para que entiendan lo que pasa y no se limiten a tocar un play along solo sacando la línea en forma aislada”.
Bases, llevadas y slaps
Otros dos capítulos, ubicados al inicio del libro, de carácter cien por ciento técnico, están dirigidos a quienes quieran incursionar en el toque del bajo. Titulado Entrenamiento y desarrollo, el primero contiene más de un centenar de ejercicios para practicar sin instrumento, pensados para desarrollar el lenguaje rítmico del candombe y ser ejecutados con el cuerpo: palmas, pies y voz. El segundo contiene 55 play along, partituras para tocar en forma continua, en loop, un formato conocido en el mundo de la interpretación instrumental como groove. Los poseedores del libro podrán acceder a una serie de audios de bajo y batería, grabados especialmente para el libro por sus autores, a cargo de las líneas de bajo, con diversos tipos de bases, llevadas y slaps, ese llamativo estilo de toque percutivo con el pulgar, y por Martín Ibarburu y Juan Ibarra en batería. Los audios permiten practicar las dos variantes principales del bajo en el candombe: el contrabajo acústico y el bajo eléctrico. Se trata de 110 pistas, ya que cada una tiene su par sin línea de bajo para que los lectores puedan acompañarlos por los experimentados bateristas.
Parafraseando el estándar Baile del candombe, del pionero Pedro Ferreira, bien remata su prólogo Martín Buscaglia: “Dentro de esta religión pagana, tiene destino de biblia para todo aquel que, cuando siente un tambor, ya no sabe lo que le pasa”.
Vida Cultural
2021-05-26T22:05:00
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