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    Un mundo sin hambre pasa también por proteger los alimentos

    Nº 2089 - 17 al 23 de Setiembre de 2020

    La preocupación sobre la pérdida y el desperdicio de alimentos se ha ido transformando en un foco de atención cada vez más importante cuando se discuten los caminos para eliminar el hambre, que según el último informe de la FAO ya supera los 690 millones de personas.

    La organización internacional con sede en Roma estima que el 14% de los alimentos, valorados en 400.000 millones de dólares al año, se pierde porque se estropea, o se derrama antes de llegar a ser un producto final, o en la etapa de venta al por menor o cuando los consumidores lo descartan, o se elimina de la venta debido a que el alimento no contiene todas las normas de calidad o a veces debido a que no se comprende la fecha indicada en el producto o simplemente porque la fecha está vencida. Por ejemplo, lácteos, la carne u otros productos pueden estropearse durante el transporte debido a sistemas de traslado o almacenamiento en frío inadecuados.

    Las pérdidas son mayores en los países en desarrollo, como la zona del África subsahariana con el 14% y Asia meridional y central con el 20,7%, mientras que en los países más desarrollados, como Australia y Nueva Zelandia, el promedio de pérdida no supera el 5,8%. Las principales pérdidas afectan a raíces, tubérculos y cultivos oleaginosos (en 25%), frutas y hortalizas (en 22%), productos cárnicos y de origen animal (en 12%).

    El director general de la FAO, Qu Dongyu, recordó la importancia de este tema, que “significa desperdiciar los recursos naturales escasos, incrementando los efectos del cambio climático y perdiendo la oportunidad de alimentar a una población creciente en el futuro”, e instó a los sectores público y privado a promover, aprovechar y ampliar las políticas, la innovación y las tecnologías.

    El jefe económico de la FAO, Máximo Torero, relacionó este debate a los efectos del Covid-19, que ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios, “que deben ser más sólidos y resilientes”, recordando que las Naciones Unidas declararon por primera vez a partir del 29 de setiembre de este año el Día Mundial de Concienciación sobre la Pérdida y Desperdicio de Alimentos, lo “que demuestra la dimensión que está tomando este tema neurálgico”.

    Le reducción de la pérdida y desperdicio de alimentos puede determinar importantes beneficios, desde una mayor cantidad de alimentos disponibles para los más vulnerables, la reducción de gases de efecto invernadero, la reducción sobre la presión de los recursos hídricos y de la tierra, hasta el crecimiento de la productividad y de la economía.

    La innovación tecnológica y operacional, encontrando soluciones  para la gestión de la poscosecha, un envasado de alimentos más adecuado, la flexibilización de los reglamentos y normas sobre los requisitos estéticos para las frutas y las hortalizas, políticas gubernamentales destinadas a reducir el despilfarro de alimentos, como directrices para redistribuir los excedentes de alimentos inocuos a personas necesitadas a través del banco de alimentos y el establecimientos de nuevas alianzas, incluso fuera del sector alimentario, por ejemplo, con los principales actores del ámbito climático, son otras medidas que pueden ayudar a invertir las actuales tendencias.

    La reducción de la pérdida de alimentos en 25% compensaría el daño ambiental que causaría el futuro uso de la tierra para la agricultura. Ello significaría no tener que destruir más bosques para producir más alimentos, con consecuencias devastadoras para el cambio climático y la biodiversidad.

    Los esfuerzos de innovación tecnológica, o de nueva regulación de las políticas de producción y seguridad alimenticia, o de empaquetamientos en forma más correcta y saludable, comienzan a ocupar más espacio en las agendas de los gobiernos, los parlamentos, las autoridades ciudadanas, el sector privado y la sociedad civil.

    Lewrence Haddad, director ejecutivo de la Alianza Mundial para la Mejora de la Nutrición (GAIN), recordó que “los alimentos nutritivos son los más peredecederos, y por ende los más vulnerables a la pérdida. No solo se pierden los alimentos, sino la inocuidad de los mismos, y se menoscaba la nutrición”. Según informes recientes, 3.000 millones de personas no pueden permitirse dietas saludables, 13% de los adultos son obesos y 39 millones están con sobrepeso, mientras que en 2017 se registró en el mundo la muerte de 4,5 millones de personas relacionadas con causas de obesidad.

    El paso a dietas saludables en todo el mundo ayudaría a controlar el aumento del hambre, al tiempo que propiciaría enormes ahorros. Se calcula que este giro permitiría compensar casi por completo los costos sanitarios asociados a una alimentación poco saludable, que se estima que alcanzará 1,3 billones de US$ al año en 2030, mientras que el costo social de las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con el sector de la alimentación, estimado en 1,7 billones de US$, podría reducirse hasta en tres cuartas partes. Si bien las soluciones específicas variarán de un país a otro, e incluso dentro de los propios países, las respuestas generales consisten en intervenciones a lo largo de toda la cadena de suministro de alimentos, en el entorno alimentario y en la economía política que conforma las políticas comerciales, de gasto público y de inversión. El informe sobre la seguridad alimentaria y la nutrición 2020 (SOFI) sugiere a  los gobiernos incorporar la nutrición en sus enfoques de la agricultura; esforzarse por reducir los factores que aumentan los costos en la producción, el almacenamiento, el transporte, la distribución y la comercialización de alimentos, por ejemplo, mediante la reducción de las ineficiencias y de la pérdida y el desperdicio de alimentos; prestar apoyo a los pequeños productores locales para que cultiven y vendan alimentos más nutritivos y garantizar su acceso a los mercados.

    Este tema ha sido materia permanente de reflexión del papa Francisco, que ha denunciado los “mecanismos de superficialidad, negligencia y egoísmo” que fomenta la cultura del derroche de los alimentos y ha recordado que en muchos lugares “hermanos nuestros no pueden alimentarse ni sana ni suficientemente, mientras que en otros se malgasta y se derrocha sin control, es la paradoja de la abundancia”.

    * Subdirector general de la FAO