Una historia larga

Una historia larga

La columna de Antonio Pippo

4 minutos Comentar

Nº 2082 - 30 de Julio al 5 de Agosto de 2020

La historia de la iluminación de las ciudades por sistemas modernos como gas y electricidad —que la tecnología arrasadora ha comenzado a dejar atrás— es tan larga que para escarbar en sus orígenes hay que remontarse al siglo VI antes de Cristo, cuando Tales de Mileto experimentó por primera vez frotando una varilla de ámbar con fibras de lana para producir la atracción de objetos ligeros, primer paso hacia el objetivo buscado.

A lo largo de los años pasaron otros pioneros y sus aportes —William Gilbert, Benjamín Franklin, Van Masschenbrock, Von Fleist, Charles Coulomb, Michael Faraday y otros—, pero fue en 1800 que Alessandro Volta inventó la pila galvánica, primer generador de electricidad. El ensayo inicial, mientras en paralelo avanzaban a más velocidad experiencias con el gas, ocurrió en la plaza de la Concorde, París, en 1843, hasta que en 1884 la ciudad de Timisoara, en Rumania, se convirtió en la primera en contar con alumbrado público eléctrico.

Si nos quedamos por aquí, hurgando en la historia del ámbito rioplatense, Montevideo fue la primera capital latinoamericana en ser iluminada a gas en 1854 y La Plata, en Argentina, tuvo ese honor, pero con la electricidad, en 1886.

El tango recogió el guante del desafío de reflejarlo con su lenguaje poético y musical, que también fue variando al paso del tiempo.

Entre las obras populares que han discurrido, y solo apelo a unos pocos ejemplos, figuran A la luz del candil, El farol de los gauchos, Farolito de papel, El último farol, Farolito viejo y Farol.

Este último tango tiene, a mi juicio, que es necesariamente subjetivo, dos particularidades que lo destacan sobre los demás: es el mejor por la armonía lograda entre letra y música y fue el primero que escribieron juntos los hermanos Homero y Virgilio Expósito, en 1943, precediendo a su más trascendente obra: Naranjo en flor.

—Farol, / las cosas que ahora se ven… / Farol, / ya no es lo mismo que ayer… / La sombra / hoy se escapa a tu mirada / y me deja más tristona / la mitad de mi cortada… / Tu luz / con el tango en el bolsillo / fue perdiendo luz y brillo / y es una cruz…

Casi 20 años antes, Navarrine y Geroni Flores habían compuesto A la luz de un candil, que Corsini y Gardel hicieron famoso, pero es un tango de corte campero, con influencias de estilo y milonga “picada” y referencias a una iluminación más antigua. Farolito viejo fue creado en 1927 por Riú y Tesseire y El farol de los gauchos, siempre presentado como tango, es, en verdad, una zamba compuesta en 1929 por Celedonio Flores y Eduardo Pereyra. El último farol resulta la referencia más reciente: fue creado por Cátulo Castillo y Troilo en 1969, pero la mayoría de los entendidos, sin despreciarlo, considera que no es de lo mejor logrado por un binomio tan significativo.

Farol, en cambio, estrenado y grabado en 1943 por Osvaldo Pugliese con la voz de Roberto Chanel —más tarde llevado al disco por Troilo con Fiorentino y del que existe una exquisita versión de la uruguaya Gabriela Morgare—, anuda melódica y poéticamente la experiencia que sacudió a la ciudad grande con esa nostalgia que ha teñido las cosas en los barrios marginales, quizás porque sus habitantes siempre supieron que todo lo nuevo con lo que se encariñan también se perderá, creando como una sensación de caricia melancólica, de esas que se perciben y conmueven aunque cueste describirlas.

—Allí conversa al cielo / con los sueños de un millón de obreros… / Allí murmura el viento / los poemas populares de Carriego. / Y cuando allá, a los lejos, dan / las dos de la mañana, / el arrabal parece / que se duerme / repitiéndole al farol…

Y para los amantes de la historia y sus pequeñas circunstancias, va este dato: fue en 1853, un año antes de iluminarse gracias al gas nuestra querida ciudad, que se montó la primera usina en la costa norte, sobre la bahía, entre Arapey, hoy Río Branco, y la actual calle Río Negro.

La bomba principal era impulsada por una mula de carga, apoyada por labor manual, y el tendido de las cañerías abarcaba 14 cuadras sobre la calle 25 de Mayo y un anexo especial para iluminar la plaza Constitución.

La inauguración, prevista para el 18 de julio, debió ser postergada cuatro días por varios disturbios callejeros: el país estaba al borde de entrar en una convulsión civil por la hegemonía de las llamadas “divisas partidarias”, que, por cierto, duraría décadas.