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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl 28 de enero pasado, Marchesi contestó en el diario El País una nota de mi autoría que levantaba un solitario cargo a una suya sobre Vivian Trías, incluida en un reciente libro editado por Jaime Yaffé. Yo señalaba que sus redactores, dos en realidad, no habían considerado el carácter antidemocrático de las propuestas de Trías y de las izquierdas de los años 60 y 70. Afirmación que Marchesi ratificó. Expresamente admitió que “no se preocupó por los significados que la palabra democracia adquirió para Trías”. Escribe, “Gatto tiene razón.” Si la tengo, Trías fue, tal como afirmé, un agente extranjero a sueldo. Por lo tanto, no diferimos sobre hechos, únicamente sobre su interpretación. Un agente tan hábil que logró en plena Guerra Fría infiltrarse en el Ministerio de Defensa uruguaya. Sus empleadores lo consideraban su mejor hombre. Agradecidos, le concedieron un sub espía auxiliar, un Sr. Juan E. Bala y rentaron, para suplementar su labor, a su propia esposa. Lo entrenaron en técnicas como seguimiento callejero y escritura invisible, y fuera de su salario lo financiaron para viajar a Chile y Perú con el fin de escribir un trabajo sobre sus realidades revolucionarias que analizaron conjuntamente antes de publicarlo. Le facilitaron como premio otro viaje —no a Praga— a Moscú.
Sin embargo, estas particulares habilidades no inquietaron a Marchesi que, sin negarlas, las omitió en su reseña. Una extraña falta para un esbozo de biografía política del primer espía uruguayo conocido. Inesperadamente, ahora, en su réplica, cambia de posición y aclara que la idea de democracia de Trías aspiraba a dar “soluciones políticas a la crisis que permitieran una mayor participación de los sectores populares y el desarrollo de un camino soberano con relación al imperialismo estadounidense.” Después de los sesenta —sigue diciendo— admitió como estrategias “desde el cisma cubano, hasta el militarismo de Velasco Alvarado, pasando por la Unidad Popular chilena.” Agreguemos la revolución china, la rusa, la solución yugoeslava, los comunicados de los militares uruguayos de febrero de 1973 así como el golpe fascista de Videla en 1976. Todo cabía en el versátil Vivián, un teórico confuso y generoso, según el libro que publicara, el momento político que lo rodeara y, por sobre todo, las cambiantes demandas de la StB checa.
Acepto, con todo, que no es esta la ocasión para discutir qué significa democracia. No solo una “palabra”, como expresa mi interlocutor, sino un decisivo parteaguas ideológico. Tanto que si Trías hubiera espiado para una nación democrática su responsabilidad hubiera sido seguramente mucho menor. No fue lo que hizo. La democracia como valor —insoslayable en la biografía de un político— comprende, a lo menos, al pluralismo, el gobierno de mayoría, los derechos humanos y la libertad política, resultan requisitos ajenos a cualquiera de los modelos revolucionarios aconsejados por Trías. Tanto en sus inicios como en su consolidación. Del mismo modo que adoptar “un camino soberano con relación al imperialismo estadounidense” no implica, como propone Marchesi, aceptar la democracia, basta hojear a Lenin para ratificarlo.
Así, habiendo acordado —¿o no? — que Trías está lejos de ser un demócrata, llegamos a un punto donde Marchesi sí concede una verdadera diferencia entre nosotros. Esta vez de fondo. Para él, si Trías, transcribo: “se inclinó hacia experiencias que Gatto llamaría antidemocráticas y yo llamaría revolucionarias no fue por influencia de la StB sino que fue resultado de su propia interpretación política”. Ejemplo de ello, aduce, fue que, en su libro de 1970, luego de nueve años (seis en realidad) de colaboración con los servicios, cita a Mao Zedong y proclama que la revolución China, enemistada entonces con la soviética, constituía la vanguardia. Entusiasta, Marchesi reconoce que Trías fue un espía, desinteresado de la democracia, pero aún así, capaz de preservar su autonomía. Los checos —presumo—, unos incautos y “las experiencias revolucionarias”, imposibles de ser valoradas. Confieso que me cuesta entender esta extraña figura del espía honesto. El agente que se corrompe para difundir sus rupturistas verdades. Cristo bajo sueldo romano. Una hipótesis, esta de Marchesi, que no condice con los hechos. En realidad, Trías apoyó el modelo chino y su ingenua teoría seudo dialéctica de las contradicciones, como lo hizo con muchas otras experiencias revolucionarias, porque como es notorio, variaba según la ocasión. Por más que nunca se apartaba demasiado de sus mandantes.
En 1968 cuando la invasión soviética a Checoslovaquia terminó justificando a la URSS. Desde 1972 en adelante, coincidiendo con el 37, el Congreso de su partido (o a la inversa), lo concibió como una agrupación marxista-leninista progresivamente alejada de la influencia cubana. El historiador Fernando López D´Alessandro ha señalado en su documentado libro (El hombre que fue Ríos, Ed. Debate, 2019) que desde 1965 la totalidad de las obras de Trías fueron encargo checo. Estos permitían a Trías remitirse a experiencias revolucionarias tan variadas como contradictorias, presumiblemente para alejarlo de sospechas. Lo ratifica que, en su último trabajo de 1977, publicado después de su muerte con el título Tres Fases del Capitalismo, luego de trece arduos años de espionaje, elogió largamente a la URSS señalando que constituía el verdadero camino de la Revolución. Aún sin ello: ¿puede sostenerse que Trías actuó con independencia intelectual, cuando por dos veces, en 1966 y en 1971, pidió a los servicios que le autorizaran acceder a la diputación? Investigar los hechos en su conjunto, no aisladamente, es deber del historiador.
Lateralmente y en relación a las izquierdas uruguayas de los 60 y 70, Marchesi me acusa, por omisión, de atribuir un carácter democrático a centros y derechas cercanos a Estados Unidos, y compartir “parcialmente la narrativa de los militares”. ¿Qué parte, Marchesi? Lo emplazo a que cite una sola publicación mía que admita tal dislate, sin omitir las muchas donde se condenó expresamente al imperialismo y a la dictadura vernácula, contra la cual actúe profesionalmente. Sería una buena forma de iniciar un diálogo honesto sobre esa sin par tragedia civilizatoria que supusieron el fascismo y el comunismo. Ambos aún vivos e influyentes. Eso sí, con la obligación recíproca de tratar todo, incluyendo los orígenes antidemocráticos de la mayoría de la izquierda marxista uruguaya, aunque ello “agote” a mi interlocutor. ¿Es labor de la historiografía discriminar los pasados?
Hebert Gatto