Viaje al populismo freak

Viaje al populismo freak

escribe Fernando Santullo

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Nº 2140 - 16 al 22 de Setiembre de 2021

Viendo una recopilación de algunos de los distintos spots publicitarios que se hicieron para las últimas elecciones argentinas, uno no puede menos que congratularse de que Lord Ponsomby hiciera de las suyas en este margen del Plata. El tono populista desatado de los mensajes más extremos lo deja a uno con la duda de si aún existe el republicanismo en la vecina orilla o si ya se tiró la toalla al respecto y buena parte del espectro político argentino se adentró definitivamente en terrenos de la política populista freak. Esa que busca el voto con base en la exhibición impúdica de la binariedad, la simplificación hasta el absurdo, la subestimación del ciudadano y un paternalismo descarado hacia aquellos a quienes pide el voto.

Se pueden hacer toda clase de balances sobre las causas de la (provisoria) debacle oficialista, pero es difícil no incluir asuntos como el prolongado y más bien inútil encierro al que se sometió en Argentina a la ciudadanía con motivo de la pandemia. Tampoco la imparable destrucción de la economía y del empleo que ese encierro generó. O la discrecionalidad absoluta mostrada por el gobierno a la hora de seguir o no sus propias medidas. A los vacunatorios VIP para militantes instalados antes de haber dado una sola vacuna a los más expuestos. A la impunidad con que esos militantes se exhibieron en las redes. A las fiestas familiares de un presidente que imponía al resto unas medidas sanitarias que él mismo no respetaba. Es difícil, decía, no incluir todo esto en el balance de cosas que terminaron por hartar al electorado y darle una patada al gobierno. Provisoria, lo dije, ya que el peronismo tiene muchas más vidas que un gato.

Sin embargo, que el populismo opere de manera transparente en el país vecino, que en Uruguay a ningún político se le ocurra hacer una exhibición impúdica de sus privilegios, que el presidente se anote en el sistema de vacunación y reciba su dosis como cualquier hijo de vecino no son de ninguna manera una vacuna (valga el chiste) contra esa modalidad política. No lo son porque ese eventual republicanismo uruguayo del que nos vanagloriarnos no es resultado de ninguna superioridad genética ni de un preclaro sistema político, inmune a esa clase de derrapes que liman la democracia. Cada cosa que se tiene en política es resultado de unas acciones previas y puede ser cambiada por la vía de los hechos. Esto es, que tener unas instituciones democráticas sólidas y confiables no es algo dado para siempre. Al contrario, es resultado de las acciones de las instituciones y de quienes las habitan de manera provisoria (por aquello de la alternancia en el poder).

Es verdad, si un líder político uruguayo se exhibiera dándose una vacuna fuera del turno que le corresponde, es muy probable que su carrera se viera comprometida. Una de las cosas que Uruguay menos perdona es salirse de la fila, para bien y para mal. Irónicamente, el mecanismo que hace que a los políticos no se les ocurra exhibir su privilegio de manera descarada (más allá de los muchos que hacen molde porque con honestidad creen es lo correcto) es el mismo que sirve para censurar socialmente a cualquiera que levante la cabeza. Quiero decir, a cualquiera que lo haga de una forma no autorizada por el Uruguay posbatllista: sin apelar al laburo estatal, al amigo que facilita los trámites, al más o menos discreto capitalismo de amigotes al que nos tienen acostumbrados todos los partidos desde la creación del país (pienso, por ejemplo, en una extraña empresa estonia que suena en las noticias justo en estos días).

Ese republicanismo existente es el que permite que nuestra Corte Electoral esté una semana contando los votos de una elección nacional sin que a nadie se le ocurra ponerse a gritar: “¡Se viene el fraude!”. Y es así porque ese órgano jamás ha dado la menor razón para dudar de sus procedimientos. Esa tranquilizadora cualidad es resultado de su trayectoria real. Y si nos ponemos a manosear nuestras instituciones, especialmente desde el poder, esa trayectoria se verá afectada y nuestras garantías, reducidas.

De alguna manera, el resultado de las últimas elecciones argentinas es la constatación de una debilidad y de un hartazgo. Por un lado, la debilidad de las ideas en lidia, nadie ofrecía en sus spots algo más que retórica y marketing político de mala calidad. Por otro, el hartazgo de una ciudadanía respecto a las acciones de su gobierno, uno que recibió al asumir un fuerte espaldarazo en votos, que no fue capaz de sostener por lo errático y arbitrario de sus acciones. En todo caso, no es una mala cosa que la gente decida enviar esas señales de hartazgo a través del voto y no quemando edificios públicos. Quizá haya aún alguna esperanza para el republicanismo en Argentina.

Entonces, pese a todas las “virtudes” (entre comillas porque a veces esas virtudes son también el balde mental que llevamos puesto) señaladas en el caso de Uruguay, el populismo también crece en la orilla del río que tiene arena. Es algo evidente en algunos de los discursos que empezamos a asumir como parte del paisaje. Ya estamos acostumbrados a los políticos del marketing vacío como el senador Juan Sartori, quien basó su campaña en promesas delirantes, dijo no tener ideología alguna y terminó en la bancada del Partido Nacional, que alguna ideología tendrá, digo yo. Pero también estamos acostumbrados a los exabruptos de la diputada (suplente) Micaela Melgar, quien semana sí y semana también nos regala algún disparate en Twitter, indigno de su doble condición de parlamentaria del Frente Amplio y de politóloga.

Ese populismo chirlo, de baja intensidad, también es visible en el doble discurso de algunos líderes sindicales, que dicen estar a favor o en contra del TLC con China, dependiendo de qué partido lo proponga. Uno podría sospechar que su tarea más que sindical es política, lo que es un problema para cualquier trabajador que quiera verse bien representado por su sindicato, gobierne quien gobierne. También se ve en el trasiego impúdico de nombres entre partidos y cámaras empresariales. En la binariedad como norma: si no pensás como yo, es porque estás en mi contra. Una lógica digna de las argumentaciones de George W. Bush cuando la invasión a Irak en 2003. La lógica del populismo reduccionista que ve enemigos en donde solo hay sano y democrático disenso.

Así que sí, en algunos sentidos puede ser una suerte ser parte del experimento Ponsomby, como irónicamente lo llamó Gonzalo Eyherabide. Pero no hay que olvidarse de que las distancias políticas entre una orilla y otra del estuario no son resultado de alguna clase de metafísica, sino de las acciones concretas de ciudadanos concretos en las instituciones, a lo largo del tiempo. Que si aquellos que se dedican a profundizar la diferencia (la grieta, dirían enfrente) o a frivolizar la política pasan a ser mayoría, nuestro tinglado institucional va a perder calidad. Y entonces el populismo freak que vemos en nuestros vecinos, ese que nos repele y al mismo tiempo nos fascina, será el que marque nuestra agenda.