“Dibujar en dictadura es embromado, pero en democracia el problema es que todos los gatos son pardos, cuando menos se espera, hay alguno agazapado disfrazado de demócrata”

Rodolfo Arotxarena (Arotxa) entrevistado en el ciclo Desayunos Búsqueda

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Él anda por la vida viendo a la gente deforme, y cuando alguien llama su atención, exagera sus rasgos más notorios, sintetiza en pocos trazos alguno de sus gestos y lo convierte en caricatura. Si ese alguien es una figura pública, corre el riesgo de caer en su sátira, que elabora a veces con cariño, otras con maldad y siempre con humor. Se llama Rodolfo Arotxarena (Montevideo, 1958), pero todos lo conocen como Arotxa, una firma que ha hecho historia en el periodismo gráfico. El dibujante, caricaturista y artista fue el segundo invitado para entrevistar en el ciclo Desayunos Búsqueda, que se llevó a cabo el jueves 13 en Magnolio Sala.

Su poder de observación comenzó desde niño en el negocio familiar, donde fue agudizando su curiosidad y su ojo. “Me crie en un ámbito laboral donde mis padres tenían un negocio y taller de camisas de medida. Eso significó para mí ver un desfile permanente de gente especial. La gente que se hace camisas de medida es gente rara. Observaba que mi madre, mientras mi padre tomaba las medidas, o viceversa, anotaba lo que veía del cliente: abdomen prominente, hombro izquierdo caído, espalda cargada, mangas largas. Era la jerga del oficio que se anotaba en un libro. Creo que ahí empecé a percibir algo que no me imaginé y que iba a signar mi vida”.

De niño era molesto y esa cualidad, que fue alimentando con los años, ha sido fundamental para su oficio. No en vano, con picardía y cierto orgullo regala una de sus tarjetitas personales que dicen: “Arotxa. Molestador profesional”.

“Muchas veces me han dicho ‘no mires así’. Esto es personal, no quiero hablar en nombre de mis colegas, pero los que nos abocamos a esto, decodificamos sistemáticamente todo en imágenes. El común de la gente es literal, pero nosotros nos manejamos con imágenes, todo se decodifica, y en mi caso me encanta tener problemas para transformarlo en imágenes”.

En el taller familiar creció escuchando tango y folclore que transmitía radio Clarín, y también discos de pasta en un combinado con brazo de púa. Esa música era uno de sus entretenimientos. “Desde muy joven me sentí muy cerca de los Lecuona Cuban Boys, me parecía gente extraordinaria como Carlos Gardel, que fue la música que me arrulló en el taller”.

Cuando salió de la escuela República Argentina, sus padres lo anotaron en el liceo Elbio Fernández, donde un profesor le aconsejó que estudiara arquitectura por sus condiciones de buen dibujante. Por suerte le erró. Arotxa hizo un preparatorio errático. Del Elbio se fue al liceo Rodó a estudiar bachillerato de Derecho, pero se dio cuenta de que su vocación estaba en otro lado. En ese momento había comenzado a trabajar en prensa.

Fotos: Adrián Echeverriaga

De la cueva a El País

Su primera carpeta con dibujos la dejó en el diario El Día. “La llevé por cercanía, vivía a dos cuadras. Pasaba mucho en aquel momento, la gente trataba de trabajar en su entorno. No fue por una cuestión ideológica. Nunca estuve afiliado a ningún sector político, entonces paso por enamoramientos y desenamoramientos. Soy un anarco de corazón, un etarra del amor”, dijo, y la platea que escuchaba la entrevista largó una carcajada.

Cuando Arotxa entró a la redacción de El Día intuyó que no se iba a quedar mucho tiempo. “‘Esto no es para mí’, pensé. Era una cueva, y le decían ‘la caverna’”. En ese momento el diario moderno era El País y hacia allí apuntó. En 1975 le publicaron su primera caricatura de Aníbal Troilo en El País, y hasta 2018, cuando lo despidieron, permaneció en ese diario.

En la entrevista recordó a las figuras que hicieron que allí se quedara, sobre todo a los hermanos Scheck, que tenían un gran sentido del humor, algo que faltaba en aquellos años dictatoriales. “Daniel Scheck era un fenómeno; Lalo Scheck, un hombre finísimo que fue como mi segundo padre, al que estaré siempre agradecido, y Cochile (Carlos Scheck) era un espectáculo, un circo ambulante. Eran tres hermanos fabulosos. Ahí tiré el ancla”.

Para Arotxa ser autodidacta fue su mayor virtud y su mayor defecto. Igual que ser vasco. “Ser autodidacta tiene algo importante, se hace la voluntad que uno desea, y eso está bien. Me parece muy importante cultivar lo que tiene que ver con el individuo y su convicción. No sé si es un tema de terquedad, recibo bien que me ayuden, pero que me digan cómo tengo que pensar, no. Eso me llevó de alguna manera por mucho tiempo a tratar de encontrarme en mi interior. Y eso da mucho laburo”.

En esa búsqueda hubo veteranos del oficio que lo orientaron con sus charlas. Recordó especialmente a los caricaturistas Jorge Centurión y Leonardo Galeandro, que trabajaron en La Mañana y El Diario. “Ellos fueron muy claros en un concepto: tenía que insistir y tratar de ser yo”. Esas enseñanzas las volvió a encontrar con “el más grande de todos”: Hermenegildo Sábat. “Menchi era de hablar poco, pero cuando hablaba, tenías que atajarte”.

Con Sábat viajó a Alemania invitado por el gobierno de ese país, y también con dos dibujantes brasileños. Era 1979, recién había fallecido su padre en un accidente de auto y para Arotxa llegar a Berlín fue algo nuevo y movilizador. “Me produjo mi primer accidente cerebrovascular intelectual. Me di cuenta de que había otra cosa, que había algo tremendo para el Río de la Plata: cultivaban la exigencia. Yo tenía 21 años, Menchi quería ir a ver jazz y los brasileños salir de joda. Yo estaba en el medio. ‘Vos no tenés que salir con esta gente’, me decía Menchi. Un embole”.

Después su itinerario continuó por otros países y otros dibujantes. Entonces aprendió que los grandes medios de prensa tenían todos sus caricaturistas. “Ahí me di cuenta de que era necesario que me centrara en un lugar, en un foco concreto”. Lo concreto fue el material abundante que le daban los políticos. “Se me hacía agua la boca”, recordó en la entrevista.

Fotos: Adrián Echeverriaga

Caricatura, política y dictadura

“Había mucha autocensura, la idea era no patear el clavo de punta. Los que tenían cargos intermedios se cuidaban mucho. Yo era un peligro”, dijo, y la gente volvió a reír. “Recuerdo que en esa época había un comandante en jefe que iba a hacerse las camisas al local de mi madre. Ella se había quedado con el negocio después de que murió mi padre. Ella le preguntó de la manera más ingenua si había algún tipo de problemas en hacer caricaturas. El tipo le dijo que no había ningún problema, que lo que tenía que hacer era mandar previamente el dibujo para que se lo aprobaran y después se podía publicar”.

En aquella época no tuvo muchos incidentes, pero le mandaban mensajes a través de terceros, entonces él les decía que lo llamaran. Pero nunca lo llamaron, salvo Valentín Arismendi, ministro de Economía. “Me preguntó por qué yo lo había dibujado con una careta. Yo le dije que era porque estábamos en Carnaval, lo cual era cierto”.

En aquellos momentos oscuros, en los que la figura de Wilson Ferreira Aldunate sobrevolaba las redacciones como un fantasma, compartió trabajo y aprendió con colegas a los que recuerda con cariño y respeto, como Homero Alsina Thevenet o Jorge Abbondanza. “Vi muchas redacciones, vi pasar mucha gente. El País era un gran buque, gente que me dejó grandes enseñanzas, gente memorable y un lote de gente olvidable. Era una redacción bastante entrañable por un tema de escala, era como la orquesta de Osvaldo Pugliese, uno en esa época veía que los que había laburaban de verdad. En la orquesta de Pugliese los músicos metían”. Al decir esto último hizo el gesto como si tocara el bandoneón. Porque Arotxa habla también con imágenes.

Fotos: Adrián Echeverriaga

Caricaturista en democracia

Pasada la dictadura, no tuvo grandes problemas con sus caricaturas, aunque recuerda algunos incidentes que narró con mucha gracia. Uno fue el de una ministra de Educación que tenía un cabello rebelde y él la dibujaba de una forma que la impresionaba. Tanto, que un día cambió el peinado por sus caricaturas. En otra oportunidad, en la Embajada de Venezuela, estuvo conversando en una ronda en la que había un ex comandante en jefe que le preguntó si conocía a un caricaturista que hacía unos dibujos “bravos”, y él le respondió con una pregunta: “¿Usted conoce a algún caricaturista que haya dado un golpe de Estado?”. En ese momento un amigo, Hugo García Robles, lo agarró del brazo y se lo llevó. “No tiene sentido de humor”, le dijo.

Para Arotxa la caricatura no es un género para dibujar naturalezas muertas. “Yo dibujaba naturalezas vivas, esos zapallos caminaban”, dijo, y otra vez sonaron las carcajadas. “Un caricaturista que no sea incisivo, que tenga una mirada tibia, una sopa boba, agua dulce agua salada, no cala ni da posibilidad de que la gente lo reciba”. En ese sentido, su labor es la del periodista, porque ser periodista es inherente al caricaturista político. “Tuve secretarios de redacción memorables y otros que no entendían nada. Venían de la escuela de ‘haceme esto, haceme lo otro’, ‘mirá que se va a enojar’. Cuando uno empieza a internalizar la cabeza de terceros es que estás en el horno. Es tu cabeza, lo que opina el tercero no importa”.

Con los años dejó de dibujar a algunos políticos o personas públicas, “por piedad, para no generarles más dolores de cabeza”. Recibió muchas quejas a través de cartas y aún conserva ese epistolario que nunca respondió y que no considera que haya que publicar. “Por lo bueno o por lo malo, el pasado es pasado. Es algo que nos atañe a todos. El pasado sirve para tratar de sacar lo bueno de lo bueno”.

Para Arotxa, la caricatura y la política son antagónicas, pero se complementan y tienen que existir las dos en democracia. “La dictadura no tiene sentido del humor, por eso cuando viene un régimen autoritario y despótico, lo primero que ataca es el humor. Le tienen pánico al ridículo. Es un arma poderosa y hay que tener la responsabilidad para manejarla. Dibujar en dictadura es embromado, pero en democracia el problema es que todos los gatos son pardos, cuando menos se espera, hay alguno agazapado disfrazado de demócrata”.

Fotos: Adrián Echeverriaga

Redes sociales y tomates viejos

Desde que no está más en los medios de prensa, Arotxa publica sus dibujos y caricaturas en su cuenta de Instagram (@arotxadibuja), donde una de sus caricaturas de Cristina Fernández de Kirchner fue censurada.

“Caricaturista políticamente correcto no existe”, dijo rotundo en la entrevista. “Lo que pasó con esa caricatura fue producto de una delación. Todos los sectores políticos tienen militantes, algunos son simpatizantes, otros son militantes terminales. Soy un hincha a muerte de las redes y del celular, son cosas fabulosas, lo que no es fabuloso es la gente. Veo una frivolización, una idiotización que viene arrasando como un tsunami. No entienden un concepto, tienen como referente a un macaco. Pero bueno, yo soy un desubicado”.

Dentro de esa mediocridad ubica también a los políticos. “A mí me gustaría ver cómo se expresan los políticos. No digo que sea como en una cámara bizantina, ni que se pavoneen escuchándose. Pero Recuerdo que Maneco Flores o Michelini o Wilson cuando hablaban en público por momentos tenían cara de locos por la vehemencia y pasión que ponían”.

En la sala había políticos de todos los partidos que se rieron con estos conceptos, incluso con uno que los aludía directamente. “Hoy son tomates, tomates viejos. Ojo, no estoy generalizando, hay gente muy valiosa. Lo aclaro porque este es un país en el que hay que aclarar que siempre hay excepciones. Yo no sé si tendría problemas si siguiera ejerciendo, pero es un alivio”.

Fotos: Adrián Echeverriaga

Caudillos en silencio

Por el trazo de Arotxa pasaron las figuras políticas que marcaron la historia del país. Fueron famosas sus caricaturas en las que aparecía solo un objeto o una parte de su cuerpo, y el público sabía de quién se trataba. El brazo cortado de Jorge Batlle en lugares insospechados, los zapatitos rojos de la exministra María Julia Muñoz, las macetitas con marihuana que salían del Fusca de José Mujica. A algunas de estas figuras les dedicó un libro, como a Mujica (Dibujos al Pepe, Gota, 2019) y a Jorge Batlle (We are fantastic, Gota, 2021). En 2004, algunas caricaturas de Batlle habían aparecido en Con los días contados, una crónica sobre la crisis financiera del 2002, narrada por Claudio Paolillo, exdirector de Búsqueda fallecido en 2018. Ambos habían ido a la misma escuela y el destino los hizo periodistas, pero nunca se cruzaron en redacciones.

También dibujó y expuso sus caricaturas sobre figuras del carnaval y de varios personajes de la cultura rioplatense. Una de las más frecuentadas fue la de Carlos Gardel. Lo hizo en caricaturas y en un cartel de grandes dimensiones que se instaló en 1997 en medio del campo en Tacuarembó y se llamó El Gardelazo. “Como no podía hacer un megadibujo de Elvis en Memphis, entonces fue Gardel”, contó y el público festejó. “Me pareció un aporte interesante porque no lo veía como una propaganda cuadrada para vender un producto. Se me había ocurrido la leyenda ‘Bienvenidos a El País de Gardel’, era algo precioso para los paisanos de la zona. Ahora no está más, me vino bárbaro porque quedaron los fierros y es una instalación”.

Pero Arotxa también tiene una faceta artística que ha venido desarrollando en paralelo a las caricaturas. En este momento está preparando una muestra con sus pinturas de caudillos silenciosos que expondrá el 2 de junio en el Museo Nacional de Artes Visuales.

“Anduve mucho afuera con amigos que tenían campo, porque el único campo que yo tengo es el disco de Fabini. Me siento muy arraigado al campo, me da mucha paz. Disfruto mucho el amanecer, tomando unos mates. Limpia la cabeza. Sobre todo me gusta pintar personajes imaginarios. Algunos los conocí, trabajaban en el campo, parecían hechos hacha con el semblante. Eso se ve que lo fui almacenando en el subconsciente”.

Como en toda su obra, sus caudillos no tienen palabras. Y tampoco él imagina lo que podrían pensar. “Tengo una convicción, no firmo nada que no pienso. Tampoco le otorgo al modelo que hago el sentir que puede recibir otro. Lo que pinté es lo que entendí que tenía que hacer, que es mío. Perdón que sea tan egoísta, pero soy dueño de mi mediocridad y no la comparto, es mía. Me importa mucho un tema: rescatar la esencia de lo que somos, que tiene una matriz en la génesis diferente a la Argentina, pero de la que también somos parte. Somos una provincia guacha devenida en país”.

Él tiene como referencia a pintores uruguayos, pero siguiendo aquel consejo que le dieron cuando empezó en su oficio, prefiere mirar su interior. “He visto pintores soberbios, con una gran técnica, pero son catálogos de otros. Es muy difícil ver el mundo con ojos propios, pero es importante revisar adentro de uno por qué siente eso, la pintura es un sentimiento, no solo técnica. Cuánta gente tiene una técnica extraordinaria, pero la carga que emociona no está. No puedo ir a un lugar y encontrar un violín arriba de un lavarropas y que venga con una explicación. Cuando veo El perro semihundido de Goya o Saturno devorando a su hijo, pienso qué explicación necesita. Pero en ese sentido soy un poco cuadrado, soy un desubicado. Me levanto angustiado como Zitarrosa y como Onetti. Creo que incomodo a la gente”, dijo cerca del final este “molestador profesional” al que el público aplaudió con ganas.

Desayunos Búsqueda
2023-04-20T00:14:00