La metamorfosis de Buenos Aires como faro intelectual y literario de habla hispana a través de las editoriales independientes

La columna de Damián Tabarovsky 
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La tradición argentina surge en torno al libro y la traducción. Mariano Moreno, integrante de la Primera Junta de Gobierno, en 1810, jacobino e ilustrado, funda la Biblioteca Nacional (que hoy lleva su nombre) y sueña con traducir El contrato social, de Rousseau. Libro, traducción y política nacen juntos en Buenos Aires, y continúan vigentes más de 200 años después.

La vitalidad cultural de Buenos Aires se expresa en sus librerías (la ciudad con más librerías por kilómetro cuadrado del habla hispana), su industria editorial y, por supuesto, los escritores que, antes y después de Borges —su escritor mayor— siguen siendo muy numerosos, en muchos casos de reconocimiento internacional. Los cuatro periódicos porteños de alcance nacional (Clarín, Perfil, Página 12, La Nación) tienen cada uno un importante suplemento cultural muy influyente, la carrera de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que en muchas otras ciudades no tiene presencia pública —replegada al claustro—, allí es permanente fuente de escritores e intelectuales que animan los debates públicos más intensos, a lo que se le suma la creciente importancia de la Universidad de las Artes, en donde la relación entre escritura y sociedad ocupa también un lugar destacado.

En el centro de esta descripción está, entonces, la edición. En castellano, tres son las grandes capitales de la edición: el eje Barcelona/Madrid, México y Buenos Aires. Pero mientras el mercado editorial mexicano se mantuvo más o menos estable a lo largo del tiempo, Argentina y España establecieron una relación en espejo. A la salida de la Guerra Civil, con el comienzo de la dictadura de Franco, Buenos Aires recibió un buen número de exilados españoles que ayudaron a modernizar la edición argentina, crearon nuevas editoriales, le imprimieron técnicas laborales profesionales; dicho en otros términos, fueron clave en la fundación definitiva de un mercado editorial argentino. Así, mientras España era ganada por la censura, el exilio y, por lo tanto, un achatamiento del mercado editorial, en Argentina comenzaba el ciclo más vital del libro, que va a durar poco más de 30 años. Entre los años 40 y mediados de los 70, Buenos Aires se convirtió en el faro intelectual y literario del habla hispana, que incluía también a la literatura de otros países de la región. Por mencionar solo dos ejemplos, la primera edición de Cien años de soledad, de García Márquez, se publicó en Buenos Aires (editorial Sudamericana, 1967) y el propio Onetti publicó Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo, su primer cuento, en el diario porteño La Prensa. Y, por supuesto, las traducciones: en Buenos Aires se tradujo por primera vez en castellano a Walter Benjamin, Faulkner, Virginia Woolf, Proust, Joyce, Nabokov, Beckett, Barthes, etc.

En 1975 y 1976, el espejo se invierte. En el 75 muere Franco y en el 76 comienza la dictadura más sangrienta de la historia argentina. Mientras la España democrática desarrolla su industria editorial (y cultural) como nunca, el mercado argentino entra en un cono de sombra del que, en cierta medida, no va a salir nunca o, en todo caso, nunca volvió a ser como antaño. El mercado editorial español toma un lugar casi hegemónico, y el argentino se fragmenta, se desinfla y pasa a ocupar un lugar, casi, residual. Situación que se agrava en la década de 1990 —la primera vez que Argentina, ya en democracia desde hacía una década, entra en un proceso neoliberal—, en la que las potentes editoriales multinacionales con sede central en España compran las dos más tradicionales editoriales argentinas (Sudamericana, donde había publicado casi toda su obra Cortázar, y Emecé, donde publicó casi toda su obra Borges). Hacia el fin del siglo XX, la industria editorial argentina parecía condenada a desaparecer, o a flotar en una intrascendencia penosa. La gran crisis del año 2001, tal vez la crisis económica más grande de Argentina, llevó las cosas a un punto, casi, de no retorno.

Y como en la frase de un poema de Marianne Moore (“Cuando nuestras esperanzas se desvanecen / entonces renacemos”), de manera inesperada ocurrió el hecho cultural más significativo de los últimos 20 años: la aparición de decenas y decenas de editoriales independientes, de altísima calidad y profesionalidad, que vinieron a renovar el mundo cultural y a darle un toque casi vanguardista a la vida pública del libro en Argentina. El boom de la edición independiente es sin dudas el fenómeno cultural más importante de los últimos 20 años. Podría afirmarse, sin demasiado riesgo de equivocación, que la mayor parte de la narrativa argentina, y la traducida al castellano más interesante de las últimas décadas, se publicó en pequeñas editoriales independientes y no en sellos pertenecientes a los grandes grupos multinacionales. En estas dos décadas proliferaron decenas de editoriales pequeñas que publicaron una gran cantidad de autores noveles que luego alcanzaron gran repercusión, pero también un buen número de autores muy conocidos que eligieron esas editoriales debido a su rigor profesional y la gran calidad de lo que allí se publica. A editoriales como Beatriz Viterbo y Paradiso, las únicas surgidas en los 90, y Adriana Hidalgo, de 1999, le siguieron otras como Entropía, Interzona, Mansalva, Eterna Cadencia, Katz, Bajo la Luna, La Bestia Equilátera, Mardulce, Godot y decenas y decenas más. Después de la crisis del 2001, y la posterior reactivación económica a partir del 2003, surgieron entonces un amplio conjunto de editoriales pequeñas. El abaratamiento general de los costos debido a los cambios tecnológicos y un cierto recambio generacional y de perfil de editor (que dejó atrás el paradigma del editor como gerente de marketing, propio de los 90, por una figura de editor culto, arriesgado, inquieto) no son ajenos a este fenómeno. Una parte importante de estas editoriales logró conciliar el armado de muy buenos catálogos con un alto nivel de profesionalidad: son libros bien hechos, bien distribuidos, con mucha presencia en la prensa y las librerías. Desde entonces, hay ya al menos dos generaciones de pequeñas y medianas editoriales argentinas muy reconocidas que alcanzaron incluso mucha presencia en España y en el resto de América Latina. Esas editoriales publican a autores jóvenes, pero también a consagrados (que saben que al publicar allí no van a tener menos prensa o reconocimiento que si publicasen en una editorial multinacional) y a grandes autores extranjeros traducidos al castellano, entre ellos varios premios Nobel, que eligen publicar en esas editoriales. Al mismo tiempo, muchos autores argentinos comienzan a tener proyección internacional —es decir, son traducidos a muchos idiomas— sin necesidad de haber sido publicados por los grandes grupos transnacionales, como ocurría antes. Y nuevamente, muchos de los mejores autores latinoamericanos comienzan a tener una proyección internacional luego de haber sido publicados en esas editoriales argentinas.

Un último punto, ahora sobre las traducciones al castellano de autores extranjeros que realizan estas editoriales independientes. Como es sabido, los libros traducidos al castellano en las grandes editoriales multinacionales lo son en España, en la inflexión peninsular. Y, sobre todo, es en España donde se decide qué autor se traduce al castellano y cuál no. Decisión clave, por supuesto. Al mismo tiempo, esos autores traducidos son publicados en toda América Latina en las sedes locales de cada uno de esos megagrupos. Sin embargo, la edición independiente argentina también traduce. Alrededor del 40% de lo que publica son traducciones al castellano de autores que escriben originalmente en los más variados idiomas. Es decir que, si las editoriales pequeñas no existieran, no habría prácticamente más traducciones en Argentina al castellano con inflexión rioplatense. Se perdería entonces riqueza lingüística y diversidad bibliográfica. Estas pequeñas editoriales argentinas, por su tamaño, en general traducen, cada una, pocos libros al año. Pero sumadas, en conjunto, aseguran una masa de libros que, si no existiese, obligaría a los lectores a leer solo en el castellano de España, pero ya no en su inflexión rioplatense. Sin el Estado (prácticamente ausente en temas de apoyo a la edición independiente) estas editoriales cumplen también —y, se podría decir, sobre todo— una función política. Aseguran un debate sobre el estatuto del castellano que hablamos en cada región —en este caso, en el Río de la Plata—, debate que proviene del origen de la formación de los estados nacionales. Es una discusión de una actualidad e importancia nodal que cruza la lengua con la economía, la estética con la política. Además, una vez al año se realiza la Feria de Editores, que agrupa solo a las independientes y se convirtió en un evento muy masivo, con largas colas para ingresar, y ya también con la participación de varias decenas de editoriales independientes de España y América Latina, incluidas muchas y muy buenas uruguayas.

Pero esta bella historia de éxito parece estar entrando en un impasse. La profunda crisis económica que padece Argentina al menos desde 2018 (aunque probablemente desde más atrás), con una inflación anual que no desciende del 50%, salarios a la baja, restricción del consumo, aumento extraordinario de los costos (en especial del papel), pone en jaque el desarrollo del mercado editorial y, sobre todo, de su pata más frágil, la edición independiente. A diferencia de los años 90, cuando la concentración editorial, de la mano de una política neoliberal, arrasó muy fácilmente con la edición nacional, ahora existen todas estas editoriales independientes, dinámicas y de gran calidad. Pero ¿podrán resistir? Reducción de los títulos editados y de las tiradas son noticias que escuchamos día a día. El futuro que parecía auspicioso ahora se llenó de turbulencias y cierto pesimismo. La edición independiente se asoma a su primera crisis. Es para ellas y para nosotros, los lectores, el momento de redoblar los esfuerzos y la imaginación.

* Escritor, editor, columnista del diario Perfil, sociólogo del Ecole de Haute Etudes de París y caballero de las artes de Francia.

Contexto argentino
2022-10-12T16:45:00