El escultor Pablo Atchugarry abrió el ciclo de After Culturales de Búsqueda

escribe Silvana Tanzi 
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Es difícil sintetizar en pocas líneas la trayectoria de Pablo Atchugarry (Montevideo, 1954) que ha sido imparable desde sus inicios en la pintura cuando era un niño, pasando por sus primeras esculturas a los 20 años, hasta llegar a sus obras monumentales en mármol. Tal vez el mejor símbolo de todo su itinerario artístico sea el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry en Manantiales, más conocido por su sigla: MACA.

“A los 11 años, mi padre presentó dos de mis cuadros al Instituto General Electric, donde estaba Ángel Kalenberg, a una muestra de jóvenes y niños. Ahí comencé el camino de la pintura. También hice mis primeras esculturas con materiales pobres como la arena y el portland. Más que esculpir, modelaba”, recordó Pablo Atchugarry el martes 19 en el primer encuentro de After Culturales de Búsqueda. En Magnolio Sala, respondió preguntas de los periodistas y también del público.

“Tuve la suerte de nacer en una familia donde el arte era el humus. Mi madre los sábados leía poesía y otros textos literarios. Mi padre pintaba y Marcos, el más chico de los tres hermanos, también escribía. Alejandro era todo el resto, los que lo conocieron, saben que era una gran persona, un volcán de energía y de creatividad en un ambiente no artístico, aunque creo que también hay arte en la política”, dijo al recordar a su familia y especialmente a su hermano Alejandro, fallecido en 2017, quien fue ministro de Economía durante el gobierno de Jorge Batlle.

A fines de los años 70, Atchugarry comenzó a exponer en forma colectiva en Montevideo y ciudades latinoamericanas y a viajar a España, Francia e Italia. En Lecco hizo su primera exposición individual en 1978. Un año después, se enamoró del mármol. Y fue para siempre.

A Europa viajó por primera vez como pintor, pero regresó como escultor. “En Italia descubrí el mármol de Carrara, aunque tempranamente había escuchado hablar de él en la escuela pública Zorrilla de San Martín. La clase estaba dividida en equipos y al mío le tocó hablar de Italia. Mi padre fue al consulado a buscar material y encontró, más que folletos de la Italia clásica, algunos sobre el Lago di Como y el mármol de Carrara. De eso terminé hablando a los 12 años en Montevideo. Ahora vivo en el Lago di Como y trabajo el mármol de Carrara”. Justamente en Carrara nació su primera escultura en ese material, La Lumière. Desde entonces, y durante 45 años, ha vivido entre el Lago di Como en Italia y en Uruguay. El dejo italiano en su acento es una señal de ese itinerario.

En sus respuestas aparece una y otra vez Miguel Ángel y su concepción de dos tipos de escultura: la que agrega y la que quita. Atchugarry se afilia al segundo tipo. “El escultor es una especie de cirujano que una vez que corta, no puede volver a agregar. En realidad, uno no está seguro de si ese pedazo que se sacó había que quitarlo. Hay que darse cuenta de los propios riesgos. Miguel Ángel decía que la escultura ya está dentro del bloque. El cometido del escultor es quitar lo que sobra”.

Él hace cortes profundos y muy finos en el mármol para crear un obstáculo a la luz y así aparece la sombra y el claroscuro. “El claroscuro es parte del concepto de mi obra. En sentido metafórico, jugar con una especie de pinceladas con la luz”.

El trabajo con el mármol le implica un esfuerzo físico importante, a veces de 12 hora diarias, con diversas amoladoras con discos diamantados. “Hay que tener fuerza física para empujar ese disco para cortar el material duro, que a su vez es frágil. Muchas veces me hacen una pregunta muy recurrente sobre cuánto tiempo me lleva hacer una escultura de pequeñas dimensiones. Mi respuesta va cambiando año a año, pero ahora digo que me lleva 69 años y algunas semanas. Quiere decir que todo ese esfuerzo físico y mental para organizar una obra para sacar lo que una vez que se sacó no se puede volver a colocar”.

Al inicio trabajaba con dibujos sobre papel, los llevaba a la cantera en Carrara y buscaba el bloque que correspondiera a las proporciones del dibujo. “Eso lo hice muchos años, y me di cuenta de que estaba equivocado. Entonces, empecé a ir a buscar el bloque y después a dibujar sobre su superficie. Ese dibujo me sirve como una especie de guía cuando estoy esculpiendo. A medida que voy quitando el material, el dibujo desaparece, se destruye”.

Él siente que nunca hay que bajar la guardia con el mármol porque siempre puede dar sorpresas. Y vuelve a Miguel Ángel y su última obra, Piedad Rondanini. “Él la estuvo trabajando hasta cuatro días antes de morirse a los 89 años. La escultura tiene un brazo completamente definido y separado de las dos figuras, que está marcando la primera posición que él dio al Cristo, en pie y hacia adelante. Mi teoría es que encontró una ruptura en este punto y tuvo que enderezar las figuras. El brazo quedó como testigo de ese cambio”.

Cuando se estableció en Lecco en los años 80, Atchugarry comenzó a esculpir La Piedad, hoy instalada en la capilla de la Fundación Pablo Atchugarry en Manantiales. Realizada en un único bloque de mármol, pesa 12 toneladas. Fue el comienzo de sus grandes esculturas.

Un águila, una paloma y el patrimonio

En junio de 2023, una idea de Atchugarry desató la polémica: transformar el águila del acorazado nazi Graf Spee en una paloma de la paz. La propiedad del águila estuvo en litigio internacional desde 2066, cuando un grupo de exploradores subacuáticos la rescataron de las profundidades. En junio de 2023, cuando finalmente se estableció que el águila pertenece a Uruguay, en conferencia de prensa el presidente Luis Lacalle Pou anunció que Atchugary la iba a transformar en “un símbolo de la paz y unión”. Artistas e historiadores discreparon con la propuesta y fue el propio escultor que dio marcha atrás.

“Lo importante es cómo y con qué intención se hacen las cosas. Si es un proyecto pensado para la paz y lo que genera es polémica, no hay paz. Yo sigo de todas maneras trabajando en una obra en mármol que será una paloma y tendrá la palabra ‘paz’ en varias lenguas, hebreo, árabe, ruso, ucraniano. La paz sigue preocupándome, y ceo que por lo menos todos tenemos que imaginarla”. En 2003 Atchugarry había creado una obra para la Bienal de Venecia, Soñando la Paz, en momentos de la guerra entre Estados Unidos e Irak.

El artista piensa que hay una responsabilidad social en el deterioro que sufren varias esculturas que están al aire libre en Montevideo, especialmente las del Parque de las Esculturas junto al Edifico Libertad. “Hay una responsabilidad política en los gobiernos de turno, pero empieza con un paso atrás. Si le decimos a un niño que algo se puede romper es porque no le damos valor. Si la estructura pública no conserva las esculturas, quiere decir que no les da valor. Entonces, ¿cuál es el mensaje que le damos a los jóvenes? Como están degradadas, entonces no importan y pueden vandalizarlas. Es importante culturalmente darle valor al arte y no pensar que son siempre los artistas los que tienen que levantar la banderita”.

El MACA y un ejército de mármol

Ha trabajado tantas toneladas de mármol que las obras de Atchugarry se cuentan por miles.Alrededor de 3.000, es un ejército”, dice el artista y se ríe. Es difícil con esos números saber dónde se ubican las obras que han pasado de mano en mano por el mundo a través de subastas, galerías o particulares. “Tengo una idea de en qué países están y en qué continente, pero no exactamente el lugar”.

Atchugarry vive desde adentro el mundo del arte y viaja continuamente a ferias, bienales y exposiciones, porque hay que estar allí donde aparecen los posibles interesados. En breve participará en tres exposiciones: una en Venecia durante la Bienal con una galería privada, otra en Nueva York y otra en Valencia. Además están las ferias de arte, como Tefaf en Holanda y Arco en Madrid que acaban de terminar. “Hay un sistema muy duro porque está gobernado por las galerías, que a veces encuentran dificultad para entrar en ciertas ferias que tienen un comité de elección con sus intereses. A su vez, las galerías seleccionan al artista, y en el medio están los coleccionistas. Algunos compran la obra por pasión, pero ahora hay un mundo de coleccionistas que lo hacen como inversión. Todo ese circuito es muy profesional y también muy duro. Antes el arte competía en las grandes ciudades, ahora con el mercado global”. En ese contexto, sus esculturas se cotizan muy bien. La transacción más alta por una de sus obras fue de un millón de euros.

En algún momento, Atchugarry sintió la necesidad de tener un taller para quedarse más tiempo en Uruguay. Entonces lo instaló en Manantiales. Después siguió un edificio para ubicar las obras de su padre y de su madre, que también pintaban. En otro momento, puso el foco en artistas nacionales —Miguel Battegazzore, Octavio Podestá, Enrique Broglia, entre otros— y les pidió obras para el Parque de Esculturas de la Fundación Atchugarry. Llegó a continuación un anfiteatro donde Julio Bocca hizo su última presentación como director del Ballet del Sodre. Finalmente, como último paso, nació una idea: el MACA.

“Todo surgió de una charla con Wifredo Díaz Valdéz, un gran escultor uruguayo con varios carnavales arriba. Él no tiene hijos ni herederos y en esa charla me dijo que estaba preocupado por su obra, por dónde iba a quedar. Me di cuenta de que era algo recurrente, que les pasaba a muchos artistas. Entonces le dije: ‘Te hago un museo’”.

Siguió después otra charla con el arquitecto Carlos Ott. “Él levantó el guante que era chiquito y lo transformó en algo gigante. Cuando llegó la pandemia, Ott, que no tiene más de una semana en una sola ciudad, no pudo viajar, y yo tampoco. Nos empezamos a ver todos los martes, comíamos milanesas en casa y él me decía: ‘Ya que estamos, vamos a agregar esta sala, y ya que estamos esta otra’. Así nació el MACA que sigue creciendo porque siguen los proyectos”.

Hoy el MACA es más que un museo, es un centro cultural que alberga varias expresiones culturales, cine, teatro, música, festivales literarios. “Así se va expandiendo con el entusiasmo de mucha gente que propone ideas y de alguna manera, como me gusta subir las montañas y no pasar por el costado, va creciendo”.

En el último tiempo, Atchugarry ha incursionado también en la joyería en oro a través de pequeñas esculturas. “Pienso en el trabajo de los etruscos, de las sociedades artísticas primitivas, para las que el oro era un material dúctil y preciado, como lo es el mármol. Otro material que estoy trabajando son los olivos que se han secado cuyo destino era leña para el fuego. Los trato de recuperar a través del arte y la escultura y darles una segunda posibilidad de vida. Es tan importante para mí como el oro, mármol o bronce. Cada material va a dar una gran ocasión para el artista”.

Para sus viajes y sus múltiples actividades, su esposa Silvana Neme es un puntal que más que la agenda, le organiza la vida. Ahora Atchugarry agregó otro proyecto: está preparando por primera vez una escenografía para la obra Fuenteovejuna que pondrá en escena este año la Comedia Nacional. “Estoy atrasadísimo”, dice el artista y se ríe. “Me gustan las cosas nuevas, los desafíos que voy agregando”.

Vida Cultural
2024-03-21T01:04:00