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Primero que nada, hay que marcar una circunstancia concreta y puntual: La vida de Adèle ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2013 y el premio Fipresci, además de una lluvia de triunfos y nominaciones en cuanto certamen hubo ese año. Eso hace que merezca una atención especial, ya que su tema trata sobre el amor lésbico entre una jovencita que descubre su propia sexualidad y otra muchacha algo más madura y experiente con la que tiene una relación vital y transformadora, de esas que definen de una vez y para siempre la identidad sexual de una persona disipando sus dudas y temores ante los prejuicios del mundo que la rodea, y marcando asimismo su desafiante opción por la libertad. En plena época reivindicativa de la diversidad sexual, la película obtiene así un valioso apoyo para esa causa.
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Pero en realidad, ¿le interesa esa causa? Un colega ya señaló que las lesbianas europeas no se han mostrado entusiasmadas con La vida de Adèle, que no solamente está escrita y dirigida por un hombre que además es heterosexual (el franco-tunecino Abdellatif Kechiche) sino que sus largas escenas de sexo se parecen sospechosamente a un oportuno gancho publicitario más que a una necesidad argumental o dramática. Claro, en una película que dura tres horas (180 minutos, ni más ni menos), esas detalladas extensiones parecerían normales, aunque rocen más el sexo explícito (o casi, casi) que las recatadas sugerencias o alusiones del cine más comercial, que trata de no ofender sensibilidades ni atacar prejuicios del público masivo que paga la entrada. Kechiche en cambio ataca de frente y de fondo, sin ocultar nada a la cámara, como para romper tabúes o derribar falsos pudores. El amor lésbico es así, y si le choca no entre. La libertad empieza en la mente.
Aclarado entonces que esta película muestra cosas que otras no se han atrevido a hacer, vale aplaudir su audacia pero preguntarse en cambio por qué dura tres horas. El director ha hecho media docena de títulos de los cuales acá se conocen dos: “El amor esquivo” (L’esquive, 2003) y “Cuscus” (La graine et le mulet, 2007), donde se tomaba dos horas en el primer caso y dos horas y media en el segundo. “Venus noire” (2009) ya duraba 162 minutos. La próxima que haga puede durar tres horas y media. Eso demuestra que la libertad creadora de Kechiche es envidiable, pero no prueba en cambio que sepa medir el tiempo de sus escenas. Según declaró, su maestro inspirador fue el japonés Yasujiro Ozu. Se explica.
La vida de Adèle contiene una historia íntima que es la de la quinceañera del título (Adèle Exarchopoulos), una chica hermosa que cursa la secundaria, ama la literatura (muy francés todo, con lecturas de Marivaux y otros), tiene una barra de amigos de ambos sexos y no se siente cómoda acostándose con hombres. Cuando conoce a Emma (Léa Seydoux), que tiene el pelo azul y es abiertamente lesbiana, prácticamente se le tira encima y allí comienza una relación oculta para algunos (las compañeras de clase se muestran bastante homofóbicas) y muy abierta para otros (la comunidad gay que rodea a Emma, que es pintora y frecuenta ambientes muy cultos e intelectuales). En el voluminoso metraje hay espacio para todo: la comida, la bebida, el sexo, las amistades, el trabajo, la familia, el sexo, los gustos, los rechazos, el sexo, las discusiones, los reproches, la falta de sexo, las infidelidades, las culpas, las lágrimas.
Lo curioso de todo ello es que, siendo el relato muy detallista y pormenorizado, el director omita (se supone que voluntariamente) algunas cosas importantes como si dentro de la extensión desmesurada de su película, no tuviera tiempo de colocar al menos alguna elipsis que explicara conductas contradictorias o consecuencias graves de acciones que no se muestran. O es un chambón (lo que no parece ser el caso) o descuidó el montaje final donde dejó cosas que sobran (media hora de sexo insistidamente explícito) y sacó otras que faltan (la relación de Adèle con un colega, el paso del tiempo que no está debidamente pautado). Kechiche es muy hábil manejando la cámara y los primeros planos, es sensible para armar sus escenas de conjunto, demuestra buen gusto en el uso del color y de la música, hace rendir en forma notable a todo su elenco, comenzando por las dos protagonistas, ambas excelentes.
No es tan hábil en cambio a la hora de seleccionar su material, donde se muestra indulgente consigo mismo y escasamente riguroso a la hora de cortar y armar su historia sin que parezca que se demora enormemente en concretar su drama y luego abrevia hechos (no las escenas en sí, que siguen siendo larguísimas) que merecerían un desarrollo más cuidado. Imperfecta, despareja y kilométrica, puede verse aún con interés a causa de su puesta en escena y su tema, algo así como un manifiesto de la época actual o un testimonio de su tiempo.
“La vida de Adèle” (La vie d’Adèle, chapitres 1 et 2). Francia, 2013. Dirigida y escrita por Abdellatif Kechiche. Con Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche, Mona Walravens, Jérémie Laheurte, Alma Jodorowsky. Duración: 180 minutos.