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    El marketing de la política económica

    Sr. Director:

    , regenerado3

    Para los académicos sonará escandaloso y hasta despreciable admitir que uno deba “marketinear” lo que está bien. Pero, a quien le haya tocado alguna vez tener que atender el mostrador (por ejemplo, como gobernante), la manera en que se “vende” el producto (las políticas económicas) consume más tiempo y energías que dilucidar cuál deba ser el contenido del producto. Una de las cosas que más frustra a un liberal (sobre todo cuando le toca atender el mostrador) es la resistencia de la gente a aceptar la realidad o, lo que constituye la otra cara, la enorme dificultad que suele presentarse para poder demostrar lo obvio.

    La realidad es que el liberalismo económico no es algo que se vende solo. Mientras que las propuestas neosocialistas salen como pan caliente. Las neo, no las posta, aquellas que Carlos llamaba “científicas” (despreciaba a las otras). Es interesante recordar que los países que fracasaron con sus políticas eran llamados del socialismo “real”.

    Lo que ahora se vende, en packaging “progre”, no es socialismo verdadero. Así, el Sr. Astori puede decir, con su natural garbo docente: “No hay que tener miedo a gastar”, y nadie le contesta que gastar (sobre todo la plata de otros) no es muy de machos que digamos. Más bien suele ser la consecuencia de no tener aquello que se requiere para decir que no. Si el Sr. Astori, quien dirigió la política económica por tantos años, hubiera tenido un poco de miedo (respeto) al gasto, hoy no estaríamos tan mal.

    Pero, como decía Nietsche, no existen hechos, solo interpretaciones. Y las progres suelen ser más popus.

    También es cierto que suele ser más fácil y simpático gobernar después de una administración liberal que heredar una progre. Lo reconoció el propio Tabaré Vázquez comparando la situación económica que le dejó Batlle (Alfie, para ser más preciso) con la que le enchufó su correligionario Mujica.

    Pero, aun haciendo abstracción de eso, la realidad demuestra que con la caída del Muro el neosocialismo se sacudió de encima todo aquello de la dictadura del proletariado, la estatización de los medios de producción, los planes quinquenales y el crecimiento protegido. La izquierda se ha vuelto cada vez menos concreta y más emotiva, tendiendo a promover medidas que más simbolizan la solidaridad y la promoción de los pobres de lo que las realizan. Cada vez prefiere lo simbólico por sobre lo efectivo. Tiene su lógica: lo simbólico, las buenas intenciones y las fórmulas lindas, garantizan una recompensa emocional inmediata. Un poco aquello de Vázquez intendente: “Prefiero darle un vaso de leche a un niño que tapar pozos”.

    Ese enfoque hace, también, que las explicaciones de la izquierda a los males del mundo sean más atractivas. Suenan más plausibles y como intuitivas: la pobreza tiene culpables ajenos, el mercado carece de corazón, etc. Además, las medidas progres tienen respuestas más inmediatas: los efectos de distribuir subsidios se ven enseguida, los de aumentar la productividad llevan tiempo.

    La cosa se les complica cuando se acaba la guita, pero ahí aparece siempre un gobierno liberal para juntar los platos rotos, despegar la manteca del techo y poner el rancho en orden. Dando a los neosocialistas la oportunidad de poner cara de “yo no fui”, como decía Jorge Batlle, y criticar las medidas remediales que hay que tomar.

    Ahí vienen los problemas para los liberales: sus políticas son más contraintuitivas y, con frecuencia, más duras, hasta parecer despiadadas. Son eficaces (si se les da tiempo), pero raramente simpáticas. Comprenderlas y aceptarlas requieren esfuerzos y los resultados vienen después de los sacrificios.

    A lo anterior se suma que los pueblos tienen memoria corta. Miren el ejemplo de Argentina (pobre Argentina, ¡siempre usada como ejemplo de lo malo!), cuyo gobierno está repitiendo todas las recetas que la llevaron a sucesivos desbarrancos.

    En suma, las sociedades contemporáneas deberían reflexionar que sus sistemas políticos viven (y vivirán) bajo la tentación del neosocialismo progre y sus espejitos de colores. Con el agravante de que el machismo gastador se da a niveles cada vez más altos, entorpeciendo cada vez más la productividad y la capacidad de competir.

    Ignacio De Posadas