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    La “ballena azul” (I)

    Sr. Director:

    , regenerado3

    La Ballena Azul no es un juego. Supongo que en mi calidad profesional de la salud psíquica algo tengo para decir sobre este tema.

    En primer lugar debo afirmar que esto no tiene nada que ver con un juego. El juego es una actividad que nos permite conectarnos con la vida, con el placer, favorece la creatividad, la sublimación. El juego como actividad afirma el desarrollo psíquico y emocional que promueve diversas modalidades de gratificación. Permite vincularnos desde nuestro mundo interno con el exterior y de esa forma relacionarnos con la realidad.

    Por lo tanto debemos diferenciar claramente qué es un juego y qué no lo es. Porque la noticia que se ha difundido rápidamente en las redes dice: “Similar a un juego de rol, la Ballena Azul propone a los participantes 50 desafíos para cumplir: el suicidio es el último de la lista, con el que termina el juego”.

    Cualquier propuesta que exige cortarse los labios, hacerse un agujero en la mano, dar caramelos envenenados y que termina con suicidio no es un juego.

    Este desafío (perverso) que se ha difundido rápidamente por las redes me ha hecho recordar inmediatamente el episodio Nº 2 de la segunda temporada de la serie de Netflix “Black Mirror” llamado “Oso Blanco”, que propone una especie de cacería humana con espectadores que buscan estar muy cerca de la escena persecutoria y el episodio 3 de la tercera temporada “Cállate y Baila”, en el cual varias personas son sometidas a las órdenes que reciben por mensaje de texto bajo la amenaza de publicar sus secretos más íntimos.

    El encabezado de la noticia dice así: Ballena Azul: macabro juego que incita al suicidio de jóvenes.

    Como indicábamos al inicio, lo que es macabro no es un juego. Se podrían establecer otras alternativas en el encabezado, como por ejemplo: lista macabra de actividades macabras, pruebas macabras, experiencias macabras; en fin, una serie de posibles nominaciones que puedan comunicar un sentido de alerta y preocupación.

    Dicho de otra manera, el encabezado que da la noticia provoca confusión al comunicar de forma ambigua el contenido de la misma. No queda claro el límite entre dos palabras con sentidos totalmente diferentes pero que al unirse incitan a mayores dudas.

    El comentario de una chica adolescente que expresó “no quiero saber más nada con las pantallas” es un claro emergente de lo que acabo de reflexionar. No todo lo que aparece en las pantallas es malo y no existen juegos malos.

    Obviamente, la noticia ha preocupado a muchas madres y padres que han consultado sobre qué hacer. Sugiero en primer término que se pueda explicar la diferencia entre lo que significa el juego de aquella actividad que daña y vulnera nuestra subjetividad.

    Intentaré explicar de la forma más clara posible algunas características de la personalidad de estas personas que son cautivadas por estas actividades.

    Este tipo de conducta podría ser entendida como la búsqueda del deleite, de placer adrenalínico que conjuga de forma singular lo lúdico con la muerte. Las conductas extremas son modos de disfrute que existen en todas la culturas y han estado presentes en todos los tiempos.

    No todas las personas se sienten atraídas y participan de esta macabra propuesta. Quienes participan probablemente pongan en acto lo que internamente sienten que no está. Es decir, que la diferencia entre el poder pensar o la capacidad del pensar está muy disminuida frente a los impulsos del sentir. Por lo tanto se “actúa”, se llega al acto algo sin pensar demasiado o los actos no pueden ser cubiertos por el pensamiento. Hablo de las fallas en la capacidad de prever o poder visualizar previamente los efectos futuros de mis acciones. Esa especie de vacío interior hay que llenarlo con algo porque han faltado suficientes representaciones que puedan construir una red de sostén, una red que pueda figurar como límite entre el afuera y el adentro, que pueda limitar lo que es parte de fantasía de lo que es real, que pueda hacer pensar sobre lo que se está haciendo.

    Es esto lo que falla… los impulsos no pueden ser frenados por el pensamiento y tampoco se pueden medir las consecuencias. Muchas veces se escucha que a estas personas se les pregunta con enojo: ¿pero no pensaste en las consecuencias de lo que hiciste? ¿En qué estabas pensando? ¿No te diste cuenta?

    La propuesta es hacer puente entre el sentir y el pensar. Que se puedan ligar los pensamientos en imágenes con las ideas. Insistir mucho que primero se piense sobre lo que se va a hacer para postergar el impulso, para frenarlo con pensamientos para luego tomar las decisiones.

    Hay que dialogar, intercambiar, reflexionar, empatizar, escuchar, abrazar al otro mediante la palabra, darle al otro un lugar.

    En definitiva, hay que conectarse con el otro para no dejarlo solo con su vacío.

    Pablo Almeida

    Lic. en Psicología