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    La próxima implosión bolivariana

    N° 1849 - 07 al 13 de Enero de 2016

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    La llegada de Hugo Chávez al poder se produjo más por la implosión del sistema de partidos propio de la IV República venezolana que por méritos propios. El fracaso de AD (Acción Democrática) y Copei, unido a la corrupción rampante, propició el experimento bolivariano. Sin embargo, no debe olvidarse que en sus orígenes este gozó de un amplísimo consenso político, social, sindical, eclesiástico y mediático.

    Hoy está próxima la implosión de la V República, también adjetivada como bolivariana. Para darle un contenido concreto, más allá de la retórica, fue necesario cambiar la dirección del caballo en el escudo nacional. Su vista a la derecha era incompatible con el relato revolucionario, por más que fuera una vieja tradición republicana. Esta es una de las escasas conquistas políticas y sociales que quedan del socialismo del siglo XXI, junto a la media hora de descalce con los husos horarios mundiales. La mayoría de las restantes, como si fueran un azucarillo en aguardiente, están en trance de rápida disolución. Un Estado quebrado no puede seguir pagando los planes sociales.

    Todo indica que el sistema político venezolano va a saltar por los aires, aunque no se sabe exactamente cuándo. El chavo-madurismo pagará cara su derrota, la electoral del 6 de diciembre pasado; la política y económica en el futuro inmediato. No existe en el guion gubernamental ningún indicio de un cambio de rumbo, ninguna señal de un miligramo de grandeza en quienes se llenan la boca con la “Patria Grande” y son incapaces de pensar en el bienestar general de su pueblo.

    ¿Cuánto queda de tantas conquistas sociales y políticas si en la pasada campaña electoral el presidente Nicolás Maduro intentó comprar las conciencias de sus seguidores con 100.000 taxis chinos? ¿Qué idea de pueblo tienen un gobierno y un movimiento que descartan de un plumazo a más del 56% de la población? ¿Qué concepto de legalidad, institucionalidad y buen hacer manejan quienes buscan retacear un legítimo triunfo electoral mediante un turbio “golpe judicial”?

    Si bien el paso de la IV a la V República fue incruento, su prólogo, el “Caracazo”, se cobró casi 300 víctimas mortales. Una de las grandes dudas de este momento es el precio que deberán pagar los venezolanos para dejar atrás su pesadilla. Si nadie lo remedia, la experiencia de 1989 puede reducir a la mínima expresión cualquier comparación con el futuro mediato o inmediato, dada la tenaz resistencia de quienes hoy ostentan el poder de abandonarlo o, cuando menos, compartirlo.

    Son pocos los actores que tienen alguna capacidad de influir en el de­senlace de esta muerte agónica. En primer lugar la FAN (Fuerza Armada Nacional) y su capacidad disuasoria, en el caso de querer utilizarla, capaz de aplacar a los colectivos movilizados por un chavismo en retirada. La amenaza de tomar el centro de Caracas y la sede de la Asamblea Nacional dice mucho de esta situación. Hay otros tres actores internacionales que pueden influir sobre el gobierno de Maduro, pero que por una u otra razón han mantenido un ominoso silencio.

    A Brasil se le pueden pedir mayores responsabilidades. No solo porque comparte fronteras, sino también por su liderazgo regional y su presencia en Venezuela. El mayor problema de un desbordamiento de la crisis venezolana, excluyendo sus repercusiones internas, son sus efectos desestabilizadores (económicos y políticos) en toda América del Sur. En esto último insiste Clovis Rossi, en “Folha de São Paulo”, al exhortar a Dilma Rou­sseff y a su diplomacia a que presionen públicamente a Maduro. Se trata de evitar un desenlace sangriento tras su intento de minimizar la mayoría parlamentaria de dos tercios que ostenta la MUD (Mesa de Unidad Democrática). Lamentablemente, las únicas voces políticas en activo que hasta ahora han hablado alto y claro en la región han sido la del presidente argentino Mauricio Macri y la del secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro.

    Los otros dos actores internacionales son Cuba y China, pero de ellos cabe esperar mucho menos dada la naturaleza no democrática de sus regímenes políticos. Cuba podría intervenir discretamente ante el gobierno venezolano para favorecer un acercamiento con la oposición, ya que si lo hiciera públicamente sería tanto como admitir su propio fracaso. Pero no lo hará para no perder buena parte de la influencia que aún mantiene en Caracas. China, si bien es el principal acreedor de Venezuela, no desea involucrarse políticamente en América Latina.

    En su columna semanal de “La Nación” de Buenos Aires, Jorge Fernández Díaz hablaba del “Estado fundido” (quebrado) y del “Estado mafioso” para referirse a la herencia de Cristina Fernández. Los mismos conceptos pueden aplicarse a la realidad venezolana. La situación económica es lamentable y es el mayor obstáculo para intentar una rápida recuperación.

    Si el “Estado fundido” puede precipitar la implosión de la V República, el “Estado mafioso” extenderá su certificado de defunción. La corrupción rampante, la utilización de PDVSA (Petróleos de Venezuela) como una finca particular por sus administradores, el narcotráfico y los “colectivos” chavistas son los tentáculos de una organización montada para saquear al país. Felipe González señalaba que en estos últimos años se han esfumado más de 800.000 millones de dólares de los ingresos petroleros que han terminado en manos de la “casta” bolivariana o la “boliburguesía”.

    Siguiendo este camino queda poco para que la fallida experiencia de la autoproclamada revolución acabe abruptamente. El problema será el alto precio que deberá pagar el pueblo venezolano una vez que esto ocurra.

    (*) El autor es catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de España, e Investigador Principal para América Latina y la Comunidad Iberoamericana del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.