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    “Mantener las tradiciones atenta contra el progreso de la gente”

    En su casa de Punta Piedras, Sergio Revello —bisnieto del fundador de la joyería y encargado de la empresa por varias décadas— vive una nueva vida que empezó hace unos 10 años, que lo llevó a dejar el negocio en manos de una de sus hijas, a bajar 30 kilos, dejar el alcohol e incursionar en el surf, el yoga y la pintura

    Existe cierta convención acerca de que una entrevista es la conversación entre dos personas sentadas, probablemente con una mesa de por medio. Pero no es así cuando el entrevistado es Sergio Revello y el escenario es su casa de Punta Piedras, una construcción de madera, piedra y hormigón con ventanales que permiten apreciar el océano Atlántico, realizada en conjunto con el arquitecto Martín Gómez y equipada con varios muebles del anfitrión —no solo encargados a carpinteros, sino que varios los confeccionó con sus manos— y con un jardín interior en el que el verde y las hamacas paraguayas son protagonistas.

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    En la charla, la inquietud del entrevistado no solo obedece al afán por mostrar cada rincón de la residencia sino a su naturaleza, porque reconoce que le resulta “imposible estar sentado”, incluso para las fotos, y argumenta que tampoco se sentiría identificado con un retrato estático ni sin sus lentes y sombrero. En cambio, se siente cómodo en una decena de posturas de yoga o hamacándose en un columpio que da a la piscina, con gran agilidad a sus 62 años, que asegura que no tenía cuando estaba en los 50. Fue poco antes de llegar a esta edad cuando abandonó el negocio familiar —la joyería que lleva su apellido, fundada por su bisabuelo José Revello en 1907, que ahora está en manos de su hija Ximena— y optó por un estilo de vida que lo llevó a bajar 30 kilos, dejar el alcohol y probar nuevos hobbies como el surf y la pintura.

    Muchos empresarios siguen trabajando intensamente después de los 60 o 70 años. ¿Le resultó difícil dejar la joyería siendo aún joven?

    No, pero tengo un salvoconducto: me llevaron a trabajar a los 9 años, entonces empecé temprano.

    ¿Qué podía hacer en la joyería a esa edad?

    Era mandadero en la Ciudad Vieja. Salía con nueve años, me emociona ya pensar lo espectacular que era. No comprendo eso de que el trabajo a los niños les hace mal, es una locura. El mal trabajo le hace mal a cualquiera; si un niño o una persona grande es maltratado, lo que está mal es el maltrato, no el trabajo. Ahora creo que se sobreprotege a los niños. Ser mandadero en la Ciudad Vieja era un paseo constante. Iba con las alhajas de la joyería en mis bolsillos y nunca tuve problemas.

    ¿El trabajo no fue un inconveniente para los estudios?

    Sí, por la autovergüenza que me impuse, porque no cumplía con los esquemas de la sociedad. Ni siquiera tengo terminado segundo de liceo y eso me daba vergüenza. Me viene el recuerdo, en realidad las emociones se disparan por los recuerdos, que podemos dominar con nuestro pensamiento. El recuerdo viene pero podemos continuarlo o no, eso está en nuestras manos. Shakespeare dijo “nos pertenecen los pensamientos, no las realidades”. Las realidades pueden pasar ahora o en cualquier momento, pero lo que yo piense sobre lo que sucedió...

    ¿Siempre fue tan reflexivo?

    No, era un tarado. Mi cabeza estaba alcoholizada. Empecé a tomar alcohol a los 12 años y tomé hasta los 48 o 49. Pero era un tipo normal, no era un alcohólico especial. Estaba convencido de que traer a mi familia a mi casa, a mis amigos, y tomar mucho alcohol estaba bien.

    ¿Qué lo hizo cambiar de estilo de vida?

    Hasta los 48 años era un gordo pelotudo, pesaba 100 kilos, 30 más que ahora, y estaba convencido de que estaba todo bien.

    ¿Qué desencadenó el cambio?

    Tomaba siete remedios por día: tenía diabetes, presión alta, colesterol, ácido úrico. Vivía en una locura permanente. Porque todo el mundo sabe que fumar está mal, que tomar alcohol está mal. Lo que no sabe es cómo hacer para dejarlo. Ahí empecé a leer sobre el tema. Cuando me sucedió eso, a los 48 años, dije “empecé a trabajar a los nueve años, ya tengo 49, ya trabajé 40 años, no trabajo más”. (Estaba a cargo de las joyerías de Montevideo Shopping, Tres Cruces y Portones Shopping).

    ¿Qué libro lo motivó a tomar la decisión?

    “De sapos a príncipes”, de Richard Bandler y John Grinder, los inventores de la programación neurolingüística. Me lo recomendó un psicólogo al que iba.

    ¿Ahora no toma nada de alcohol?

    En ocasiones me pongo tres o cuatro gotas de vino tinto en un trago para darle color. Pero elegí no tomar. Tomé durante 36 años, quiero probar otra cosa. Quiero investigar cómo es la vida sin alcohol.

    Dice que el alcohol es para usted la peor droga. ¿Por qué?

    Es la madre de todas. El problema no está en el alcohol... El alcohol ayuda a liberarnos de esa prisión en la que nos pusieron y con el alcohol nos podemos escapar. Los que me pusieron en esa prisión son los mismos que dicen “ah, con alcohol sí te podés escapar”. Entonces, bajo los efectos del alcohol el tipo comete un atropello, e incluso las propias personas que sufren esos atropellos lo justifican y lo perdonan porque estaba bajo los efectos del alcohol. Es como si hubiera cosas que no se pueden hacer, pero se justifican si el tipo estaba alcoholizado.

    ¿También fumaba?

    Sí, casi tres paquetes por día. Empecé a los 10 años y dejé a los 35. Cuando dejé de fumar todas las personas que conocí me alentaron y me apoyaron. Pero sin embargo cuando dejé el alcohol la enorme mayoría de mis amigos se enojaron y me alentaban a que volviera a tomar.

    ¿Tuvo que alejarse de algunas personas?

    Por supuesto. Me alejé de algunos porque me embolaron. El alcohólico empieza a repetir todo, y si estás por fuera de eso te resulta aburridísimo.

    Con la alimentación también hizo grandes cambios. ¿Cuáles?

    El alcohol es la madre de muchas cosas, entre ellas, la gordura. Ahora me alimento, antes solo comía. La mayoría de los seres humanos comen pero no se alimentan.

    ¿El deporte lo ayudó también a bajar de peso?

    No me considero deportista, pero hago actividades (deportivas). Soy surfista porque tengo una tabla y me voy al mar. También corro y ando en bicicleta. Pero no lo considero deporte porque no lo hago en forma deportiva. No tengo obligaciones más que conmigo mismo, eso es algo que comprendí. Alguien dijo, sé tu mismo el ejemplo que quieres ver en el mundo. El cambio que quieras ver producilo en vos.

    Compró el terreno donde se encuentra esta casa hace diez años, y la construyó con el arquitecto Martín Gómez. ¿Por qué lo eligió?

    Fue el primero con el que me entrevisté y con él inicié la obra. La casa la hace el dueño; primero tenés que conseguir la plata, pero no me dio porque conseguí solo la mitad. Sin embargo, con eso me dio para conseguir préstamos y pagar el resto.

    ¿Es cierto que concibió la casa como un negocio?

    Este terreno valió 50.000 dólares. Me dije: soy joyero, nací adentro de una joyería, no voy a hacer un rancho. Y pensé en un negocio, en hacer una casa que alguien quisiera comprar. Yo la mantengo, soy como el casero, corto el pasto yo mismo con la bordeadora, hice yo mismo varios de los muebles, hasta me puse a pintar y hacer esculturas para tener con qué decorarla.

    ¿Cuántos cuadros suyos tiene en la casa?

    Como 200; el garaje está lleno. Pero empecé hace poco, después de los 50, como a surfear. Dicen que pintar es difícil, y yo lo hice solo para decorar mi casa. No está por ahí la cosa. Me fui a Mosca, compré el atril, la tela, la pintura y pinté. He vendido cuadros en algún momento, pero no lo manejo en forma comercial. Aunque una vez me anoté en Gallery Night e hice exposición.

    ¿Por qué bautizó a la casa “Psicomagia”?

    En agradecimiento a uno de los tantos libros que leí de Alejandro Jodorowsky. Es un sistema que inventó para arreglar las cosas de los seres humanos a través de creencias mágicas. Por ejemplo, una persona tiene fobia a los perros por una experiencia negativa, y viene alguien y le dice, por ejemplo: agarre cinco huevos y haga tal o cual cosa. Todas pavadas, pero en la cabeza de la persona que hace esos actos puede funcionar. Lo que importa es lo que creés, pero nos enseñan a que no te la tenés que creer.

    ¿Qué pasa con eso y los uruguayos, que tienden al bajo perfil?

    No tiene nada que ver la humildad con creérsela. Creérsela es decir “yo creo que voy a poder hacer esto”. Saber elegir qué es lo que voy a hacer demuestra nuestra inteligencia. Pero no creer que puedo hacer tal cosa, o que es difícil —dejar de fumar, por ejemplo— es fácil. Es una decisión, no necesitás a nadie para hacer eso. Es lo mismo que el alcohólico: ¿para qué necesitás juntarte con 25 pelotudos y hablar de lo difícil que es?

    ¿Fue a algún grupo del estilo de Alcohólicos Anónimos?

    No. Yo creo en las posibilidades del ser humano.

    De la época en que trabajaba en la joyería, ¿cuál era su piedra preferida?

    La esmeralda, porque es la novia de Aladín (risas). Me gustaba mirar por dentro las piedras, y la esmeralda tiene muchas vetas, que no son más que fallas, y eso es lo increíble, fallas que son todas diferentes. Es como entrar en un mundo interno.

    ¿En qué son diferentes las preferencias de las alhajas que eligen los dueños de grandes fortunas familiares a las favoritas de las personas que hicieron mucho dinero en los últimos años?

    Nunca manejé clientes de grandes fortunas. La gente tiene una imagen de joyería Revello como la de una súper joyería, pero su clientela es el uruguayo común y corriente, que no es súper millonario. En los 40 años que estuve en la joyería busqué algo que fuera espectacular pero que lo pudiera comprar la mayor cantidad de gente posible.

    ¿Qué le parece el puente sobre la Laguna Garzón?

    El progreso me encanta. Hay paradigmas que todavía están muy arraigados. Pero mantener las tradiciones atenta contra el progreso de la gente. En mi caso, siempre estoy a favor de los que estén en el gobierno, porque me parece que es la forma en que se puede llegar a algo, desde la contra no se llega a nada. Yo no soy de nadie pero acompaño para ver si puedo dar buenas ideas y aprender algo. El progreso es constante, el cambio no se puede detener.