“Es mejor estar abajo deseando estar arriba que estar arriba deseando estar abajo”, repiten como un mantra Nicolás Pereira, Facundo Quiró Saldaña y Nicolás Badel mientras practican parawaiting en una explanada verde de más de 100 metros de largo en la punta de la Barra de Maldonado, desde donde planean despegar. Así le llaman quienes practican parapente a ese rato, que puede transformarse en horas, en el que esperan condiciones climáticas favorables para despegar su aeronave personal. Es el momento de contar historias, de mostrar fotos de travesías pasadas y prepararse para remontar en una nueva aventura. El pasto es un gran recurso cuando la ansiedad puede más: los pilotos se agachan, cortan un poco y lo sueltan desde una altura, así miden desde dónde sopla el viento, su gran aliado, que algunas veces se hace esperar.
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La Asociación Uruguaya de Parapente se creó en ese momento, julio de 2015, respondiendo a la necesidad que el colectivo de voladores de parapente tenía de organizarse. Su objetivo es fomentar el deporte, regularlo, crear conciencia de seguridad y generar lazos de amistad entre quienes lo practican. “Somos una asociación civil inscripta con casi 150 afiliados”, cuenta orgulloso su presidente, que estima hay igual número de parapentistas aún sin registrarse. Por una anualidad de 70 dólares por persona los socios obtienen, tras presentar documentación y rendir una prueba, una licencia de piloto, cobertura de hurto de equipamiento y de responsabilidad civil contra terceros y la posibilidad de competir en la Copa Nacional de Distancia, entre otros beneficios.
Con o sin motor. La asociación engloba a parapentistas y paramotoristas, una variante de esta disciplina que suma un motor dos tiempos de 80 a 300 centímetros cúbicos y una hélice de entre 1,20 a 1,50 metros a la ecuación. La diferencia principal, explica Quiró Saldaña, es que en lugar de subir a un cerro para tirarse desde una pendiente y allí remontar en ascendencias térmicas, el motor te permite despegar en cualquier superficie que tenga al menos 100 metros de extensión para correr con el motor en la espalda.
Los vientos térmicos, imprescindibles para el vuelo del parapente, se desprenden de la tierra. El sol calienta la tierra y una vez que esta llega a determinada temperatura desprende burbujas de aire caliente, que se elevan y provocan una especie de conexión entre tierra y cielo. Este fenómeno se da prácticamente en todos los países del mundo, pero hay algunos destinos que son demasiado ventosos y logran disipar esa térmica. No es el caso de Uruguay, por lo que las condiciones están dadas para los entusiastas del vuelo libre en las alturas. Sin embargo, como todo fenómeno natural, no se puede forzar, muchas veces hay que esperarlo o buscarlo. Los motores son una solución para los más impacientes porque suplen el efecto del viento térmico al elevar la aeronave y mantenerla en el aire.
En los vuelos con motor, a diferencia de los vuelos libres, el piloto puede trasladarse hacia donde desee sin la necesidad de esperar por los vientos térmicos. Una vez en el aire, los paramotoristas pueden optar por apagarlo o continuar el vuelo con el motor encendido. “Generalmente el vuelo de motor es diferente, es un vuelo costero, de playa, de no más de 100 metros de altura. Por regulación, en Montevideo no se puede volar a más de 100 metros de altura. El vuelo libre tiene la mística de subir a un cerro, despegar, volar y luego continuar a la merced de los vientos térmicos”, señala Quiró Saldaña. En general, los departamentos al norte del río Negro, donde generalmente el clima es más cálido, tienen mejores condiciones para practicar este deporte. Se dice que si en el este hay condiciones para un buen vuelo, en el norte siempre hay mejores.
Los parapentistas, que practican vuelo libre, pueden despegar, por ejemplo, desde el cerro Pan de Azúcar y desde allí volar hacia vientos térmicos y subir sin límite, sobrepasando incluso los 2.500 metros —altura en la que vuelan las águilas— y mantenerse en el aire por horas para terminar aterrizando donde los lleve el viento. “El expresidente de la Asociación Uruguaya de Parapente Pablo Pagani hace unos días salió en una travesía desde Florida y terminó en Las Toscas, volando sin motor. Hizo 98 kilómetros”, cuenta Quiró Saldaña. “Hay vuelos de 250 kilómetros que han llevado 4 o 5 horas”, agrega.
Quiró Saldaña tiene 31 años y es contador público. Practica el deporte desde que en una oportunidad vio a Nicolás Badel —uno de los uruguayos con más experiencia— volando en la rambla, lo interceptó y le pidió que lo orientara hacia alguien que le pudiera enseñar. Unos meses después ya estaba en el aire. “A los que practicamos este deporte nos encantaría que Uruguay fuera Suiza, Italia o Argentina, pero la verdad que no nos detiene. El aire está, las térmicas están, lo único es que hay que llegar a una altura para volar”, explica.
Las características geográficas de Uruguay lo definen como una penillanura, con el cerro Catedral, a sus 514 metros, como el punto más alto. Y aunque las alturas no abundan, los entusiastas parapentistas siempre buscan una solución. Para elevarse en el plano utilizan un mecanismo que se llama torno, que no es otra cosa que un motor ligado a un vehículo con el cual se remonta a los pilotos tal como si fueran una cometa. Luego se le va dando piola y una vez que logran elevarse entre 500 y 1.000 metros se sueltan y practican vuelo libre. Quienes no tienen un vehículo ni torno, pueden comprar un motor y salen desde cualquier lugar, por ejemplo, la playa de Pocitos, Carrasco o Punta Carretas.
“El tema es que el parapente es un trapo, un avión con turbulencia es rígido, el trapo si pierde presión se desinfla”, explica Nicolás Pereira, de 40 años, que insiste en que si bien es un deporte seguro hay buscar que haya la menor turbulencia posible, respetar mucho las condiciones del clima y saber leer lo que indican los vientos. Empresario y piloto de avión, vuela al igual que Quiró Saldaña desde 2013 y ha viajado por el mundo con su aeronave debajo del brazo. La opción lo conquistó por su simpleza: requiere mucho menos complicaciones que pilotear un avión, “no hay que registrarse, hacer papeleo, pagarle al inspector, ni ir al aeropuerto en la mañana para ver si en la tarde podés despegar”. Otra ventaja que destaca es que tiene un costo único al momento de comprar el equipo, luego los gastos de mantenimiento y combustible son muy bajos y lo puede llevar en el auto y volar cuando quiere. “Hace poco estuve volando sobre las pirámides, nos invitó el Ministerio de Turismo de Egipto para el campeonato mundial de paramotor, había 30 personas de diferentes países, yo era el único de Latinoamérica”, recuerda.
Al viajar lleva su vela. “La vela es de uno”, explica, “te prestan una y no sabés si está rota”. El motor lo consigue allá. Una de las reglas de oro de estos deportistas es la importancia del mantenimiento de la vela. “Se puede volar y aterrizar sin motor, pero no con la vela rota”, sentencia Pereira.
Su tocayo Nicolás Badel, de 45 años, también es empresario y practica paramotor desde 2007. Su aeronave le permite volar en tándem y lo ha hecho hasta con su abuela, de 90 años, y su hija pequeña. “Es una paz increíble arriba de las nubes”, señala. “En muchos aspectos nos comparamos con la gente que hace kitesurf o surf, muchas veces usamos los mismos programas para monitorear el clima y los vientos”, explica.
Precavidos en extremo. El deporte, dentro del que hay varias disciplinas como en vuelo de distancia y el acrobático, es considerado un deporte extremo. Esto implica que si un piloto quiere contratar un seguro de vida, este no lo cubre.
“Es lamentable que sea considerado un deporte extremo”, dice Quiró Saldaña, argumentando que si bien ha habido accidentes en los últimos 15 años, no hubo ninguna muerte. En los accidentes las lesiones siempre fueron relativamente sencillas, como luxaciones o quebraduras de tobillo. “La asociación trata de crear beneficios para los asociados, por eso hicimos un seguro que nos permite garantizar que las personas que están abajo nuestro si sufren algún accidente, están cubiertas por el seguro que contratamos. No nos cubre a nosotros, pero sí cubre a los terceros que pudiéramos llegar a dañar. No es que me moleste que sea considerado de riesgo, lo entiendo, porque estar volando implica ciertos riesgos. Queremos seguir practicando este deporte, ser amigables con la comunidad, respetarlos y que nos respeten. Este año tuvimos dos o tres accidentes en parapente que fueron noticia a escala nacional, pero seguramente en deportes como el rugby o fútbol hubo más. Yo creo que dependiendo de la disciplina por la que uno opte (de distancia o acrobacia), resulta más o menos arriesgado”, concluye.
No hay nada que lo impida, pero desde la asociación procuran que los pilotos eviten los vuelos nocturnos y que lleven algún implemento para hacerse notar si están volando y cae la noche, para así evitar accidentes. Esta es una de las precauciones que recomiendan desde la asociación, a pesar de que los parapentes vuelan en espacio aéreo no regulado, donde no es habitual encontrarse con aviones o helicópteros, ya que estas aeronaves reguladas deben volar de 300 pies para arriba y los parapentes y paramotores vuelan de 300 pies para abajo, siempre en espacios aéreos controlados (como la costa o zonas cercanas a los aeropuertos).
Todos llevan paracaídas, los pilotos de acrobacia incluso llevan más de uno; algunos, especialmente los de distancia, llevan agua y comida, otros tienen salvavidas por si caen en el aguan e incluso un cuchillo, por si se enredan con la vela, algo que también sucede en deportes como el buceo y el alpinismo. Sin embargo, lo ideal es viajar liviano de equipaje. Y así, suspenderse en el aire.