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    “Turandot” o un deslumbrante viaje a la China imperial

    El conocimiento del otro y la frecuente colaboración en un equipo producen una complicidad entre los artistas cuyo fruto es, casi siempre, un bienvenido logro. Eso suele ocurrir entre los jugadores de fútbol que están acostumbrados a jugar juntos; también entre los actores de un elenco o entre tres o cuatro músicos de cámara que llevan años trabajando juntos. Y es lo primero que se percibe en esta puesta de Turandot donde, con el Auditorio Nacional del Sodre como escenario de lujo, se amalgaman el vestuario diseñado por Aníbal Lapiz y la dirección de escena, escenografía y luces de Roberto Oswald. Estos dos argentinos han hecho muchos trabajos en equipo y han cosechado aplausos y premios en diferentes partes del mundo. No es extraño, entonces, que la estética general del espectáculo sea tan armónica y luzca ese encastre perfecto entre la paleta del vestuarista y la del escenógrafo, con una notable iluminación que sabe resaltar la excelencia de cada propuesta.

    Se sabe que, cuando hay dinero disponible para un emprendimiento como este, el riesgo más común es la vulgaridad. Pero no es el caso. Y Oswald y Lapiz son los primeros grandes triunfadores de esta puesta por haber sabido resolver la magnificencia imperial China con una suntuosidad exenta de cursilería en la que el buen gusto campea airoso durante tres horas.

    El punto más alto en la belleza de la escenografía quizás sea el del tercer acto, cuando el enorme escenario está techado de pétalos de ciruelos chinos suspendidos en el aire, sin ramas que los sostengan, y magníficamente iluminado. Entre tanto acierto, el único contrapié ocurre en el segundo acto, cuando con Ping, Pang y Pong al frente, tres rollos de tela se desenrollan y muestran unas insulsas fotos impresas que no condicen con la estética del conjunto.

    Otros dos triunfadores de la velada fueron el director musical Stefan Lano y el director del Coro, Esteban Louise. En Turandot, la orquesta y el coro son tan protagonistas como los solistas. Y ya en el primer acto pudo verse a un coro compacto y enérgico, tan sólido en su expresión completa como en los momentos en que cantó por sectores y siempre muy bien conducido por Oswald en sus desplazamientos. Lano, por su parte, dirigió con mano firme a una orquesta vibrante con músicos que mostraron en todo momento atención y entusiasmo. Aparte del brillo que supo sacar a sus dirigidos, el estadounidense fue un acompañante elástico sin contratiempo en el apoyo orquestal a los solistas.

    La princesa Turandot en la función del estreno, a la que acudió Búsqueda el pasado miércoles 18, fue la norteamericana Janice Baird, una soprano dramática de voz caudalosa en toda la tesitura con un atractivo timbre oscuro en el registro medio y medio grave y por momentos demasiado acerado en los agudos, lo que pudo erosionar los oídos de algunos oyentes. De expresión hierática conforme a su rol, mantuvo una destacable presencia escénica aun cuando no cantaba, realzada, como estaba, por un estupendo vestuario despampanante en el negro y plata del segundo acto.

    El mexicano José Luis Duval fue Calaf, un tenor lírico de voz pequeña, de cortísima expresividad al principio, más suelto al final del primer acto y finalmente muy correcto en el Nessun dorma del tercero. Es que la cualidad de notable melodista de Puccini y su sabiduría en la orquestación acompañante hacen que en esta famosa aria el tenor, aunque no sea el más adecuado para el personaje, pueda honrar su compromiso. Aunque el gran debe de Duval estuvo, además de en su falta de potencia, en su nula expresión corporal y en la tosquedad de sus desplazamientos.

    La joven esclava Liù, encarnada por la argentina Paula Almenares, y el rey tártaro Timur, interpretado por el bajo-barítono cubano-chileno Homero Pérez Miranda, fueron los otros triunfadores de la jornada. Ya en el primer acto, la soprano sorprendió con un timbre cálido y una expresividad a flor de piel (Signore, ascolta!) que arrancó los primeros aplausos del público. Y, junto con el rey ciego, demostró una gran desenvoltura dramática, al punto que, aun sin letra durante todo el primer acto ninguno de ellos permaneció estático.

    Si justamente en el primer acto se había podido apreciar la descollante presencia de Ping, Pang y Pong, el mejor momento de estos tres “ministros”, que son en verdad tres clowns, llega en el trío del segundo acto, el número más extenso de toda la ópera. Los uruguayos Alberto Cazes (barítono, Ping) Gerardo Marandino (tenor, Pang) y Fabián Villalba (tenor, Pong) son una brisa de aire fresco entre tanta solemnidad. Correctísimos en lo vocal, entregaron en lo estrictamente teatral una verdadera proeza de gracia, frescura y ocurrencia. Por ello, no fue casual el estruendoso aplauso que los premió cuando salieron para el saludo final.

    Como es sabido, Puccini murió sin terminarTurandot, tarea que cumplió Franco Alfano. El 25 de abril de 1926, la obra se estrenó en La Scala de Milán bajo la dirección de Arturo Toscanini. Al promediar el tercer acto, después de que muere Liù, el telón bajó lentamente, Toscanini encaró al público y dijo: “Aquí terminó el maestro.”

    Luego, el telón volvió a subir y todos retomaron el final de Alfano. En la puesta de Oswald, un telón blanco semitransparente desciende en ese mismo instante del tercer acto, dejando borrosa la escenografía por varios minutos, mientras por delante Calaf increpa a Turandot. El telón vuelve a subir cuando se retoma la música de Puccini y el coro repite un tema anterior (Diecimilla anni al nostro imperatore!), lo que constituyó un hallazgo de la régie, pues funcionó, al menos a los ojos de este cronista, como una tierna guiñada a Puccini y a Toscanini.

    A pesar de que Turandot no es un exponente del mejor talento operístico del Puccini que puede apreciarse en La Bohème, Tosca, Madama Butterfly o Manon Lescaut, esta puesta vale la pena. Parafraseando el aria más famosa de la ópera, diríamos: “Que nadie se duerma”. Y, entonces, que todos los que puedan aprovechen las funciones que se darán el 27, 28 y 29 de julio.