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    Haciendo boca

    Nadie en su sano juicio puede tomar en serio a las caras visibles que impulsan el impeachment a Dilma, ni pensar que son la solución de la crisis brasilera. Hasta ahí bien, pero lo cierto es que a Dilma, esa adorable cabezona terca que no ha sabido negociar nada en su vida y para peor lo exhibe como una virtud, tampoco la despertaron a las 3 de la mañana y la sacaron en camisón de Planalto directo a unas vacaciones en Mato Grosso. Por lo tanto, el grito indignado de golpe de Estado es de dudosa validez. Si la propia Corte Suprema, y la comisión de diputados y la comisión de senadores, y ahora 2/3 de la Cámara de diputados, avalaron el Impeachment, quiere decir que tiempo para torcer el derrotero de la causa y evitar la banquina tuvo de sobra Dilma, lo que no tuvo es capacidad de negociación. Le llaman política.

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    ¿La están tratando de voltear mediante una excusa jurídica, cuando el verdadero y único objetivo es bajarla? Por supuesto. Para eso está previsto en la Constitución el impeachment, para bajar presidentes que carecen de apoyo político (y popular). La causa que desata el proceso es una picardía fiscal menor, y el argumento central de la defensa de Dilma es que otros presidentes han hecho antes esa manganeta fiscal y no han sido enjuiciados. Es de los alegatos más infantiles que se puedan esgrimir ante una acusación; piensen en su hijo diciéndoles que lo suspendieron en el liceo por algo que también hacen otros, pero no han recibido castigo alguno, e imaginen la respuesta que le darían… les facilito una: “te regalaste, además de mal estudiante sos un idiota, jodete por nabo”.

    ¿Son unas bestias la mayoría de los diputados que votaron el impeachment? Es la democracia representativa en su máxima expresión: la posibilidad de que cualquier ignorante como uno pueda llegar al Parlamento e incidir sobre las decisiones del país y dedicarle un voto de impeachment a la familia “que están mirando y son los que me acompañan en las malas y ya les aviso que no vuelvo a cenar porque probablemente visitemos algún puteiro con los que me acompañan en las buenas”. ¿Temer y el resto de sus ex aliados que ahora esperan ascender al poder son impresentables? Pues ya lo eran antes de que se le dieran vuelta como una media, la condición de tránsfugas de sus ex aliados, lejos de justificar a Dilma, le suma puntos en el casillero de su impericia. Ella eligió a Temer como vicepresidente, y teniéndolo a dos pasos y subordinado ni siquiera consiguió mantenerlo neutral. A De La Rúa al menos Chacho Álvarez le renunció, no lo volteó él mismo; De La Rúa bajo presión era Churchil al lado de Dilma.

    ¡Una analogía que entendamos todos!, grita la tribuna. Vamos a nuestra metáfora universal, el fúbol, y el caso más traumático para Uruguay en los últimos 40 años: la suspensión de Suárez. “Suspendieron a Suárez porque no nos quieren en el Mundial y nos tienen miedo estos corruptos de la FIFA porque somos los pobres del fúbol luchando contra la hegemonía del mercado”. No, lo suspendieron porque NOS REGALAMOS. Empezando por Suárez, siguiendo por los dirigentes que decidieron negar el hecho pensando que no había pruebas en un partido con 70 cámaras, y una larga fila de errores concatenados que desembocaron en una sanción inédita en el fúbol mundial. “Pero la FIFA son unos viejos corruptos, son mucho peores que Suárez, Balbi, Barrera, y que el Maestro Tabárez constipado en una conferencia de prensa en inglés”. Y ahí nos encerramos en la última baldosa del ser humano cuando se manda 200 cagadas una atrás de la otra y se regala ante la vida: la aparente superioridad moral. Ellos son malos, no tienen autoridad moral para juzgar a nadie. Llegado ese punto, se impone una pregunta fundamental: ¿pero al final qué quieren: ganar o tener razón? Si quieren tener razón es muy fácil, alcanza con creer que la tienen y el Mal conspira contra los justos. Ahora, si lo que quieren es ganar, mejor aciertan en sus decisiones y asumen las consecuencias de las mismas. De lo contrario, lo más prudente es no jugar.