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    Los uruguayos perciben que hay “mucha corrupción” en el país, pero dicen que no la han “experimentado” ni han sido “testigos” de ella

    Según estudios internacionales, Uruguay es el 17º país menos corrupto en un total de 97 países estudiados

    ¿Cuánta corrupción hay en Uruguay? Una de las estimaciones más recientes es la de The World Justice Project (WJP). Las principales características de las estimaciones de WJP se indican en el recuadro sobre las fuentes de los datos examinados aquí. Resumiendo concisamente la conclusión de WJP en lo que a nosotros respecta: en Uruguay, comparativamente, habría muy poca corrupción.

    WJP entiende por corrupción: la práctica del soborno; la influencia indebida de intereses públicos o privados; y el uso inapropiado de dinero y otros recursos públicos. La prevalencia de la corrupción se establece a partir del comportamiento de cuatro actores: miembros/funcionarios del Poder Ejecutivo, del Poder Judicial, de la Policía y las Fuerzas Armadas, y del Poder Legislativo. “Ausencia de corrupción” significa que esos actores no usan sus funciones públicas para obtener beneficios privados.

    Según las estimaciones de WJP, Uruguay es el 17º país menos corrupto en un total de 97 países estudiados. Es el menos corrupto de su región (entre 16 países latinoamericanos con datos), y también el menos corrupto entre los países de su grupo de ingresos (los países de ingresos medio-altos, 30 en total). En materia de corrupción, en suma, según WJP Uruguay estaría entre las naciones menos corruptas del mundo, junto a catorce democracias ricas (diez de ellas europeas), más Hong Kong y Singapur (también muy ricos). Uruguay es el primer país de ingreso medio alto que está en esa compañía. Por esa razón en lo que sigue se comparan los resultados de una encuesta uruguaya de Cifra (de febrero de 2014) con los del Eurobarómetro 397, publicados en febrero de 2014 (los detalles de ambas se resumen en el recuadro sobre las fuentes).

    La corrupción según los uruguayos.

    Algo más de un quinto de los uruguayos (22%) cree que en el país hay mucha corrupción, y un 41% adicional piensa que hay “bastante” corrupción. En total, el 63% opina que hay mucha o bastante corrupción (Cuadro 1). El 28% ve poca corrupción, y un 4% muy poca o ninguna; el 5% restante no opina. Los que ven mucha o bastante corrupción (63%) duplican a los que ven poca o ninguna (32%). A primera vista este margen de 2 a 1 indica que los uruguayos vemos un país francamente corrupto. Sin embargo, si todo el mundo ve mucha corrupción en sus respectivos países, el sentido de esos números podría cambiar, porque pasa a depender básicamente de dos cosas: quiénes son más o menos corruptos, y quiénes perciben más o menos corrupción.

    Los uruguayos ven bastante menos corrupción que los habitantes de la Unión Europea (UE27 en el Eurobarómetro citado aquí, los habitantes de sus 27 países miembros hasta 2013; desde el 1º de julio pasado, con la incorporación de Croacia, son 28). Ven menos corrupción que la percibida en los quince países que formaban parte de la Unión Europea antes del comienzo de su expansión hacia el este (UE15: esencialmente, Europa Occidental menos Noruega y Suiza). Ven mucha menos corrupción que en los doce nuevos miembros incorporados luego de 2004 (NMs12; ahora trece, contando a Croacia).

    Las poblaciones de solo seis países de la UE15 ven menos corrupción que la percibida por los uruguayos (ordenadamente: Holanda, Alemania, Suecia, Luxemburgo, Finlandia y Dinamarca; los daneses son los que ven menos corrupción). En los otros nueve países de la UE15 sus habitantes ven más corrupción que la percibida por los uruguayos. En particular: los británicos, los belgas y los franceses ven más corrupción en sus países que los uruguayos en el suyo (en cada uno de esos países entre el 64 y el 68% de su población ve bastante o mucha corrupción). Los portugueses, españoles, italianos y griegos ven muchísima más corrupción que los uruguayos (en todos los casos al menos el 90% ve mucha o bastante corrupción).

    ¿Gran Bretaña, Bélgica, Francia, o incluso España, serán realmente países más corruptos que Uruguay? Si lo fuesen, las respuestas que sus habitantes por un lado, y los uruguayos por otro, brindan a los encuestadores reflejarían, aproximada y “naturalmente”, la prevalencia de la corrupción en sus respectivos países: británicos, belgas, franceses, españoles ven más corrupción que los uruguayos sencillamente porque entre ellos hay más corrupción.

    Sin embargo, según WJP la respuesta es negativa: es al revés. Esos cuatro países serían menos corruptos que Uruguay. Si así fuera, entonces los uruguayos, que tenemos más corrupción que ellos, pero vemos menos corrupción que ellos, en algún sentido vemos relativamente menos corrupción que la que “deberíamos” ver. No solo no somos hipercríticos, sino que somos menos protestones que otros, que en materia de corrupción estarían mejor que nosotros, y sin embargo se quejan bastante más que nosotros.

    La experiencia personal de la corrupción.

    El 4% de los uruguayos dice que experimentó personalmente un caso de corrupción, y un 13% adicional dice que fue testigo de un episodio de esa naturaleza. El 82% ni experimentó ni fue testigo, y el resto (1%) no sabe o no dice (Cuadro 2). Por lo tanto: el 63% de los uruguayos cree que hay mucha o bastante corrupción en el país, pero menos de un tercio (17%) efectivamente tuvieron un contacto personal (directo o indirecto, como testigos) de esa corrupción. Examinando cómo se relacionan las dos respuestas se encuentra que la mayoría de la población (50%) cree que la corrupción está ampliamente extendida en el país, pero ese juicio no surge de su experiencia personal (ni como participantes ni como testigos). A la inversa, un porcentaje relativamente pequeño de uruguayos (3%) ha tenido contacto personal con la corrupción, pero no cree que en el país haya mucha o bastante corrupción.

    Por lo tanto, los que ven corrupción pero no han tenido experiencia personal con ella (el 50% de la población), que son el grueso de los que ven mucha o bastante corrupción, sustentan su opinión en un “saber colectivo” compartido. Es un juicio cultural que no surge de la experiencia directa; aquí hay mucha corrupción porque “todos” (al menos la mayoría) “sabemos” que es así.

    Esto, sin embargo, no es una “excepcionalidad” uruguaya. Los datos resumidos en el Cuadro 2 muestran que entre los habitantes de la Unión Europea la experiencia personal de la corrupción como partícipes o como testigos es aún más baja que la de los uruguayos. Sin embargo, el 13% de los europeos de incorporación más reciente a la Unión han participado personalmente (no solo como testigos) en episodios de corrupción; este es un porcentaje mucho más alto que el correspondiente a los demás miembros de la Unión (los de la UE15: solo 3%) o el de los uruguayos (4%).

    Conclusiones preliminares.

    Como recién se señaló, los juicios de la gran mayoría de los que ven mucha o bastante corrupción no se apoyan en sus experiencias personales directas, sino “en un ‘saber colectivo’ compartido. Es un juicio cultural…; aquí hay mucha corrupción porque ‘todos’ (al menos la mayoría) ‘sabemos’ que es así.” Esto es tan cierto en Uruguay como en la Unión Europea. Este “anclaje cultural”, presumiblemente, es el que permite que las opiniones recogidas en las encuestas no coincidan con las clasificaciones de los países según prevalencia de la corrupción, clasificaciones que tienen muy en cuenta los juicios de los expertos.

    “Anclaje cultural”, sin embargo, no es sinónimo de subjetividad absoluta o de juicios arbitrarios, enteramente idiosincráticos. También aquí hay reglas. Por ejemplo: tanto en Uruguay como en los distintos países de la Unión Europea los juicios que tienden a ver más corrupción son los de las personas de menor educación formal y los de ingresos más bajos. Al menos en los países con fuertes identificaciones partidarias, la política también contribuye a dar forma a esos juicios. En Uruguay, por ejemplo, los que se consideran de izquierda, en el pasado críticos severos de la realidad nacional, hoy (según la encuesta de febrero ppdo.) ven menos corrupción que los votantes de la oposición: el porcentaje de los que ven mucha o bastante corrupción crece sistemáticamente desde el 49% entre los que se consideran de izquierda neta hasta el 83% entre los de derecha neta. Las intenciones de voto muestran un panorama similar: el 52% de los que piensan votar al Frente Amplio ven mucha o bastante corrupción en el país, opinión compartida por el 67% de los votantes del Partido Independiente, el 74% de los colorados, y el 77% de los blancos. A mayor cercanía al oficialismo, mayor benevolencia en los juicios sobre la corrupción: en “mi” gobierno no hay tanta corrupción como la que algunos ven.

    Más allá de los detalles, una conclusión parece sólidamente asentada en los datos. Aunque veamos más corrupción que la que experimentamos en primera persona, los uruguayos no somos una tribu protestona que no se conforma con nada y vive encontrando pelos en la sopa (acicateados tal vez por la prensa y/o las oposiciones de turno). En los juicios sobre prevalencia de la corrupción, desde una perspectiva comparativa los uruguayos no somos hipercríticos. Más bien al contrario: por comparación con los europeos somos menos protestones. Nos quejamos menos que otros, que estarían mejor (tendrían menos corrupción que en Uruguay), y sin embargo protestan más que nosotros. Los uruguayos parecemos más mansos; “picaneamos” a los gobiernos menos que los ciudadanos de otras democracias más prósperas y educadas. Es posible que esto sea cierto también en otras materias.

    © Luis E. González. Derechos reservados (especial para Búsqueda).