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    Montevideo: patrimonio económico y sensible

    Sr. Director:

    Seguimos confiando en que la Intendencia pronto logre revertir la tendencia a la demolición ciega de las históricas fachadas que caracterizan los barrios de Montevideo, lo cual advertimos que termina afectando tanto el corazón como el bolsillo.  El variopinto paisaje urbano, fruto del talento y del esfuerzo de nuestros antepasados, es una rica fuente de recursos económicos que todavía no hemos aprendido a aprovechar; pero sobre todo nos recuerda dónde vivimos, qué sociedad queremos construir y cuánto nos estimamos —y nos respetamos— a nosotros mismos.

    La diversidad de obras que exhibe Montevideo es un espejo del mestizaje cultural uruguayo; su estado de conservación refleja cuánto apreciamos el trabajo de todos, los diferentes estilos de expresión y de vida, en síntesis: nuestra capacidad de convivencia.  Por otra parte, los curiosos detalles artesanales del espacio público hoy nos ayudan a contrarrestar la monotonía y el absorbente “tecnologismo”.

    En primer término, la IMM y la Facultad de Arquitectura podrían focalizarse en estimular el reconocimiento del potencial económico que tienen los originales frentes, con un doble fin práctico: evitar la desvalorización de la construcción y acompasar el interés turístico.  En lugar de tirar abajo todo, las ciudades con historia tienden a preservar lo que está bien hecho y con buenos materiales para incorporarlo de manera inteligente y sensible a nuevos emprendimientos de mayor tamaño sin perjuicio de edificar todo lo que se quiera hacia atrás y hacia arriba.  Esto por lo general queda mejor cuando no se trata de disimular los contrastes.  De todos modos el panorama montevideano es típicamente heterogéneo; ya estamos acostumbrados a varios estilos que conviven no solo lado a lado sino también hacia los fondos, ya que a medida que tomamos distancia los planos se superponen.

    Sin embargo, debido a arraigados prejuicios y falta de formación técnica, a veces optamos por la destrucción total del frente original; lo cual prueba ser la vía menos lucrativa al desperdiciarse piezas que tienen un valor diferencial difícil de calcular mediante métodos matemáticos y geométricos. Ante el mal asesoramiento, nos deshacemos del “insustituible” trabajo artesanal expuesto en las fachadas y así la propiedad y el entorno se deprecian.

    El típico y polifacético paisaje ha venido desapareciendo, abatido por la indiferencia, los malos cálculos y el estancamiento normativo, si bien últimamente, lejos de nostálgicas evocaciones, comenzamos a darnos cuenta de que nos empobrecemos si dilapidamos el propio patrimonio cultural y económico.  Hoy somos algo más conscientes de la inconveniencia de perder las características más significativas del gran muestrario montevideano que sorprende al turista.

    Aparte de conservar el valor monetario queremos seguir reconociendo el lugar donde vivimos sin sentirnos desplazados “a prepo”.  Por tal motivo reclamamos que se controle la demolición a ciegas para que todos los barrios puedan crecer sin perder su carácter y no solo unas limitadas áreas administrativas.  Un primer paso razonable sería establecer franjas de antigüedad antes de considerar la eliminación total de un frente; por ejemplo: estudiar caso por caso las construcciones anteriores a 1940, dado que es probable que tengan algún elemento valioso a la vista; para lo cual conviene contar con el asesoramiento de una comisión mixta que sea técnica y representativa de cada zona.

    Aún hoy, inmersos en la cotidiana realidad virtual, podemos romper la rutina, apagar los dispositivos por un rato, hablar cara a cara y aventurarnos a explorar nuestro espacio.  Las calles con sus curiosidades son públicas galerías de arte que despiertan la imaginación: nos recuerdan que hay otras formas de ver y de hacer las cosas.

    El entorno humano no es resultado del azar ni de un inamovible proyecto sino de la trayectoria de vivencias e inquietudes; lo construimos día a día; nos dice qué pensamos de nosotros mismos y cómo nos entendemos, también qué esperamos del futuro, en suma: qué cosas nos atrevemos a cambiar y a defender.  La diversidad de fachadas históricas es el rostro sonriente de esta ciudad cosmopolita que siempre ha sabido dar la bienvenida a distintas culturas y tendencias; nos permite reconocernos como una “sociedad civilizada” no por imitar un supuesto modelo sino por aprender a convivir.  Al igual que en el trato cotidiano, también en el ecléctico paisaje que venimos edificando apreciemos nuestras diferencias en lugar de combatirlas y de “sustituir” a Montevideo por otra ciudad, una cualquiera y monótona.

    Marcelo Marzol, estudiantes de Humanidades, Udelar