N° 2018 - 02 al 08 de Mayo de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDos semanas atrás, Julian Assange fue detenido en la embajada de Ecuador en Londres. Ecuador le sacó su asilo político, el cual el fundador de WikiLeaks buscó siete años atrás para evitar ser extraditado a Suecia, que en su momento solicitaba su entrega por presuntos abusos sexuales hacia dos mujeres.
Assange, envejecido y barbudo, gritó y se resistió.
Fueron muchas las personas y periodistas que años atrás vieron a este hombre como un valiente, un mito, un Quijote. WikiLeaks filtró decenas de miles de cables del Pentágono y del Departamento de Estado de Estados Unidos mostrando políticas corruptas, turbios asuntos financieros y operaciones militares oscuras en Iran y Afganistán.
Hoy la situación es otra y la tesis más aceptada es que la personalidad de Assange hizo que se cavara su propia fosa. “Es el artífice de su propia caída”, dijo un excolaborador suyo.
Su futuro es complicado. En Suecia, una de las mujeres que lo acusó pide que se reabra el caso (se cerró porque Assange estaba en Inglaterra y no podía ser detenido). También puede ser extraditado a Estados Unidos.
Para muchos es un hacker (y no un periodista); lo que hizo fue un hackeo y no una filtración. Pero estos días han surgido voces que aseguran que el caso penal que Estados Unidos tiene con Assange es un riesgo para todos los periodistas de ese país, donde es imputado de conspiración. La acusación describe, como parte de su supuesto delito prácticas comunes de los reporteros: cultivar fuentes, proteger su identidad y establecer mecanismos seguros de comunicación con ellas.
“Esto constituye un riesgo considerable para los periodistas estadounidenses, porque significa que el Departamento de Justicia puede ir detrás de ti por hacer cosas que son muy habituales”, opinó Matthew Ingram, del Columbia Journalism Review.
Lo que es seguro es que su personalidad no ayuda a esclarecer el panorama. Este “vivillo listo”, como lo definió Mario Vargas Llosa hace años, ha tenido actitudes muy reprobables con sus colaboradores. Egocéntrico, incapaz de aceptar una crítica, maleducado. A las acusaciones de violación dijo: “No he violado a esas mujeres y no puedo imaginar nada de lo que pasó entre nosotros que les pueda haber hecho pensar eso”. Y agregó: “Puedo ser un cerdo machista o algo parecido, pero no soy un violador”. Sobre las acusaciones de las dos mujeres, una de las cuales conoció en Enkopping y otra en Estocolmo, dijo: “Ambas estuvieron encantadas de seguir viéndome después de irse a la cama conmigo”.
Uno de los últimos golpes de efecto grandes de WikiLeaks fue que gracias a espías rusos se hizo de los correos de Hillary Clinton, para muchos con la intención de hacerle perder la elección presidencial de 2016. Cuando no era presidente, Donald Trump decía “amo WikiLeaks” y “WikiLeaks es impresionante”. Ahora, conocido el arresto de Assange, dijo a los medios: “No sé nada sobre WikiLeaks. No es asunto mío”. Le queda poca gente que lo apoye a Assange, entre ellos la actriz Pamela Anderson y la diseñadora Vivienne Westwood.
En la embajada, el australiano de 47 años que vivía con su gato, se había convertido en una pesadilla. Había instalado un sistema de espionaje dentro de la casa, destrataba a los empleados y llegó, según dice la ministra del Interior de Ecuador, a enchastrar las paredes de la casa con materia fecal.
Si Suecia reabre el caso, se abren dos caminos: ¿qué es más grave?, ¿hackear secretos militares para publicarlos (arriesgando la seguridad nacional norteamericana) o una acusación de violación? Ambos tienen sentencias parecidas en Inglaterra. Para los entendidos, lo mejor es que sea extraditado a Suecia —que además tiene reputación de tener una justicia independiente y confiable— y, cuando ese proceso termine, que Suecia lo extradite a Estados Unidos (donde es considerado un paria y un lacayo del Kremlin).
Mientras, personas que fueron claves para WikiLeaks están presas, como Chelsea Manning, la exsoldado del ejército que ayudó a Assange a acceder a miles de documentos secretos de Estados Unidos. Obama la había liberado, pero este año volvió a caer presa después de negarse a testificar sobre una investigación contra WikiLeaks. Por su parte, Edward Snowden, el excontratista que filtró documentos de la Agencia de Seguridad Nacional, vive refugiado en Rusia. No le han perdonado su accionar. Pero él no se arrepiente porque lo que hizo redundó en algo bueno: que el poder de los gobiernos se limitó después de esas revelaciones.
Snowden, que siempre pareció más sensato que Assange, aseguró: “Hay gente que dice que nada ha cambiado, que todavía existe la vigilancia masiva. Pero no es así como hay que medir el cambio. Si miramos hacia atrás, antes de 2013, y vemos lo que ha pasado desde entonces, todo ha cambiado. Ahora sabemos. Ahora la gente conoce lo que ocurre. La gente todavía no tiene poder para detenerlo, pero lo estamos intentando. Las revelaciones han logrado que la lucha sea más justa”. Tiene razón.