La brisa puede ser ligera, casi imperceptible, pero las luces comenzarán a encenderse y a agitarse, inquietas, como si fueran las hojas de un árbol. Para eso están diseñadas y meticulosamente montadas las esculturas cinéticas de Gustavo Genta. Las estructuras aéreas de cientos de espejitos han enamorado a particulares y empresas, que las eligen para iluminar un bosque (como el complejo de ecoturismo Big Bang en Portezuelo), engalanar grandes halls (Sofitel Montevideo, todavía sin inaugurar) o disponer su presencia luminosa en el living de una casa.
El artista viene trabajando desde hace 20 años. Vivió en Ginebra y expuso allí, en París y en Washington en la primera década de los 2000. Tuvo altibajos, pero en los últimos años su trabajo se ha vuelto reconocido y muy solicitado. Hoy vende en galerías de Uruguay pero también de Buenos Aires y México. Su proyecto Dome Panda para construir una escultura cinética de grandes dimensiones a la intemperie en Chengdu, China, aún no se ha construido pero ya está aprobado. Inspirado en los mapas de rutas aéreas y en el movimiento lento de los pandas, la cúpula de estética futurista está pensada para estimular los sentidos a través de 360 espejos que oscilarán suavemente.
"Genta 48", así firma sus trabajos este año: una manera diferente de ponerle firma y tiempo (con su edad en lugar de la fecha) a piezas que tienen su sello propio.
¿Cuál fue su primer punto de contacto con el arte?
Hasta los 30 años no tenía ninguna expectativa como artista. Yo estudié en el Centro de Diseño. En ese momento venían muchos italianos y nos prepararon como que este fuera un país industrial; nos largaron como para trabajar en la Mercedes Benz, y acá no había industria. Entonces los diseñadores egresados fueron agarrando para diferentes lados. Los que más trabajo tenían eran los que se dedicaban al diseño textil, un ejemplo de mi generación son Ana Livni y Fernando Escuder, que entraron conmigo. O Rita Fischer, una de las mejores artistas que tenemos. En el año 2000 empecé a vender en el Mercado de los Artesanos y en el primer Hecho Acá unas lamparitas de metal y papel higiénico teñido. Se vendían pila, las compraban mucho los extranjeros. Pero en 2001, que pasó lo de las torres (el 11S), se me vino abajo todo, porque la gente ya no podía subir con cosas metálicas al avión, y de golpe se paró todo. En ese momento yo le vendía a un uruguayo que tenía una tienda en Francia, entonces hice un viaje a Europa esperando conseguir otro cliente. Estuve en Barcelona pero al final me terminé quedando en Ginebra. Ahí empecé a trabajar con galerías de arte. Las lámparas, que terminaban siendo esculturas iluminadas, calzaron justito en una galería en particular, que mostraba que no valían por el material, sino por la idea. La mitad de la gente me decía que no dijera que estaban hechas con papel higiénico, y la otra mitad que sí.
¿Cuánto tiempo estuvo allá?
Cuatro años. Después me volví, me gusta estar acá. Nunca me acostumbré a vivir afuera.
Ha dicho que su taller es un lugar de investigación e innovación. ¿En qué sentido?
Sobre arte podríamos hablar millones de horas con 20 personas y nunca nos pondríamos de acuerdo. La diferencia entre una artesanía y el arte es cuando hay investigación. Un amigo una vez me dijo: "No hagas como los artesanos, que si se vende una lámpara roja, hacen otra lámpara roja". A mí me gusta mostrar cosas que la semana pasada no existían. Allá hay un cuadro en el rincón que es nuevo. Es como un cuadro televisor. Lo hice para un libro de Pablo Casacuberta en el que está haciendo trabajar a artistas con científicos. Es como una escenografía-cuadro, nunca lo había hecho antes. Ahora estaré un año investigando por ese lado. A la vez hago escenografías y este año estuve trabajando en la decoración de montes. En Big Bang colgamos lámparas de los árboles. También hice una especie de móvil en San Antonio (Rocha) para unos norteamericanos; es como una alfombra de 10 metros suspendida entre los pinos con espejitos que van colgados como caravanitas y con la brisa se mueven. La investigación está en eso. También estoy trabajando con máscaras, tengo una colección. Es como inventar superhéroes, porque es hacer la máscara, diseñarle el traje y después viene algún chiflado, como son la mayoría de mis clientes, y le gusta. Porque ¿quién se compra un traje de superhéroe que no existe?
¿Todos sus clientes son chiflados?
¿Quién gasta tres o cuatro mil dólares en poner lámparas en los árboles? La gente normal no lo hace. ¿O quién se compra una máscara de estas? Chiflados en el buen sentido, es gente que sabe lo que quiere. El año pasado le vendimos a un cliente un móvil para arriba de la cama. Pero claro, su casa parece la de Bruno Díaz en Batman. Hay gente que ya tiene todo lo que tendría que tener. Una vez estaba con un cliente y se recorrió toda la feria Ideas+ y no encontró qué comprar. Esas personas están buscando algo que los sorprenda, y están dispuestas a gastar, pero no lo encuentran.
¿Cree que el uruguayo se está acercando más al arte contemporáneo?
Sí, nosotros (él y su equipo) estamos trabajando que no paramos, muchísimo. Los últimos cuatro meses del año trabajamos hasta los domingos. Esto es así desde hace tres años, más o menos. Y cada vez se van abriendo más abanicos.
¿Con qué materiales trabaja?
Espejos y alambre de alpaca, eso para los móviles. Pero tengo varias familias. Estoy muy entusiasmado ahora con los cuadros, que este año están en Galería de las Misiones, en José Ignacio, al lado de cuadros que salen 50.000 dólares; junto con (Carmelo) Arden Quin, (José) Gurvich, (José Pedro) Costigliolo, artistas consagrados. También tengo unos autitos que les hago especialmente a coleccionistas, y hago circuitos de bolitas, pero esos son muy difíciles de vender. Hice cinco diferentes y se vendieron dos. El tema es que si se lo lleva un extranjero, se golpea un poquito y ya se desregula.
¿Es peligroso para un artista ponerse de moda?
Lo que pasa es que las modas se pinchan muy fácil. El que sube muy rápido, se cae muy rápido. Pero el que va construyendo un camino a partir de trabajo, y trabajo bien hecho, no se pincha tan fácil. Cualquiera se puede comprar algunas herramientas, agarrar unos pedazos de hierro, empezar a soldar y decir que es escultor. Pero no es así. Escultor se es cuando se tiene una reflexión. El trabajo del artista es similar al del científico: ves que algo funcionó y vas por ese lado. Ese cuadro (señala uno junto a la pared) lo fui haciendo mientras hacía otros, con cosas que me iban sobrando. También veía truquitos que iban funcionando con otras obras y los volcaba ahí. Lo llamo "el cuadro con basura" y sé que se va a vender, y muy bien. Me gusta la capacidad de transformar la basura en dinero. Siempre le doy mucha importancia al dinero porque nosotros los diseñadores tenemos el objetivo de lograr la venta. Un diseñador una vez me dijo que lo habían llamado de una fábrica y le dijeron: "Este reloj no se vende". Funcionaba bien, daba la misma hora que todos los relojes, era lindo, pero no se vendía. Él se dio cuenta del problema: era livianito. Si a vos te dan dos relojes que cuestan lo mismo, y uno es liviano y el otro es pesado, te comprás el más pesado, porque tenés la sensación de que estás comprando más por el mismo precio. ¿Sabés lo que hizo? Le metió un pedazo de plomo adentro y el reloj se empezó a vender.
¿Todavía se identifica con esa veta de diseñador industrial o más como artista visual?
Yo soy artista visual, y en lo que estoy trabajando es arte cinético: en los móviles y en los cuadros hay movimiento. Desde el año pasado a las esculturas ya no las llamo esculturas, la llamo joyería para edificios. Porque escultura lo asociás más a una cosa de mármol, de hierro, a algo muy fuerte; y esto no tiene valor para algunas personas. Pero a partir de que lo empezamos a llamar joyería para edificios la cosa cambió. Fue como ponerle una plomada al reloj. Es buscarle la vuelta, romperte la cabeza, fallar mil veces y trabajar todo el tiempo. Cuando vos le ponés algo de esto a un edificio, ya forma parte del negocio, porque le estás dando valor al emprendimiento inmobiliario, si no, es un edificio más.
¿Qué influencias encuentra en su obra?
El primer artista que me fascinó fue (Alexander) Calder, hace móviles de colores. Pasé pila de años sin mirar nada de Calder, aunque me encantaba. Mucho tiempo después de haber estado trabajando me animé a abrir un libro suyo, porque si lo abrís en el primer momento, te arruina la vida porque te condiciona; el tipo ya hizo tanta cosa.
¿Cómo elige usted una obra de otro artista para su casa?
Soy coleccionista, tengo pila de obras, pero normalmente lo que se da entre los artistas es que, por afinidad, nos va gustando el trabajo de otro y también te vas haciendo amigo.
¿Y se dan intercambios?
Se dan. Yo casi nunca los propongo, porque me parece muy violento proponerle un intercambio a alguien y que la persona te diga que no. Hay veces que propongo comprar y me dicen que podemos canjear. Pero igual entre artistas amigos nos regalamos obras. Las máscaras, por ejemplo, no las vendo. Hay muchas cosas con las que sé que no voy a lograr el precio que quiero para el trabajo que tienen y prefiero regalárselas a alguien que sé que las va a apreciar.