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    “Dirigir es fácil, lo que es difícil es la música”

    Con el director de orquesta Roberto Montenegro

    Desde un duodécimo piso en Avenida del Libertador, la bahía de Montevideo luce esplendorosa, coloreada por un tono indefinido entre las últimas luces de la tarde y los focos cálidos que iluminan el puerto. Si desde el sofá donde estoy sentado bajo algo la mirada, el primer plano es para un piano de cuarta cola que ocupa buena parte del ambiente donde unos cómodos sillones rodean la mesa ratona, sobre la que el anfitrión ha dispuesto una bandeja con café, masitas y agua mineral. Hay proliferación de adornos. Libros en una biblioteca pero también en una mesa de apoyo y sobre el piano, donde conviven con muchas fotos familiares.

    Roberto Montenegro es un hombre afectuoso, sonriente, de estatura baja e impecable peinado a la gomina. Es meticuloso para narrar sus experiencias. La prolijidad y el detalle aparecen siempre en sus recuerdos y relatos. No es extraño que ese rigor y ese método lo acompañen en su carrera profesional. Nació en Montevideo en 1956. Es soltero y su familia la constituyen su madre, su hermano médico, su cuñada y cuatro sobrinos. Su padre era escribano y él, mientras se internaba en el mundo de la música, alcanzó a estudiar Derecho. “Llegué a salvar Economía Política y Derecho Internacional Público —dice riendo—, pero fue suficiente para darme cuenta de que no quería hacer eso”. Le planteó a su padre que quería dedicarse a la música y este le dijo que le parecía bien, pero que para eso tenía que irse de Uruguay. “Fue un consejo sabio”, agrega. Y partió para Alemania, donde estudió ocho intensos años. Se considera un privilegiado por los maestros que tuvo y por todo lo que pudo ver y experimentar en el viejo continente. Habla fluidamente cinco idiomas. Fue director de la Ossodre y actualmente de la Sinfónica de Santa Fe. Lo que sigue es un resumen de su entrevista con Búsqueda.

    —¿Dónde se educó en Primaria y Secundaria?

    —Hice los dos ciclos en el Liceo Francés.

    —¿Cómo fue la pulseada entre el estudiante de derecho y el de música?

    —A mí la música me gusta y la practico desde los cinco años. Estudié piano con Baranda Reyes, con Edison Quintana y con Sara Bourdillon, y al mismo tiempo hacía armonía y contrapunto con su marido, que era Guido Santórsola. Y fue con él que se me despertó el bichito de la música. Fue él quien me metió en la cabeza algunos sonidos y acordes que definieron el tema para ese lado.

    —Ud. decide irse al exterior con el apoyo de sus padres. ¿Cómo llega a Alemania?

    —Tenía una beca para estudiar en Boston pero yo quería ir a Europa, que era el centro cultural musical por excelencia. Me contacto en 1978 con Igor Markevitch, el gran director ruso, que vivía en Francia cerca de Niza, para tomar clases con él. Markevitch me aconseja ir a Alemania, hacer estudios académicos regulares y visitarlo a él durante las vacaciones, a manera de complemento. Él mismo me contacta con Gerhard Markson, que me prepara con clases particulares para rendir el examen de ingreso a la Universidad de Hamburgo. Doy ese examen, obtengo el primer lugar y ocupo la única vacante que había para extranjeros en la Universidad. En el ínterin muere Markevitch. De los tres profesores de dirección orquestal que había en la universidad, elijo a Aldo Cecatto (Milán, 1936), que era director de la Filarmónica de Hamburgo. La orquesta hacía giras continuamente y yo siempre estaba ahí. Pasé a vivir con Cecatto y su familia, puede decirse que crecí con los hijos de Cecatto. Aprendí también mucho con su esposa, la hija del famoso director Víctor de Sábata, quien me facilitó el acceso a la fabulosa biblioteca de su padre en Bérgamo.

    —¿Cuándo aparece en su carrera Sergiu Celibidache?

    —EsCecatto quien me sugiere conocerlo, para seguir estudiando con ambos al mismo tiempo.

    —¿Le resultó fácil llegar a él?

    —Celibidache (1912-1996) estaba de gira con la Filarmónica de Munich, que era su orquesta, y esperé a que llegara en esa gira a Hamburgo, donde yo estaba. Allí, después de un concierto, fui a su camerino. Me presenté, le dije que lo contactaba por indicación del maestro Cecatto y simplemente me contestó: “Doy un curso de un mes de duración en junio en Munich. Nos vemos allí”.

    —¿Tenía alguna información sobre el carácter de quien iba a ser su profesor?

    —Afortunadamente, Cecatto me advirtió: “Ojo, porque es un tipo apasionante, pero te va a hacer llorar. Tenés que evitar que te destruya psicológicamente. No hables, escuchá”.

    —Con semejante advertencia, ¿marchó todo bien?

    —Más que bien. Nos anotamos 250 alumnos; luego de un examen de ingreso quedamos 70, pero al final solo llegamos 20. Yo le caí bien de entrada. Me decía: “Pequeñito, vení para acá”, y me daba algunas indicaciones. Fui a ese curso de un mes y luego estudié con él, junto a otros compañeros, cuatro años. Nos había invitado a ir a los ensayos de toda la temporada de la Filarmónica de Munich. La regla era ir sin partituras, con las obras estudiadas, y después de los ensayos asistir a sus clases de técnica. Yo viajaba a las 10 de la noche en tren desde Hamburgo a Munich, llegaba a las 8, desayunaba en la estación y luego iba al ensayo de Celibidache, que empezaba a las 10 y terminaba a las 14; comíamos algo y nos quedábamos con él hasta las 17 horas. Aparte, dos veces al año él daba clases de fenomenología de la música en la Universidad Gutemberg, en Maguncia, a las que siempre asistí.

    —Tiene que haber sido un profesor carismático para justificar tanto sacrificio…

    —Cada uno de sus ensayos o de sus clases era un mundo nuevo. Manejaba cuestiones filosóficas a través de la fenomenología de Hüsserl aplicada a la música, que hacía un desciframiento increíble de las obras. Estudiaba la esencia del fenómeno musical libre de preconceptos, aquel elemento por el cual la música es lo que es: sonido, cómo se materializa y cómo repercute en tu estado emocional para que se transforme en música. Me abrió la cabeza. Nunca nos respondía una pregunta; siempre nos repreguntaba primero cómo lo haríamos nosotros y después él daba su parecer. Eso nos enseñó a pensar. Era socrático, un fenómeno.

    —¿Qué opinaba en cuanto al tiempo físico o la duración en que debe interpretarse una obra?

    —El tiempo musical se obtiene en el lugar donde se está ejecutando la obra y de acuerdo a sus cualidades acústicas. En una sala con muchos segundos de reverberación tenés que hacer la obra más lenta, para darle espacio al sonido a que se amalgame con el siguiente. Celibidache, que había estudiado matemáticas y física, manejaba varias coordenadas: intensidad del sonido, tensión, dinámica, color, y la parte filosófica. Con los estudiantes se enroscaba en discusiones donde intervenían todas esas disciplinas y hasta la teología. Sin embargo, concluía que la música es un estado de ánimo. Y que en definitiva el tiempo en que esa obra se hace depende también del estado espiritual del director. Nadie hace igual la misma obra dos veces.

    ¿Cuánto tiempo permaneció en Alemania?

    —Seguí con Celibidache y Cecatto hasta 1985 y después volví a Montevideo. Tenía que empezar a dirigir, a poner en práctica todo aquello que había absorbido. Fui director artístico de la Ossodre del 91 al 94, Director invitado en el 97 y Director Titular en 2004 hasta mediados de 2005. En el período 91 a 94 fuimos con la Ossodre a todas las capitales departamentales, algo que nunca más se hizo. Grabé en 2004 una versión del Himno Nacional que es la versión oficial aprobada por el gobierno.

    —Y ahora viene de una gran distinción en la Argentina...

    —El gobernador Binner me contrató en 2008 como director estable de la Sinfónica de Santa Fe. Primero hice un plan de tres años y luego me pidieron dos más, así que voy a estar hasta diciembre de este año. Ha sido una experiencia muy grata, que culminó con el hecho de que me nombraran en mayo director emérito de la orquesta. Santa Fe tiene gente encantadora, me voy con un gran recuerdo, pero en este momento la arremetida de los gremios es muy fuerte. Los gremios tienen otros parámetros que van contra la calidad artística. Creo que he cumplido un buen ciclo y ahora hay que cambiar de aire.

    —Hablando de Argentina, ¿qué opinión le merece la música de Piazzolla?

    —Hoy es un clásico, un notable compositor con el que tengo varias “conexiones”, por llamarlas de algún modo. Conocí primero a Atilio Talín, el manager de Piazzolla en los últimos 25 años de su vida. Talín vive hoy en el apartamento que era de Piazzolla, en Avenida del Libertador. Él me conectó con Aldo Pagani, editor de la música de Piazzolla, que vive en Como, en la Suiza italiana. Me obsequió varias partituras de Piazzolla para tríos, cuartetos y música sinfónica, entre ellas la partitura y las partes de “El pueblo joven”, obra que Ástor interpretó una sola vez en vida en Alemania. Además soy muy amigo de Marcelo Nisinman, excelente compositor argentino que fue el último alumno de bandoneón que tuvo Piazzolla. Tiene un maravilloso arreglo para bandoneón y orquesta de “Las cuatro estaciones”. Hace poco lo hice intercalando una estación de Vivaldi con otra de Piazzolla, las ocho estaciones. Otra obra que he hecho y es magnífica es la “Suite Punta del Este”. Esa la hice con el bandoneonista Horacio Romo.

    ¿Planes para el futuro inmediato?

    —Muchos compromisos como director invitado, hasta el 2015: en la República Checa, España, Francia y Brasil.

    —Si le pregunto por un director calculo que me va a nombrar a su maestro…

    —Por supuesto. Pero hay otros: Carlos Kleiber, un hombre atormentado por su padre, que no quería que fuera director de orquesta. Eso le dio una enorme inseguridad, lo que hizo que dirigiera poco y grabara menos. Lo vi dirigir “El Murciélago” de Strauss y me impactó. Otro: Mariss Jansons, actual director estable de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Y otro director joven y muy interesante: Daniele Gatti, hoy director de la Orquesta Nacional de Francia.

    —¿Y un pianista?

    —Arturo Benedetti Michelangeli, Maurizio Pollini. Entre los actuales, la portuguesa María João Pires.

    —¿Una película?

    La última que vi y disfruté enormemente fue “Medianoche en París”, de Woody Allen.

    —¿Qué lecturas le interesan?

    —Me gusta mucho la política con mayúscula, leer libros de política, de historia reciente. En Argentina no se hace política con mayúscula pero sí hay un muy buen nivel periodístico en prensa escrita y audiovisual. Hay un libro que recomiendo: “Los setentistas”, que muestra a todos los que hoy están hoy en el gobierno, qué hacían y dónde estaban en el 70, con la venida de Perón.

    —¿Una ciudad, entre tantas que has conocido?

    Como músico, Praga: por allí pasaron Brahms, Mahler, Dvorak. Mozart estrenó allí “Don Giovanni”. Nací en Montevideo y tengo el mar de frente. Podría vivir en Niza; necesito respirar mar, hace que me sienta libre. Pero mi casa es aquí, en Montevideo.

    —En resumen, ¿es difícil dirigir una orquesta?

    —Dirigir es fácil. Lo que es difícil es la música. En el papel hay símbolos que intentan transmitirte el estado de ánimo de un individuo hace 200 años, pero al mismo tiempo tenés que saber qué sucedía en el entorno de ese hombre hace 200 años. Celibidache tenía una frase radical y reveladora: En la partitura está todo, menos la música.