La mezzosoprano holandesa Christianne Stotjin, acompañada al piano por el polaco Maciej Pikulski, se presentaron el viernes 21 en el Teatro Solís como parte de la temporada del Centro Cultural de Música.
La mezzosoprano holandesa Christianne Stotjin, acompañada al piano por el polaco Maciej Pikulski, se presentaron el viernes 21 en el Teatro Solís como parte de la temporada del Centro Cultural de Música.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáBuena asistencia aunque con algunos vacíos notorios, demostró una vez más que nuestro público masivo es conservador y por consiguiente no afecto a este tipo de recitales donde el repertorio no hace concesiones y los artistas no son de los más conocidos.
Stotjin es una mezzo definida de voz densa y consumada técnica. No se percibieron errores ni flaquezas en su desempeño, al que quizás le faltó algo más de liviandad y algo menos de dramatismo en el repertorio elegido, por momentos en exceso sombrío. Tchaikovsky (1840-1893) nunca se distinguió por sus romanzas y canciones y la media docena que nos brindó Stotjin confirmó esa impresión. La excepción fue en Si lo hubiera sabido, si lo hubiera intuido, donde la cantante logró un nivel de dramatismo en voz y escena que completaron una versión desgarradora.
Con Richard Strauss (1864-1949) el interés musical escaló varios peldaños. Mezzo y acompañante “masticaron” las palabras y las notas en un alarde de penetración interpretativa. Momentos altísimos fueron la Serenata op.17 Nº2, los suntuosos graves que desplegó en Mal tiempo (op.69 Nº5) y todo lo que hizo en Apacíguate alma mía y en Dedicatoria.
La selección de canciones que hizo de El cuerno mágico de la juventud, de Mahler (1860-1911), fue el momento más sombrío del recital por la tragedia sin pausa de las letras y músicas, enmarcadas por las más ligeras La leyenda del Rin al comienzo y ¿Quién compuso esta pequeña canción? al final.
Cerró el recital con tres composiciones del ciclo Canciones de cabaret, del estadounidense William Bolcom (1938), donde descolló por música y letra la Canción del negro Max, pieza informal, entretenida y regocijante, expuesta por la holandesa con gracia y atrevimiento.
Es imposible terminar esta reseña sin mencionar la calidad excepcional del acompañamiento de Maciej Pikulski. El pianista polaco tiene un tocco de delicadeza infinita, saborea con buen gusto cada frase y acorde y respeta al extremo el balance con la voz solista. La maravilla de su labor acompañante por momentos llegó a empañar el trabajo de la cantante. Da gusto escuchar estas “competencias” de calidad entre los artistas; cuando se dan, todo redunda en beneficio de ambos.