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Dan ganas de sentarse. De tocar. De meter la mano, de prender y apagar, incluso de abrazar o acariciar. La vista juega un rol importante, es cierto, como en cualquier exposición que proponga formas y colores. De hecho, desde la puerta de ingreso se ve una pared donde reposan varias luminarias de colores primarios, fuertes, poderosos, como anuncios nocturnos de esas whiskerías baratas de cualquier barrio o puerto un poco decadente. Son varios acrílicos colocados estratégica, armoniosamente. Están juntos pero impresionan por su toque individual. No son muy grandes, pero hay algo en ellos que genera cierta emoción, el estilo retro, su sello, su construcción simbólica. Hay algo que nos llama la atención, que nos despierta múltiples referencias, incluso —y sobre todo— imposibles de describir. Las figuras son reconocibles: una pareja que baila, una chica recostada a una estrella, otra en postura de estrella. Cerca, en el piso, otra luz llama la atención. Surge de una gran bola de hilos metálicos. En este caso, brilla como una estrella o un planeta lejano. Es enorme, dan ganas de tocarla, de jugar con ella, de hacerla rodar.
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La vista es muy importante en esta muestra, pero también el resto del cuerpo, los sentidos, las articulaciones, los músculos y la percepción física global. Es que la gran sala del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) del Parque Rodó parece una especie de enorme loft acondicionado para ubicarse donde uno prefiera, ir de sitio en sitio, de rincón a rincón. O un living gigante, lleno de muebles, objetos, adornos. Pasa con las lámparas descriptas anteriormente, con la mayoría de las sillas, sillones, lámparas, muebles y ropa que pueblan esta notable muestra de diseño italiano titulada La dolce vita que acaba de inaugurarse en el MNAV y que incluye diseños de autor, grupos, movimientos y marcas registradas. Impresiona, en todo sentido. Es una muestra de diseño pero va mucho más allá: es una oportunidad interesante para ingresar en una de las grandes preocupaciones del arte contemporáneo, desde que Marcel Duchamp colocara su famosísimo urinal en una exposición o más adelante Andy Warhol utilizara el proceso de producción industrial para convertir una lata de sopa en un icono del arte de su época. Desde entonces, desde que el arte impulsó su mirada al determinante mundo del consumo, de la industrialización, de la sociedad de masas y de la tecnología, todo puede ser muy apetecible en términos creativos. Y está bien que así sea.
Basta recorrer esta muestra de contenido invalorable para entender que ese living ofrece un interior complejo. Es una posibilidad de hacer una pausa en el mundo en que vivimos, de recorrer con cautela el sentido más profundo de nuestra relación con los objetos de uso, con la silla o la lámpara que tanto usamos y pocas veces miramos. Pero hay más. Alguien dijo una vez que una simple cuchara podría explicar qué tipo de ciudad construiría la sociedad que la produjo. Fue Ernesto Nathan Rogers, arquitecto italiano, responsable de la Torre Velesca, construcción referencial de Milan en los años 60. Como muchos aparecidos en esos años, un artista y constructor, claramente jugado al diseño, esa vedette del siglo XX que en cierta forma revolucionó la imagen y contenidos de la sociedad contemporánea. Exageraba un poco, pero en el fondo, si uno mira un auto o una cafetera o una lámpara de diseño o un jarrón de vidrio, algo hay allí que evoca otras cosas, más permanentes, más vinculadas a la manera de ser del individuo y la sociedad que las creó.
Basta repasar la historia para entenderlo. No cualquier cosa, obviamente. Pero en el fondo, todo objeto posee lo mismo, aunque haya una distancia enorme entre el diseño consagrado, revolucionario, construido y pensado desde lo artístico, a cualquier pedazo de armatoste que uno puede usar en el baño. Como el urinal de Duchamp. Hay quienes defienden la idea de objetos inútiles y únicos para manejarse en esa sutílisma línea entre el diseño y lo artístico. Una línea interesantísima de discusión que obliga a encarar esto del diseño como algo mucho más serio que una simple contribución a poblar una casa o una ciudad, para vivir entre cosas lindas o más cómodas y placenteras. El arte y el diseño, las formas y colores y utilidad de un mundo que necesitamos o que cada vez más creemos que necesitamos. Porque en esto hay también una mirada compleja sobre el consumo y el placer, cuestionados y deseados, como dos instancias posibles de la felicidad. Son cosas muy distintas, pero que tienen mucho que ver con la imagen de la sociedad actual, donde el diseño está de moda.
Hay muchas sillas en esta muestra. Sillas de colores imposibles, de materiales translúcidos, de madera, de metales. Sillas y objetos de grandes diseñadores italianos contemporáneos como Giotto Stoppino (1926-2011), a quien se le rinde homenaje. Es insólito que una silla emocione. Pero sucede. O su diseño, que en realidad implica más que una silla. Sucede también con las luces de Marco Lodola (1955) o las imágenes de Eugenio Carmi (1920), con los muebles pintados de Giancarlo Zompí (1943), con los enormes jarrones de Philippe Starck, que no es italiano pero colabora para la empresa Kartell o la mesita colorida de Ettore Sotsass (1917-2007), arquitecto y fundador del grupo Memphis en los años 80. Nombres pesados, reconocidos mundialmente por haber hecho esto, ni más ni menos que un diseño donde el color y la forma, las líneas y su increíble y armoniosa construcción pueden valer tanto como una pintura de Mondrian. Y un estilo bien italiano.
Una muestra importantísima, divertida además, donde toda la familia puede sentirse como en casa. Literalmente. Con esos muebles, da gusto vivir, mudarse y casarse, por qué no.
“La dolce vita”, diseño y estilo italiano. En el MNAV del Parque Rodó, de martes a domingos de 14 a 19 hs. Hasta el 27 de abril.