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Es extraño llegar a la Sala China Zorrilla y encontrar un vestuario deportivo: paredes de azulejos celestes, casilleros, bancos, tablas de flotar y otros utensilios para nadar. Por lo general, esa sala alberga una casa típica con recibidor, sala de estar, dormitorios, mesas, sillas, camas y ventanas cortinadas. Puertas adentro, el ámbito clásico de Tennessee Williams, Eugene O’Neill y Neil Simon. Esta vez tampoco está el clásico público de la Alianza. Hasta ahora, la audiencia no ha acompañado en gran número y claramente no es un tema de calidad ni de difusión. Quizá este asunto sea demasiado áspero y desagradable. Vale aclarar que estamos ante un exitoso título escrito por un joven dramaturgo catalán, estrenado en 2011 en Barcelona, ganador de varios premios y con gran repercusión en Londres, San Petersburgo, Buenos Aires, Miami, Madrid y México DF.
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La historia es simple. Un profesor de natación es acusado por una niña de abrazar y besar a un niño en clase, dentro de la piscina. La tormenta perfecta se desata sobre su cabeza. Podrá negar todo, podrá victimizarse, podrá cuestionar a los inquisidores. Podrá maquillar la verdad, mentir o confesar. En su defensa, podrá contraatacar con el atendible alegato de que si se generaliza la paranoia quedará anulada cualquier manifestación posible de cariño y protección hacia los pequeños. Un asunto central y recurrente en estos casos, como el reciente episodio de un profesor de catequesis montevideano, expulsado del colegio donde trabajaba pero luego sobreseído por la Justicia.
Pase lo que pase, la única certeza será la duda, como en la obra de Shanley sobre la supuesta pedofilia del cura encarnado en la pantalla por Philip Symour Hoffman. Ahí está The Hunt, peliculón de Thomas Vinterberg que pone la lupa en los diferentes modos en que un niño interrogado puede inventar una historia traumática. El principio de Arquímedes pretende ser un desafío a la verdad, que en estos casos suele quedar sumergida en el fondo del océano.
Todo vestuario debe mantenerse aséptico, allí cualquier anomalía es contaminante: la huella de un pie mojado revela cada paso; el olor a tabaco furtivo se siente con solo una pitada; una broma sexual invasiva y grosera puede resonar muy fuerte en la intimidad del interlocutor. Allí se libra esta batalla dialéctica entre el acusado, la encargada de la piscina, su compañero docente y el padre de uno de los niños. Cada uno de sus tres antagonistas representa un colectivo diferente de la sociedad. Todos tienen algo que ver, cada uno desde su lugar. Josep María Miró elige que hablen los cuatro adultos. La televisión está en la calle, junto con la horda que quiere romper todo, pero afortunadamente, los niños están fuera de plano, fuera del texto.
Estamos ante un genuino trabajo de Mario Ferreira, un director con agudo olfato para detectar autores interesantes, que conserva una nítida línea conceptual, los dilemas a los que se enfrenta la sociedad globalizada: la compleja realidad del mundo laboral, el drama del terrorismo en la esquina de tu casa, la vida después de la jubilación o después de que se te muere tu hijo pequeño. Para buena parte del público, la empatía con este tipo de historias es instantánea. El problema puede ser si se elige una sala con un perfil claramente alejado de este tipo de incomodidades.
La puesta en escena es tan directa como el texto, y las interpretaciones están a la altura de las circunstancias. Luis Musetti y Chino Noda están muy creíbles en la piel de esos jóvenes, al principio despreocupados por cuidar las formas pero luego distanciados notoriamente. Ileana López, la encargada, y Mariano Prince, el padre, también convencen con un estilo sobrio, austero, muy medido.
Quizá lo único que se le puede achacar al planteo del catalán es cierta esquematización de los personajes que termina siendo contraproducente para el realismo pretendido. Si el acusado no fuera tan desprolijo e indolente en su comportamiento cotidiano y el fiscal no fuera tan paranoico, los espectadores-jurados tendríamos algo más de ambigüedad y contradicciones para sopesar a la hora de dar nuestro veredicto.
El principio de Arquímedes, de Josep María Miró, dirigida por Mario Ferreira. Traducción: Eva Vallines. Escenografía y luces: Laura Leifert y Sebastián Marrero. Ambientación sonora: Alfredo Leirós. Producción: Medio Mundo. Teatro Alianza, Sala China Zorrilla. Sábados, 21 h; domingos, 19.30. Entradas: $ 360 en Abitab y boletería.
