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    Y no es para reírse…

    Hace ocho años (desde la Edad de Piedra de esta columna), quien escribe cultivaba la ironía sobre Hugo Chávez y su régimen. Pasaron los años, Chávez profundizó su estilo de payaso con guayabera y el mundo lo observaba con gracia, estupor y escepticismo. Quienes lo admiraban se contaban por multitudes, incluso en el corazón “del Imperio”, en donde un Premio Nobel de Economía, un par de acomodados actores de Hollywood y otros despistados veían en el comandante la llama de la rebeldía y la esperanza.

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    Todo esto era posible gracias a las inmensas riquezas que dejaba la exportación de petróleo en un momento en que el precio del crudo batía récord tras récord.

    Ni quienes vivían a costa de los dólares de Chávez (Cuba, Nicaragua y otros países de la región) ni quienes a falta de algo mejor endiosaban a Chávez y proyectaban en él la figura de un Mesías latinoamericano capaz de acabar con 500 años de miserias y fracasos, imaginaron lo que se estaba gestando. Y hoy muchos siguen sin reconocerlo.

    Muerto Chávez (o mejor dicho: convertido en pajarito) y reducido el precio del petróleo a niveles históricamente bajos, al sucesor se le vino el mundo encima. Maduro es un pobre tipo que aún se debe estar preguntando cómo accedió a ese lugar. Navega sin brújula por un mar de problemas y militares narcotraficantes.

    En el país con las mayores reservas de petróleo del mundo (un mundo que, además, anda a petróleo…) no hay papel higiénico ni medicamentos ni electricidad ni agua corriente. Eso sí: Venezuela tiene la criminalidad más alta del planeta, una tasa de inflación que colecciona ceros a la derecha y una ausencia compacta de esperanzas.

    Se adelantaba hace casi una década en esta columna el triste futuro al cual se enfrentaba el circo montado por Chávez. Pero me sorprende que el régimen haya logrado mantenerse tanto tiempo. La explicación a este extraño fenómeno de la ciencia física es que el entorno geográfico y político ha defendido al chavismo, lo ha arropado, lo ha justificado, ha estado dispuesto a aceptarle todas las payasadas y todas las barbaridades a nombre de un supuesto socialismo de cartón pintado.

    Basta con ver a Luis Almagro (el mismo que era canciller de Mujica…) dirigiendo la lucha por los derechos humanos del pueblo venezolano para comprender la dimensión del proceso.

    Sin el apoyo de los Kirchner, del Frente Amplio y de los corruptos Lula y Dilma; sin el apoyo telúrico de un Evo Morales y un Daniel Ortega; sin la aceptación explícita o tácita de gobiernos, partidos políticos y una amplia franja de opinión pública subcontinental, el régimen bolivariano ya habría pasado al tacho de la basura de la Historia hace mucho tiempo.

    Maduro, que desconoce los límites del ridículo, se enfrentó hace unos días a una masa de chavistas desilusionados que enarbolaban cacerolas por la calle. Les quitó incluso “el arma” a un par de amas de casa de venerable edad pero tuvo que salir corriendo de la escena. Las imágenes son desopilantes.

    Pero eso pertenece al abultado anecdotario bolivariano. Mucho más grave es la falta de comida que desde hace años afecta a la población. Para combatirla, Maduro ha puesto al frente a 18 generales y almirantes. Nada más y nada menos.

    Uno de esos altos oficiales (el general de Brigada Reynzer Rojas) responderá por el abastecimiento de porotos negros. Quien los quiera combinar con arroz deberá dirigirse al general José Inés (sic) González Pérez.

    Otro general de Brigada (Fernando Prieto Ventura) responde por el detergente mientras que su colega Manuel Vera Boada está al mando de la lucha contra la falta de papel higiénico. Quien no encuentre margarina (pues no la hay), deberá quejarse ante el contralmirante Adolfo Contreras Soto.

    Sarmiento lamentaba la estupidez de los pueblos que seguían a este tipo de personajes inflados y vacíos. Más de 160 años después, el juicio del sanjuanino sigue vigente. Pero mucho antes de eso, hace más de 500 años, el propio Colón había sostenido que el futuro de estas tierras estaba condenado por la pésima calidad moral de sus dirigentes.

    Es equivocado decir que América Latina no tiene futuro. América Latina sí tiene futuro. Pero se trata de un futuro donde la vida (la vida cotidiana, la de todos los días, la que de alguna manera hay que sobrevivir) será constantemente peor. Constante e inevitablemente peor.

    Y la culpa de ello es colectiva.