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    Compatriotas Radicalmente Partidizados

    Quizá sea oportuno el cierre porque la situación se volvió insostenible, justo en el cambio de gobierno; pero esa decisión, que no es un asunto menor, siempre será polémica si no viene acompañada de una detallada explicación técnica que confirme que es indispensable

    Columnista de Búsqueda

    Salta el asunto del cierre de la Biblioteca Nacional (BN) y en menos que canta un gallo se pueden leer opiniones contundentes y convencidas que despotrican en contra o aplauden el cierre. Es así, en apenas unas horas brota un montón de gente que durante los últimos cinco (o 25 o 30) años no dijo una sola palabra sobre dicha biblioteca. Ni buena ni mala, porque simplemente la biblioteca no estaba en su agenda de ninguna manera. De golpe, en cuanto el tema se hace público en el anuncio del cierre planteado por el gobierno, las redes se llenan de expertos que vociferan furiosos que: a) la BN se viene abajo, b) no tiene plata, c) los blancos la reventaron, d) el FA-PIT la hundió, e) lo mejor que se puede hacer es cerrarla y ponerse a “pensar” qué hacer con ella, f) todos son amantes de la cultura nacional, aunque nunca jamás antes escribieron una línea al respecto, y g) si queremos cambiar hay que tirar todo abajo y arrancar de cero.

    La lista de afirmaciones radicales y sin el menor sustento o análisis podría seguir toda la tarde, porque somos más de 3 millones de capos que nos las sabemos todas en cultura. Y es que más de 3 millones de expertos en bibliotecas nacionales son un montón de expertos. A mí, en cambio, me rechina que el trabajo ajeno solo sea respetado cuando lo hace alguien con quien se tiene afinidad ideológica y se lo puede escupir cuando lo hace alguien de la vereda ideológica de enfrente. Es decir, se puede descalificar el trabajo de la administración anterior (de manera implícita eso es lo que hace el anuncio de cierre) por el simple hecho de que fue una administración de otro signo político. Y, en contrapartida, se debe asumir de manera automática y acrítica cualquier decisión que tomen los del signo propio. No importa si jamás dirigimos la mirada a la biblioteca o nunca nos interesamos por su estado. De pronto tenemos que gritar lo que nos indican. O, peor aún, lo que mecánicamente asumimos que tenemos que gritar.

    Ese es, justamente, uno de los peores males que tiene la gestión cultural en este pueblo chico de infierno grande en el que vivimos: la división partidaria es la única regla válida y visible para tasar cualquier proceso de cualquier institución o política pública. Los resultados o los esfuerzos que se pongan en cualquier materia importan poco y nada frente al omnipresente mamotreto de la ideología. Y eso a pesar de que la ideología en su versión partidaria, que es la más feroz, suele tener poco y nada que ver con la cultura. ¿Qué quiero decir con esto? Que al gritón de redes no le interesa la cultura, le interesa que su ideología (sea esta la que sea) se imponga sobre las otras a cualquier precio. Y el cierre o no de la Biblioteca Nacional y, más en general, la cultura, solo le importan en la medida en que le proporcionan munición para la batallita que cree estar librando, codo a codo, junto con “los suyos” contra “los otros”. En cuanto deja de ser munición utilizable, la biblioteca desaparece nuevamente del mapa.

    Reconozco que no sé qué pensar respecto al cierre y menos escuchando el argumentario dado por las autoridades. Sí sé que me incomoda el momento y el lugar elegidos para hacer el anuncio: la celebración del Día del Libro. Usar esa fecha para anunciar el cierre indefinido de la principal biblioteca del país (para ponerse a “pensar qué hacer”) me parece un golpe de efecto de bastante mal gusto. De hecho, me trae el mismo mal sabor de boca que me dejó el festival delirante que se montó con la voladura del Cilindro del ingeniero Leonel Viera.

    Luego de la polvareda que levantó el anuncio, la periodista Patricia Madrid y su equipo pidieron a las autoridades los informes técnicos que avalaran una decisión tan radical como esa. Madrid subió a las redes la respuesta oficial y aún sigo sin saber qué pensar. Porque esa respuesta es un resumen de problemas y déficits varios con los que la biblioteca ha venido conviviendo durante las últimas décadas y por los que jamás se planteó su cierre. Quizá sea oportuno el cierre porque la situación se volvió insostenible, justo en el cambio de gobierno. Pero esa decisión, que no es un asunto menor, siempre será polémica si no viene acompañada de una detallada explicación técnica que confirme que es indispensable.

    Sin embargo, creo que lo más interesante no es la situación de la Biblioteca Nacional, un equipamiento notable cuyo origen es anterior incluso a la historia del país. Y que padece déficits endémicos de todo tipo sobre los que solo la manija partidaria puede hacer creer al ciudadano que no son resultado de un proceso de larga data. Un proceso por el que la opinión pública jamás demostró demasiado interés. Lo notable, entiendo, es cómo ese recurso simplón cala con facilidad en la opinión pública. Con qué velocidad las tribus quedan alineadas detrás de lo que sea que proponga el orden político. En especial, detrás de las decisiones que se toman desde el Estado, que cuenta con el motor promocional que siempre da la posición de hacer. Quien gobierna puede manejar (¿manipular?) mejor la agenda.

    Se dirá que le estoy pidiendo peras al olmo al clamar por una ciudadanía que sea capaz de construir una agenda propia y es probable que así sea. Pero, eh, nadie dijo que estas columnas tenían que ser realistas ni nada parecido. Que por pedir no quede, digamos. Y lo que podría pedirse es una ciudadanía que vaya más allá de la mera reacción, del mero alineamiento detrás de consignas que siempre vienen digitadas desde arriba. Porque cuando esa ciudadanía activa no existe, la ciudadanía real queda expuesta a los gestos más o menos cínicos que derraman desde el poder.

    Es (y era) evidente que la Biblioteca Nacional está en crisis desde hace décadas. Y sin embargo hay un leve aroma a cinismo en el aire en toda esta situación del cierre. En la ligereza al comunicar, en el escenario elegido para hacerlo, en la velocidad con que se despacha el tema, sin siquiera informar previamente a los funcionarios de la propia biblioteca. Como si desde el universo partidario se marcara la agenda pública no en función de las demandas ciudadanas ni de las necesidades de las instituciones, sino según lo que necesita la coyuntura política a cada instante. Y que, para colmo de males, existe una ciudadanía radicalmente partidizada que compra de manera acrítica cualquier cosa que le tiren desde arriba y que, ipso facto, se dedica a insultar y descalificar a cualquiera que no compre su mercadería averiada.

    ¿Cuál era la primera regla del Club de la Pelea? No hablar nunca del Club de la Pelea. ¿Cuál es la primera regla de la charla con los Compatriotas Radicalmente Partidizados? No les digas nunca que existen los Compatriotas Radicalmente Partidizados. No solo los vas a hacer enojar, sino que, además, no te van a creer. Porque para ellos no existe nada fuera del universo partidario. De allí que todo aquel que diga que eso existe es porque está al servicio de los otros, los del Partido de los Malos de la Vereda de Enfrente. Y mientras tanto, la Biblioteca Nacional cierra por tiempo indefinido para poder ser pensada. Ta bravo.