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Cualquiera que vaya al cine y llegue con tiempo a ver los “cortos” puede impactarse con la tendencia dominante de los trailers, esos avances que antes llamábamos “sinopsis”. Explosiones, sangre, gritos, violencias surtidas y efectos especiales de imagen y de audio que aturden de tal forma que en ese minuto de silencio que hay entre que terminaron y comienzan los créditos de la película que fuimos a ver, el espectador suspira con alivio la liberación de semejante escándalo. Son 10 o 15 minutos donde vemos una muestra condensada de lo que es hoy el mainstream cinematográfico.
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Hay excepciones, por supuesto, que como siempre confirman la regla. Una notable excepción a esa corriente de vacuidad y de ruido generalmente vestida con sobredosis de tecnología, es la silenciosa pero intensa Ciertas mujeres (Certain Women, EE. UU., 2016), de la realizadora norteamericana Kelly Reichardt, que puede verse en el portal Qubit.tv. Reichardt ya había llamado la atención con Wendy y Lucy (EE. UU., 2008), otra pequeña joya, conseguible en Internet pero no en los portales, en la que una joven (Michelle Williams) viaja en su auto con su perra labradora Lucy hacia Alaska en busca de trabajo. Le ocurrirán varios inconvenientes, algunos involuntarios y otros no, entre los que quizás el más dramático sea el extravío de su perra, a la que luego de una búsqueda angustiosa felizmente encuentra. Pero allí sobrevendrá un imprevisto final dramático de altísimo voltaje emocional donde es muy difícil que alguien termine sin un nudo en la garganta.
Con Certain Women Reichardt reitera ese lenguaje silencioso, hecho de imágenes, gestos y sobrentendidos. Un cine de bajo perfil inversamente proporcional a la alta intensidad emotiva que consigue de las situaciones y de los personajes. Cuenta aquí tres historias, protagonizadas por mujeres y basadas en los relatos de la escritora Maile Meloy. En la primera, una abogada (Laura Dern) debe lidiar con un cliente descontento (Jared Harris) que no confía en su solvencia profesional. Cuando otro abogado de renombre le da la razón a ella en el asesoramiento al cliente, este sufre un desequilibrio emocional con ciertas consecuencias. En la segunda, un matrimonio (Michele Williams y James Le Gros) discrepa fuertemente sobre cómo tratar a su hija adolescente y contestataria. La erosión de la pareja es también visible en el entusiasmo con que ella encara la construcción de su futura casa, frente a la indiferencia del marido. En la tercera y última historia, una peona (Lily Gladstone) está encargada durante el invierno del cuidado de los caballos en una granja donde vive sola. Una noche de paso por la ciudad, sorprendida por la concurrencia de varias personas a una escuela, se mezcla entre ellas y asiste a una clase donde una profesora (Kristen Stewart) enseña derecho. Reiterará esa rutina, probablemente enamorada de esa profesora que luego abandonará abruptamente las clases debido a la lejanía de su hogar con la ubicación del liceo.
Bien ha dicho la crítica de El País de Madrid que las protagonistas “son mujeres que se enfrentan a la soledad, la incomunicación, sus pequeñas miserias cotidianas, sus fantasmas internos y sus inseguridades”. La abogada del comienzo, quizás el personaje menos inseguro de todos, dice en un momento: “Me gustaría ser un hombre para que cuando hablara me dieran un ok inmediato”. Esa mujer también está sola y su inmadurez afectiva le impide ver la necesidad de cariño que tiene su cliente, que en una escena de contención emocional memorable le ruega que le escriba cartas.
En la misma forma oblicua, sugerida, subliminal, el personaje de Michelle Williams en la segunda historia va descubriendo lo alejada que se siente de su hija y de su marido (el espectador sabe pero ella no, que él la engaña con la abogada de la primera historia). Incluso no comprende la decisión del viejo vecino de regalarle los materiales que ella quiere para construir su casa. Quizás su cortedad afectiva le impida captar la solidaridad intrínseca de ese gesto por el que el viejo rechaza el pago en dinero que ella le ofrece.
La tercera historia es quizás la más lograda por la economía de los hechos, la precisión de las imágenes y la maravilla de las actuaciones. Jamie, la peona en la granja, es un personaje límite entre lo humano y lo animal en su diario vivir entre los caballos, con un fondo de radio prendida que no se sabe si escucha. Su mirada tierna y primitiva se enciende cuando conoce a la maestra en la escuela. Lo que parece ser un amor lésbico a primera vista, se tiñe de ambigüedad en los sucesivos encuentros, en parte por la no reciprocidad de la maestra y en parte por la obstrucción emocional de Jamie, incapaz de expresar lo que siente. Es magistral la composición de Lily Gladstone, casi una debutante, multipremiada como actriz de reparto por este papel. No le va en zaga Kristen Stewart como maestra desolada y desgastada. Es en esta historia final con las imágenes, el ritmo narrativo y estas descollantes actuaciones que la directora alcanza un vuelo poético que es el broche de oro a una película singular.