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Editorial | Gracias por tanto, María Noel Riccetto

El miércoles 18 vi Manon. Fueron tres actos y casi tres horas en las que no me levanté de la butaca. Como yo, la mayoría de un Auditorio del Sodre casi lleno. Tras cada escena, la sala explotaba en aplausos. Cada vez que bajaba el telón, el murmullo respetuoso elogiaba la música, la escenografía, el virtuosismo de los bailarines.
Manon no es una obra clásica y el Ballet Nacional del Sodre nunca antes la había bailado. Se estrenó por primera vez en 1974 con coreografía de Kenneth MacMillan, que en ese entonces dirigía el Royal Ballet, la primera compañía de ballet del Reino Unido. "La conmoción del estreno de Manon arrojó al mismo tiempo un ataque de la prensa y una fascinación del público. La segunda triunfó. Y desde su estreno Manon nunca se dejó de bailar", escribió Lucía Chilibroste en el programa del Sodre a modo de presentación. Es que esta pieza, que basa su argumento en una novela de 1730, cuenta una historia que sigue vigente, desnudando las miserias humanas y la complejidad de las relaciones con crudeza, mezclando amor, ambición y dolor.

Sabía poco de este título antes de que se apagaran las luces. Lo que me llevó hasta allí era, sobre todo, ver a María Noel Riccetto en la obra con la que se despide de los escenarios y cierra su carrera profesional. Ya la había visto alguna vez, no tantas, pero sabía que esta iba a ser diferente. No me imaginé cuánto. María se luce en todas las coreografías, aun en las finales, moribunda y con un maquillaje que la hace ver sucia y flaquísima. Parece que los movimientos no le costaran, que caminar en puntas fuera sencillo, que su cuerpo no pesara... Con una escenografía hermosa como marco, otro de los puntos altos de Manon, dan ganas de que el final no llegue.

Al día siguiente de ver Manon me desperté pensando en todas las sensaciones que me había generado, deseando que no se fueran nunca. Y esa misma mañana, temprano, María estaba en el estudio de galería posando para la foto de tapa que sale hoy. Junto a Hugo Soca y Emiliano Lasa, conversó sobre la obra, sobre la maternidad y sobre sus planes a futuro. Aunque ese día no tenía función, igual iba a ensayar. Pasaron casi 20 años desde que la entonces bailarina del American Ballet Theatre de Nueva York fuera nuestra primera foto de Hall junto al bailarín Javier Pérez y 10 desde que repitiera la misma escena con Julio Bocca, su mentor, cuando el argentino recién había sido designado director artístico del cuerpo de baile. En este tiempo, más de una vez se le hicieron entrevistas y notas sobre los espectáculos en los que participó. Fue tapa en 2001, durante una visita a Uruguay, y de nuevo en 2011, cuando el BNS estrenó El Corsario.

En esta edición, con la que cerramos una década y en la cual hacemos una selección -justificada pero arbitraria, como suele suceder- de 10 personajes relevantes, María no podía faltar. Un texto, breve, resume sus logros de los últimos 10 años, donde la frutilla de la torta es el Benois de la Danse, distinción que alcanzó en 2017 y recibió en el Teatro Bolshoi de Moscú. Más allá de sus logros profesionales, en María también se destaca su calidad y calidez humana, visible cuando da una charla, presenta su perfume o responde de forma personalizada un tuit.

En el programa dice que Manon llega al BNS "casi como un regalo para María Riccetto", porque para ella era un sueño bailar dos obras cumbres de MacMillan: Romeo y Julieta y Manon. Y la bailarina lo confirma, diciendo que le gusta retirarse con un ballet que nunca antes había interpretado, lindo ejemplo de que sigue aprendiendo hasta el último día. En el mismo librillo ella también aprovecha y escribe su despedida, que titula El último aplauso y en la que, sobre todo, agradece. Lo hace a todo el cuerpo de baile, a Bocca, a Igor Yebra, a las áreas técnicas, al equipo artístico, de gestión y de fisioterapia, a todos los que trabajan en el Auditorio y al público.

"Ese que desde el primer día me aplaudió y me transmitió un amor enorme", dice. El miércoles 18, cuando todavía le quedaban cuatro funciones por bailar, el Auditorio estalló en aplausos, una y otra vez. Las luces demoraron en encenderse y varias veces "la Riccetto" dio algunos pasos al frente, hizo la reverencia, saludó con la mano y tiró besos. El público no paraba de aplaudir. Era ese "gracias" del que ella habla, que del lado de la gente también existe y parecería que quiere estar presente para siempre.