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“Me llevó mucho tiempo entender que el dolor es parte de la belleza de existir”

La actriz Danna Liberman se estrena como dramaturga con Hanami, una obra inspirada en su propia historia y los caminos de la maternidad

A las 12 del mediodía la actriz Danna Liberman está sola en su casa. Al entrar, un cuadro salta a la vista por su tamaño, colores fluorescentes y contenido. Dos siluetas —una mujer y un hombre— fundidas en un beso lo protagonizan entre un fondo de imágenes difusas y un tul que lo recorre desde la cúspide de la cabeza de ella hasta el otro extremo de la obra. A priori, una bella obra de arte. Pero es mucho más que eso. Las figuras son de Danna y Ari, su esposo, y la obra entera, que a simple vista parece pintada, es en realidad hecha a partir de extractos de retratos y otras fotografías de su casamiento. Un momento hermoso, dice Danna. Estratégicamente ubicado, el cuadro tiene esa doble función: embellecer y disparar recuerdos. 

regenerado

Pocos pasos más adelante, una secuencia de fotos familiares; ahora son cuatro, y las sonrisas de Gabriel y Uriel son tan puras que parecen sonar más allá de los retratos y cortan por unos segundos con el silencio de la casa. 

Rodeada de recuerdos, nutrida por ellos, Danna medita todos los días en la búsqueda de conectarse con el presente. Así, respirando y valorando cada respiro fue como su segundo hijo le enseñó a vivir, porque ni siquiera ese acto involuntario y tan aparentemente obvio lo es. Uriel no respiró al nacer, vivió con una lesión cerebral y murió a los dos años y nueve meses, en 2019. “Nunca imaginé que iba a irse de la tierra tan rápido, jamás en nuestros más remotos pensamientos”, cuenta su madre. 

Pionera de la improvisación en Uruguay, Danna dirige y es docente en la compañía de improvisación Impronta Teatro y Sal, Pimienta y Teatro. Por las mañanas hace yoga, mindfulness y pilates. Por estos meses, además, participa en el reality Masterchef, que le insume algunas horas de práctica en la cocina, además de las 11 de corrido en los días de rodaje. Su rutina, aunque variable por el propio trabajo como actriz, ha sido siempre más o menos la misma. Pero Danna no es la que era antes de Gabriel, mucho menos la que fue antes de Uriel. Pretender serlo sería un absurdo, sostiene. Graciosa y de risa fácil, de sonrisa amplia entre un labial color fresa y un pantalón amarillo, dice que es como una flor sin un pétalo. Si se la mira bien, hay dolor, y está bien que así sea. Uriel también le enseñó que el dolor y el placer, la belleza y el duelo, la luz y la oscuridad no son conceptos antagónicos. Que van todos de la mano y que caminan juntos en una existencia que es dolorosa y a la vez bella. Entenderlo le llevó un buen tiempo. Ahora es momento de darle sentido a toda esta experiencia. 

Danna siente que tiene el “superpoder” de ayudar a las personas. Y si la vida de Uriel y sus enseñanzas pueden servir a otros, que así sea. En ese camino surgió Hanami, la belleza de la existencia, una obra dirigida por Jimena Márquez y Luz Viera que parte del texto que Liberman empezó a escribir hace dos años y que en 2021 ganó una mención especial en el concurso literario Juan Carlos Onetti. Desde ayer miércoles 11 y hasta el domingo 15, el primer unipersonal de Danna Liberman está sucediendo en la sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre. “De mi parte va a ser una apertura de corazón gigante. Me encantaría encontrarme con otros seres del otro lado, es un encuentro”, dijo a Galería antes del estreno, cuando abrió las puertas de su casa y la de Ari, Gabriel y Uriel. 

Hanami nace de un texto que escribió en los últimos dos años. ¿Empezó a escribir pensando en convertirlo en obra de teatro?

Sí. Cuando lo escribí era algo que tenía adentro, que si no sacaba iba a explotar. En marzo de hace dos años me anoté en el taller de dramaturgia de Jimena Márquez, que termina siendo una de mis directoras. Cuando fallece mi hijo Uriel, mi segundo hijo, en diciembre de 2019, tenía la necesidad de hacer algo con todo lo que me estaba sucediendo. Lo único que sé hacer es actuar y hacer teatro.

Tenía cosas que tenía ganas de decir y compartir. Al principio no sabía si se las iba a decir a alguien o me las iba a decir a mí. Cuando me anoté fue con la intención de encontrar un espacio para escribir. Fue muy sorprendente, no soy dramaturga, no me dedico a escribir. Sí cuando improviso escribo en escena junto al público, pero no con los dedos, sino con la oralidad. Ahí fue como si hubiese salido una piedra que estaba tapando un manantial, que emana y surge, a mí misma me sorprendió cómo con mis dos dedos índices —que son los que uso para escribir— la escritura fluía sola, no paraba, no pensaba lo que estaba escribiendo. No dije: “a ver de qué escribo”. Sucedía y sucedía. Ese texto no lo leí por un tiempo. En el taller había que compartir los textos, era impactante decirlo. Escribir era muy placentero, decirlo era como: pah, estoy diciendo algo que es muy mío, muy de mi intimidad más íntima. El premio Onetti fue la excusa que encontré para terminar de escribir, porque reescribía y corregía, iba cambiando. La escritura me acompañó en el proceso de duelo y de vida y como yo iba cambiando, iba masticando y procesando algunas cosas, entonces el texto iba cambiando. Apareció este premio, me presenté y gané una mención que fue un impulsito de: lo terminaste, lo presentaste, ahora hacelo. De transformar un texto en un espectáculo hay un camino larguísimo, porque no es lo mismo tener un texto que un espectáculo. 

Antes de escribir, ¿hubo un paso previo de “abrazar la muerte y bailar la vida”, tema del que trata la obra? 

Sigo en el pozo. Salgo un rato, me ventilo, vuelvo al pozo, salgo, vuelvo. Me preguntaron el otro día qué le diría a las personas que pueden hacer para superar una situación…No se supera una situación, se integra, una la lleva con una. No es que digo: “ta, ahora estoy resuperada, estoy muy bien”. No, estoy viviendo la vida integrando lo que me sucedió como parte. Cuando fui madre por primera vez, de Gabriel, que hoy tiene 7 años, mi vida cambió totalmente, las prioridades cambian con la maternidad, se te reordenan los zapallos de una manera bien distinta. Yo estaba mucho afuera, trabajaba mucho, mucho, porque para ser actriz hay que trabajar mucho, mucho, hay que tener mil trabajos para sobrevivir en lo artístico, y me daban ganas de mirarlo crecer, de acompañarlo. Lo que creo que hacemos las madres es hacer lo que podemos mientras nuestros hijos crecen, y los acompañamos en el camino. Y para acompañar tenía ganas de estar presente. Ahí tuve un primer gran click de la vida; me parece todo fascinante, la vida me parece divina, todo muy luminoso, genial. Cuando nace Uriel, no respira en el parto. Mi trabajo tiene que ver con la respiración, con potenciar a las otras personas desde ese lugar de estar acá, presente, y ese fue otro megaclick en la vida: no es obvio que cuando alguien nace respira, y este niño va a necesitar otras cosas de mí. Uriel vivió 2 años y 9 meses con una lesión en su cerebro durante su vida en la tierra y su existencia me cambió la mirada una vez más, más profundo, otra revolución. Cuando pensabas que ya habías entendido, no, no entendiste nada. El concepto del amor al ser absolutamente, la entrega absoluta, estar de verdad en el presente. Cuando alguien tiene un tipo de dificultad no podés pensar en unos años esto cómo será, entonces de verdad estás en el presente, entendés que la incertidumbre es la regla número uno de la vida, que no tenés control de absolutamente nada y tu única opción pasa a ser entregarte a la vida y estar ahí, disfrutando de tus hijos cuando estén. Nunca imaginé que Uriel iba a irse de la tierra tan rápido, jamás en nuestros más remotos pensamientos lo imaginamos. Cuando él se va, yo tengo ganas de seguir levantándome de mañana y decir: quiero vivir, no quiero padecer la vida, tengo ganas de disfrutar la existencia como siempre lo hice. El tema fue: ¿cómo se hace esto? Hay que resignificar qué es el placer de estar en la vida, qué es disfrutar de la vida. No es solamente la parte de la alegría, la maravilla, todo luminoso y estamos todos contentos, sino que también el dolor, que no es por un rato, es parte integral de la belleza de existir. Entender eso me llevó todo este tiempo.  

Lo más común es tratar de escaparle al dolor. 

No te podés escapar. Va contigo. Te podés ir a la otra punta del mundo a una playa paradisíaca y el dolor va a ir contigo. Entendés que no tenés que negarlo sino atravesarlo, respirarlo, como un bosque bien tupido, con el tiempo que te demore caminar… A mí se me vienen dos imágenes. Una, la del bosque. Tenés miedo de entrar porque no sabés qué animales va a haber, cuántos árboles; hay veces que se ven las estrellas y la luna, otras que no ves nada, te chocás contra un árbol; a veces tenés un bichito que te acompaña o un claro para descansar, a veces no, pero hay que atravesarlo. Los procesos de dolor hay que atravesarlos. Y lo tenés que hacer, sola. En mi familia todo el mundo está en esta situación, pero mi esposo tiene su proceso, diferente al mío, cada uno tiene su proceso. Esa es una imagen, sabiendo que del otro lado del bosque va a haber un momento en que se pase a otros tipos de paisaje. La otra imagen es la de la vasija que se rompe en mil pedazos y los sabios de oriente cuando las reconstruyen lo hacen con oro, las dejan pegadas y es la vasija pero no como fue, sino con la belleza adicional de que estuvo rota. Eso para mí es integrar el dolor. Entender que yo nunca más volví a ser la que era ni lo pretendo, sería un absurdo. Hay una frase en la obra muy bonita que es: “Si me mirás bien, me falta un pétalo, si me mirás bien, mi alegría, tan amarilla ella, florece en el dolor”. Yo no dejo de ser una flor, todas las personas somos como flores. Si me mirás bien, se me ve el dolor y está bien, porque lo tengo y lo vivo, soy eso también. No lo quiero superar ni renegar, lo quiero integrar. 

Ante un duelo el entorno envía fuerzas, y hasta se dice que de esta experiencia uno sale fortalecido. ¿Para usted se trata de todo lo contrario, de dejar aflorar la propia vulnerabilidad?

Hay algunos conceptos que a mí no me sirvieron, no me resuenan. Por ejemplo, yo no creo que tenga que ser fuerte. ¿Por qué tengo que ser fuerte y poder con las cosas? Tengo que estar, eso es pila. ¿Quién me exige que tengo que ser fuerte, salir adelante? ¿Adelante de dónde? ¿A dónde querés que siga? Yo estoy acá. 

Mi entorno igual fue muy amable, tengo un entorno muy favorable, una familia hermosa, mi madre que es un sol, muy presente, la familia de mi esposo, mis amigas. Fundamental: tengan amigas. Creo que es de las cosas más importantes de la vida. Y con mi esposo podría haber explotado todo y seguimos en comunión. Pero la sociedad espera que a vos se te pasen las cosas y estés contenta. Y para mí no es así. Siempre digo: “me rendí”. Y me dicen: “no, Danna, no te rindas, seguí luchando, vos podés”. Pero vamos a definir rendirse. Rendirse para mí es entregarse al flujo de la vida. Entregarse a lo que es. Es una reverencia a la vida. Porque yo no tengo el control de lo que va a pasar en la vida, ¿entonces contra qué estoy luchando? Cuanta más resistencia, es peor. Puedo tener metas, proyectos, pero hay una fuerza mayor para mí que es mi socia que es la vida, o Dios o el universo, o Diosa, y en esa alianza me rindo para que suceda todo lo que yo tenga que experimentar en la tierra, porque creo que venimos a tener una experiencia, que esa experiencia es hermosa y que esa belleza incluye el dolor.

¿Con qué objetivo decide pasar de la escritura a la interpretación?

Tuvo que ver con muchas cosas. Durante la vida de Uriel estaba en contacto con muchas madres, él hacía un programa internacional de estimulación en su desarrollo, y ayudaba a muchas madres del mundo. Soy buena ayudando a otras personas, es mi superpoder, potenciar a otras personas. Y con lo que yo decía después de que Uriel no estaba más, se generaba algo, se acercaba gente, me decían: “Si a fulano le pasa algo ¿te pueden llamar?” Me di cuenta de que tenía que hacer algo con eso, compartir la historia. Tenía ganas de servir con lo que me sucedió. Que para algo haya sucedido. Ahí decido hacerlo espectáculo, que llegue a los espectadores, y ahí ya no sé qué va a pasar, no está en mi control. 

¿Qué espera que pase?

La intención máxima de la obra sería que cuando termine te vayas inspirado a llamar a alguien que hace mucho no hablás y decirle que lo amás, o invitar a una amiga a tomar una cerveza, vivir la vida, o mirarte en todas tus partes. Pero no sé qué va a pasar. El arte no tiene que tener ninguna exigencia. Está ahí y lo que le pase a cada quien es lo que le pase a cada quien.

Es su primer unipersonal. ¿Siempre lo pensó como tal?

Siempre la concebí así. Estas cosas las quiero decir yo, la escribí para interpretarla, para homenajear a Uriel, y también para homenajear a todas las personas que bailan el dolor, cada uno con su asunto. 

Tiene una cuota de humor. ¿Cómo integrarlo para hablar de algo tan doloroso?

No es una comedia. Le di el texto a Ari, mi esposo, le dije que tenía de todo, y me dice: “¿Cuál es la parte graciosa, Danna? No es un texto gracioso”. Uno puede estar en las profundidades más profundas de los asuntos más viscerales pero contarlo con liviandad, que no es superficialidad, es liviandad. No van a venir a ver a una mujer sufriendo. No estoy sufriendo, estoy en dolor, que es distinto. Estoy compartiendo eso y lo comparto de una manera que intento sea luminosa. No se van a reír una hora pero hay mucha burla de mí misma de todas las cosas, en un momento hice todo lo que te podés imaginar de terapia alternativa, todo, buscando que algo funcione para que yo sea dueña de mi existencia. En realidad hacés todo pero lo que tiene que pasar va a pasar. De eso me río mucho, me río de todo lo que creo, creo en todo. Tengo certeza de fe, que es más que fe, es la certeza de tener fe. La fe empieza cuando algo ya no se puede probar, y la certeza tiene que ver con la ciencia, es comprobable. Tengo certeza de fe. Sigo creyendo, me parece absurdo y me río de eso en la obra. Tiene momentos de humor porque yo en las tragedias voy a hacer un chiste, siempre. Soy de profesión payasa. No me burlo de ningún dolor, ni me río de Uriel, pero Uriel fue muy gracioso y él tuvo un sentido del humor, leíamos libros y a él le daba mucha gracia que un personaje esté en problemas, que se caiga. Hay una cosa del humor salvándome todo el tiempo, es mi mejor amigo. Me alivia. Es un respirito, abrir la ventana un poco, respirar y después seguir con lo que estabas. 

Dice que hizo terapias alternativas de todo tipo y color. El llevar su experiencia al escenario, más allá del objetivo de servir al público, ¿funciona como una especie de terapia para usted?

Más que una terapia es como el farolito cuando atravieso el bosque, el compañero de proceso. También entran en juego las directoras Luz Viera y Jimena Márquez con su mirada, me proponen hacer cosas y me corren del lugar donde yo estoy vivenciando lo que me sucedió. Y eso, al final de cuentas, va a ser sanador, no para sanar nada pero sí para integrar lo que tenga que atravesar. Es un espectáculo, es divino. 

¿Cómo es dejarse dirigir en una obra sobre un tema tan suyo, personal e íntimo?

Tenía un objetivo de que esto sea universal. Que no hable de mi dolor, que hable del dolor. Que no hable de mi existencia, que hable de la existencia. Que no hable de la muerte de Uriel, que hable de la vida y la muerte en general. Para mí el teatro tiene un rol muy importante que es ser espejo de la humanidad. Hay que soltar la historia y para soltarla las directoras fueron muy importante, todo el equipo, porque empezaron a meter una mirada que no tenía nada que ver con la mía sobre un material que era muy mío. Y a partir de ahí fue como: bueno, este material no es más solo mío, pertenece al equipo. Fueron muy amorosas y respetuosas, para mí eso es muy importante. A la primera lectura fui temblando abrazadita al guion, y a medida que lo iba diciendo iba percibiendo que había una escucha muy respetuosa. Los ensayos eran un lugar seguro para buscar material, para abrir.

¿Empieza una etapa como dramaturga?

Toda mi vida es novedosa. Cada vez que pienso más o menos cómo estoy aparece un llamado, una cosa, sucede algo, cambia todo. No digo: bueno, ahora comencé mi carrera como dramaturga, y tengo proyectada una trilogía de Hanami (risas). Me voy a dejar sorprender. Una amiga ayer me decía: “No te distraigas, Danna, ahora te está pasando esto, esta es la obra que estás haciendo, disfrutalo”. Apenas puedo pensar en el estreno, lo que suceda en las funciones sucederá y después veremos qué pasa.  

LA MATERNIDAD, LAS PARTES Y EL TODO

Desde hace años practica meditación y mindfulness. ¿Cuál es el objetivo? ¿Llegar a un equilibrio?

Sacarse las exigencias. Decir: hago lo que puedo. El otro día llegué un minuto tarde a buscar a Gabriel y me dice: “Llegaste tarde”. No sabés lo que hice para llegar a esa hora, llegué corriendo. Hice lo mejor que pude. Capaz mañana eso mejor es mucho mejor, andá a saber. Como madres se nos exigen cosas tan absurdas, es muy hostil. Tenés que poder trabajar, poder estar con tus hijos, poder hacerles vos misma con tus propias manos la torta de cumpleaños, y una hace lo mejor que puede, siempre, con las herramientas que tiene en ese momento. Una vez leí en un libro de Fernando Botero, que él miraba su obra anterior como: ¿yo pinté esto? Ahí el tipo decía: reconocerme en todas mis etapas con mi 100% de posibilidad es lo más amable, y eso lo intento aplicar para todo. Hoy le mandé de merienda una cosa espantosa. Quiero mandar cosas saludables, uno quiere hacer todo de una manera, pero uno hace lo que puede. 

No sé qué es ser una buena madre. Para mí tiene que haber un buen equipo, si hay equipo. Si tuviese que decir qué es ser una buena madre, me pongo roja, me da rabia pensar en que hay que ser una buena madre, ser madre ya es una locura. Ojalá todas las madres lo hagan con consentimiento, quien quiera ser. Y quien no quiera maternar nada, que no materne. Después, decidís ser madre, y ahí hacés tu mejor versión de ese momento intentando no desdibujarte vos, porque seguís siendo un ser humano con sus deseos, sus espacios, sus amigas, tu trabajo. A mí me encanta leer. Cuando son bebitos no podés hacer nada, nada, y el placer de abrazar mi primer libro fue: fah, tengo rato para leer. Eso como metáfora de todas las cosas que dejamos de lado para ocuparnos. No sé cómo se hace, no tengo la receta. Por momentos podés más una cosa, por momentos más otra. Por momentos te perdés, con Uriel me entregué 100%, dejé de trabajar para entregarme a lo que él necesitaba y estoy muy feliz de haberlo hecho. Elegí hacerlo, lo pude hacer y no me arrepiento, lo haría todo de nuevo.

Fueron dos experiencias de maternidad totalmente diferentes.

Y si fuese madre de nuevo, tengo otra mirada también, porque va pasando el tiempo, yo voy cambiando y las maneras de hacer las cosas van cambiando. Tendría que haber mucha gente que te dice muchas cosas que quedan en silencio. Está muy romantizado, muchas ideas sobre qué divino. Tenemos que estar felices con nuestro cuerpo hinchado y no es así. Estaría bueno hablar de muchos temas. El puerperio. No sabía la existencia de la palabra puerperio hasta que pasé por el puerperio. Las cosas tienen una parte de luz, una de oscuridad, una parte de placer, una de displacer. Las cosas son el todo. No es la mirada parcial de lo conveniente para que tomes una decisión, es todo.