¿Cómo fue la investigación para abordar en El viento que arrasa
temas nuevos en su cine, como la religiosidad y los escenarios rurales?
A mí me interesaba mucho la literatura de Selva, pero no había leído esta
novela particularmente. Me interesó por un lado que seguían apareciendo temas
con los que yo ya venía trabajando, con universos con pocos personajes,
familiares, pero se abría la puerta hacia lugares desconocidos, más que nada el
tema religioso. Al ser agnóstica el escenario rural se me hacía un poquito más
cercano o posible de abordar, pero el mundo religioso era otro mundo. Así que
la decisión fue ponerme a leer desde textos teóricos hasta religiosos, a leer
un poco lo que había ocurrido en los últimos años con la entrada del
evangelismo a determinados países, más focalizada en lo que tenía que ver con
Argentina. Y también empezar a entrevistarme con pastores y con fieles, tratar
de comprender un poco cuál era su creencia, cuál era la idea de la fe, y entrar
al proyecto lo más despojada posible de los prejuicios. Me parecía que tenía
que abordarlo desde un lugar de alguien que realmente cree en eso y lo lleva
adelante hasta las últimas consecuencias con una fe absolutamente ciega.
Siendo agnóstica, debe haber sido difícil abordar esos temas sin que se
filtrara algún juicio propio.
Me parece que
la película está planteada desde un lugar en que todos los personajes tienen
formas de ver el mundo con las que puedo coincidir, y están totalmente en las
antípodas. Me parece que lo rico es eso, que no son personajes planos, que
podés comprenderlos desde lo que son, no desde una mirada externa. Para mí
Pearson (el reverendo), puntualmente, y Leni (su hija) son personajes
absolutamente verosímiles en cómo viven la fe, con formas muy diferentes
también entre ellos. La película aborda otras cuestiones, más allá de la
cuestión de la fe. Por supuesto que yo tengo una mirada y una opinión, y por
eso también al final de la película se diferencia un poco en relación con la
novela, que es la posibilidad de Leni de elegir. En general tengo cierta
resistencia a los mundos cerrados, a los mundos endogámicos, me parece que no
está bueno para la vida. Desde ese lado puede haber una opinión personal, pero
creo que en la película la crítica no está en primer término. En todo caso el
espectador encontrará sus respuestas en los personajes.
Aunque la historia está situada en el Chaco, la película se filmó
íntegramente en Uruguay. ¿Le preocupaba que las locaciones fueran fieles al
paisaje argentino?
Sí, fue más que nada una decisión de producción. Al principio iba a ser
en Argentina, después en Argentina y Uruguay, y después solo en Uruguay. Cuando
empecé a escribir, en paralelo a la investigación, siempre en mi cabeza la
película estaba situada en alguna idea de frontera, con Brasil o con Paraguay o
con Uruguay. Tenía en mi cabeza cómo ese paisaje iba a ir mutando, con qué
sonoridades, con qué otras comunidades se iban encontrando, y cuando la
película de golpe pasó a filmarse en Uruguay, todas esas referencias las
compartí con el equipo de arte de locaciones para intentar encontrar eso. En
todos esos scouting fueron apareciendo esos lugares y también otros que
no estaban pensados y que fueron muy enriquecedores para la película. Uruguay
tiene algo muy hermoso de recorrer; hay que recorrerlo, pero son distancias
posibles, y eso me parece que nos ayudaba bastante también en términos de
producción.
¿En qué lugares se filmó?
Filmamos en diferentes lugares. Hay muchas cosas que son en Montevideo
rural. El taller se construyó ahí. Era un chiquero, un galpón medio abandonado
y se armó ahí el decorado. El pueblo se armó en Progreso. Después hubo otras
partes realmente lejos, desde el Fuerte de San Miguel, en la frontera; Cerro
Largo, para el otro lado, donde están todos los molinos de viento, el parque
eólico; y en la zona de Rocha filmamos en Castillos.
Desde su ópera prima trabajó con actores de primera línea, como Rita
Cortese. ¿Cómo es que desde su primera película logró eso?
No sé bien. La verdad es que siempre tuve un poco la suerte de que
confiaran en los proyectos. Había algo que en principio se desprendía o del
guion o de las conversaciones conmigo. Me pasó tanto en la primera, en Herencia,
como después con Valeria Bertuccelli y Ernesto Alterio en la segunda, Elena
Roger y Diego Peretti en la tercera, Érica Rivas, Daniel Hendler. Supongo que
la filmografía de uno va haciendo a los actores confiar, y las últimas
películas son como un antecedente de una forma de trabajar.
La familia es
un tema recurrente. En esta película, como en Los sonámbulos, volvés a
la adolescencia, esa edad crítica, con padres que buscan poner límites de
diferentes maneras. ¿Hay un interés particular en explorar este tema?
No es algo que sabía cuando empecé a trabajar en las películas. Me pasa
con la adolescencia que creo que es ese momento tan de pivot, tan de tratar de
encontrar quién es uno y diferenciarse del otro, de la confrontación con los
padres, de ver qué es lo propio y qué es lo que uno arrastra, y donde tampoco
existe la idea moral. Uno tiene una libertad y una inconsciencia y también un
nivel de problemática importante… Creo que está todo dado en la adolescencia
como para poder desarrollar. Y siento que me fue pasando eso en las distintas
películas. Inclusive en Las siamesas, una película en la que Valeria
Lois es ya un personaje adulto pero acarrea cosas que son de la infancia y de
la adolescencia; es una hija que no puede crecer ni desprenderse, y tiene esa
confrontación con la madre como si todavía fuera una adolescente. Sí, creo que
es un mundo que lo fui descubriendo y me parece muy rico, muy problemático, muy
libre al mismo tiempo, muy amoral, y todo eso me parece atractivo.
Almudena González es Leni y Alfredo Castro es su padre, el reverendo Pearson, en El viento que arrasa.
El viento que arrasa no es la primera adaptación que
hace de una novela o cuento publicado. ¿Hay algún autor en particular que le
gustaría adaptar?
No, no me pasa así. Hay un montón de textos que me parecen maravillosos.
Ahora estoy alucinada con otra escritora, pero no sé si es alguien para
adaptar. No sé bien por dónde llega. Ni siquiera tiene que ver con que se
desprenda de algo que uno diga: “Qué cinematográfico es esto”. Porque lo
cinematográfico hay que construirlo. Siempre pensé que hay ideas, o situaciones
o personajes que a uno le pueden atraer, pero me parece que después ya tiene
que ver con un trabajo más del proceso de adaptación. En general son textos que
llegan a mí y por algún motivo me convocan más que ir a buscarlos yo.
La película se presentó mundialmente en Toronto, y usted ha tenido logros
muy importantes desde sus primeras películas en festivales importantes. ¿Cómo
transita este camino?
Siempre las experiencias de los festivales me sirven, porque voy a
festivales antes de estrenar, entonces son como romper el hielo con lo que va a
pasar con la película. Es un público exigente, porque por un lado hay público,
pero por otro lado también hay mucha gente que tiene que ver con el hacer
(cine), entonces es un lugar de exposición que es atractivo para ver qué sucede
con la película. Me pasa que de golpe estoy en un festival como el de Toronto y
después voy a San Sebastián, que son públicos recontra diferentes, y las preguntas
o las observaciones son similares, y eso me encanta porque habla de la
universalidad que puede tener un trabajo.
En relación con los premios, siempre está bueno el reconocimiento en el
sentido de que es como un “dale, buenísimo, seguí por ahí”. Le viene bien a la
película para que se promocione, y son esas cosas que son lindas. Pero también
hay que olvidarse: así como ganaste premios hay películas con las que quizás no
ganás nada, hay películas con las que te va bien y otras con las que te va mal,
y estás en medio de una montaña rusa. Me parece que las películas no dependen
siempre de eso, a veces puede haber hermosas películas que no funcionan en
términos comerciales. Me ha pasado de pensar: “¿Por qué esta película funcionó
mejor si para mí esta otra es mucho mejor?”. Esos misterios que no sabremos
nunca.
Con una trayectoria extensa y un camino recorrido, ¿cree que el lugar de
la mujer realizadora ha cambiado en este tiempo?
Desde que
empecé, sí. Yo empecé muy chica a trabajar en cine, mi primera película la hice
a los 30 años. Sí, cambiaron las cosas, cambió la gente que estudia cine,
cambiaron las aperturas en las escuelas, cambiaron los festivales, la cantidad
de posibilidades de hacer cortos, de difusión. Tecnológicamente, cambió el
acceso hoy a hacer un corto o una película; es más simple que antes. Pero me
parece que hay algo menos verticalista que cuando empecé a trabajar. Las cosas
cambiaron, pero todavía no es que exista la equidad. Yo hablo desde un lugar
bastante privilegiado; pude haber tenido algún que otro escollo, pero nada me
impidió poder seguir haciendo las cosas. Quizás sí sentía un poco más la
diferencia cuando era asistente, o más al inicio, pero todavía me parece que
esa equidad no existe y lo ves cuando vas a un festival y el jurado no es 50 y
50, y cuando ves la lista de películas programadas en un festival y tampoco es
50 y 50. Cuando ves los equipos, ¿cuántas mujeres son las cabezas de equipo y
cuántos varones? Es un proceso, y así como ocurre en el cine me parece que es
inherente a un montón de otros campos, y dependiendo de en qué sociedad estés
esas diferencias son más marcadas o menos. Una cosa es estar en África y otra
cosa es estar en Canadá. Me parece que depende mucho de las coyunturas. Por
supuesto que las cosas evolucionan y cambian, y hay presidentas, pero son cosas
que son parte de un proceso.
¿Qué consejo le daría a un cineasta que esté haciendo sus primeras armas?
Lo único que puedo dar como consejo es lo que yo hice, porque siento que
es lo que te da felicidad, que es trabajar. Yo he hecho trabajos de todo tipo
en el mundo del cine, y todo eso me fue formando, de todo aprendí, desde ser
meritorio de producción, a trabajar en arte, a en un momento tomar la decisión
de perder el miedo y decir “quiero dirigir” e ir hacia ahí. Creo que me
sirvieron tanto el trabajo como la formación universitaria. Yo soy egresada de
la Universidad del Cine (en Buenos Aires), y eso me puso en contacto con un
montón de lecturas de materiales, de visualización de películas; hoy por hoy
quizás es más fácil acceder a todo eso. Me parece que es importante nutrirse
desde ese lado. Es importante leer, seguir haciendo cosas con otros, con pares,
no siempre uno va a aprender más estando en una estructura industrial; uno
también aprende con los pares. Y después me parece que lo mejor que te puede
pasar para hacer películas es vivir, y equivocarte, e ir para allá y estar
perdido, y dejarte tiempo para pensar. Creo que es difícil pensar una carrera
de antemano. Uno se va sorprendiendo con lo que va encontrando. Cuanto más fiel
seas, escuches lo que querés, es por ahí.
¿Cómo ve el escenario actual en Argentina para la cultura con el cambio
de gobierno? ¿Le preocupa?
Me preocupa sobremanera. Me parece muy complicado el momento en el que
estamos. Todavía hay un montón de cosas que no terminaron de definirse. A nivel
cultura uno puede intuir lo que va a suceder, porque ya conocemos estas
decisiones. Pero por ahora hay muchas imprecisiones. Las decisiones que se
tomaron con relación al INCAA… En Argentina no existe un cine sin el Estado,
todas mis películas tuvieron ayuda del Estado. Siempre encontrando otros
socios, claro. Pero la ley ómnibus implica desfinanciarlo totalmente, esto
puntualmente en el cine. Y después, en relación con otras áreas de la cultura,
es preocupante. Así que no sé. Estamos un poquito entre a la espera y a la
resistencia, y acercando propuestas y viendo qué va a suceder, pero fácil no va
a estar.
Lo que la trae a Uruguay es el JIIFF, donde se va a mostrar El viento
que arrasa y va también a ser jurado de cortometrajes. En una edición
además en que la programación es impresionante.
Espectacular.
Me encanta ir a Uruguay a mostrar la película antes de que se estrene, porque
es el territorio donde se hizo, y hay gente que quiero. Eso, en principio. Y
después voy también a ser jurado de la parte de cortometrajes, que me encanta
ver qué se está haciendo. Además vi la programación y me parece un lujo, quiero
ir a ver esas películas (risas). Serán tres, cuatro días hermosos.
Fotos: gentileza JIIFF