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El estilo vivo y personal de la casa de un arquitecto y una artista
En Santa Mónica, junto a la laguna de José Ignacio, viven desde hace 10 años Diego Montero y Laura Sanjurjo. El emplazamiento único de la casa los conquistó, y la propiedad, pensada en principio como una inversión con el fin de alquilarla, terminó atravesando un proceso de reformas y volviéndose la residencia del matrimonio y sus tres hijas, todo el año.
En Santa Mónica, junto a la laguna de José Ignacio, viven desde hace 10 años Diego Montero y Laura Sanjurjo. El emplazamiento único de la casa los conquistó, y la propiedad, pensada en principio como una inversión con el fin de alquilarla, terminó atravesando un proceso de reformas y volviéndose la residencia del matrimonio y sus tres hijas, todo el año.
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"Siempre busco lugares especiales y un poco marginales. Esos lugares donde a la mayoría de la gente le da miedo vivir, porque no son un barrio cerrado, son los que me gustan", cuenta Diego Montero. "Este lugar, sobre el agua, es divino; la playa es el jardín, porque la laguna se comió parte del terreno. Para mí, es eso lo que vale, tener un lugar mío, salvaje, increíble".
Montero, arquitecto, partió de una casa preexistente, un "ranchito de playa", y lo adaptó a la medida de su familia. Tiró abajo las paredes interiores y redistribuyó los espacios de la planta baja en tres dormitorios y un sector de servicio con lavadero. "La racionalicé", explica. Arriba también se deshizo de las divisiones para formar un amplio salón que ocupa toda la planta: un gran estar con cocina unificada.
La dupla de Montero y Sanjurjo, artista y diseñadora de interiores, fue dotando de carácter a las habitaciones. El arquitecto evita a toda costa aludir a un concepto de estilo o ambientación: "Para mí el estilo lo tiene la gente, no las casas", dice. Sobre la ambientación, opina que el ambiente de una casa debería ser un reflejo de cómo se vive allí: "Si no, estás forzando algo". Sobre la decoración: "Me parece que hay que poner lo que a uno le gusta".
El color de la casa está dado, en gran medida, por el arte. "No teníamos un plan definido de tener una casa llena de arte -explica Sanjurjo-, es que tenemos unos cuantos años y fuimos juntando algunas cosas. Hay obras de otros artistas, hay obras mías, y hay de Diego también, y las vamos poniendo donde nos gusta. Cada vez que llega algo nuevo, hay que reacomodar todo; tenemos una especie de déficit de paredes", bromea. La distancia que separa la casa del tránsito de autos y personas alcanza para resguardar la intimidad de la familia, por eso las ventanas pueden prescindir de cortinas, y lo hacen. La decisión tiene que ver con la posibilidad de ver tanto los autos que circulan por la ruta y cruzan el puente a lo lejos, hasta la salida del sol o el movimiento nocturno. "Es no confinarte, y más en ese lugar, con esa vista infernal; no querés tapar la vista nunca", dice Montero.
En La Barra, el matrimonio lleva adelante 3 Mundos, un emprendimiento que reúne el estudio de arquitectura y diseño de ambos, una tienda y el café y restaurante El Tesoro; una trilogía que se complementa. El negocio, que tuvo su origen en Manantiales, comenzó como una tienda de objetos de decoración importados (a menudo de Marruecos) con una impronta étnica, y con el tiempo fue virando hacia la producción local de muebles, diseñados por Sanjurjo y Montero. Cada tanto organizan ciclos de exposiciones, pero no se definen como una galería en el sentido estricto del término: los cuadros, lejos de estar aislados en "espacios inmaculados", se exhiben en la tienda, dialogando con los muebles, las esculturas y los demás objetos de diseño.
Con maderas ya utilizadas que compró Montero en Montevideo, de las que antes se empleaban en las casas para los cielorrasos, se revistieron algunas paredes, entre ellas la del hall de entrada. "Siempre incluyo algo que sería basura, que nadie valora, y lo pongo en valor", dice el arquitecto. Convencido de que el factor casualidad aporta y de que los defectos tienen una belleza intrínseca, no le dio al carpintero ninguna indicación del orden en que debería colocar las tablas a partir de los colores. "No soy para una casa con las esquinas perfectas y paredes de yeso, porque me parece falso, me parece que siempre está escondiendo algo atrás", dice.
Montero adquirió sus primeros dos cuadros del francés David Leroi en un viaje a Miami. Los otros tres los compró cuando el artista, antes de mudarse a San Francisco, se los ofreció directamente. "Me encanta lo que hace", cuenta.
Una mesada de 12 metros de largo recorre uno de los lados de la sala: empieza con la cocina y en el trayecto se transforma en biblioteca y escritorio.
"En un momento nos cansamos de tanto cuadrado y tanta línea recta y empezaron a aparecer los círculos", explica Sanjurjo. "A veces empezás a ver tanto de lo mismo que necesitás una reacción e ir por otro lado".
El rojo predomina accidental y espontáneamente en el dormitorio matrimonial. Los cuadros laterales, pintados por la dueña de casa, Laura Sanjurjo, forman un díptico y dan la nota, mientras que Azucena, una de las hijas del matrimonio, es la autora del perro que termina de vestir la pared blanca de la habitación.
El arte ocupa un lugar protagónico en todos los ambientes. Nada en la decoración de la casa responde a un plan, y cuando llega una pieza nueva, deben reacomodar las existentes para hacerle lugar.
REDUCTO CREATIVO
Cada tanto, Laura Sanjurjo y Diego Montero organizan exposiciones en 3 Mundos, el local dedicado al arte que llevan adelante en La Barra. El espacio reúne el estudio de arquitectura y diseño del matrimonio, una tienda y el café y restaurante El Tesoro. Allí se comercializan muebles y objetos de decoración de diseño y producción local.
Las mesas y la lámpara de madera son diseños de Laura Sanjurjo, las esculturas azules de Diego Montero y las cerámicas de Mónica Packer.
Estas pinturas pertenecen a Gonzalo Papantonakis y son parte de su muestra titulada ANTZ.