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Los pasos del buen caminante

Desde los senderistas hasta los aficionados a vagabundear por la ciudad sin mapa ni reloj, aseguran que caminar los ayuda a aclarar la mente, ordenar las ideas e invocar la inspiración
Editora de Galería

Desde los senderistas hasta los aficionados a vagabundear por la ciudad sin mapa ni reloj, aseguran que caminar los ayuda a aclarar la mente, ordenar las ideas e invocar la inspiración

 

Si alguien se propusiera escribir unas Instrucciones para caminar al estilo Julio Cortázar, se limitaría a describir la técnica mecánica que lleva al ser humano a avanzar físicamente. Primero, flexionar la rodilla derecha (siempre es recomendable, si se es supersticioso, empezar con la derecha). Segundo, extender la pierna y pisar, apoyando en ella el peso del cuerpo. Tercero, hacer lo mismo con la pierna que quedó atrás hasta que el pie izquierdo sobrepase al derecho, que luego se adelantará, también, en una sucesión de movimientos que podría prolongarse hasta el infinito y que definimos como caminar.

Se sabe que la especie humana es la única que camina erguida sobre sus dos pies, y lo hace desde hace más de cuatro millones de años. El andar bípedo no solo liberó sus manos, también su cabeza, ahora en alto y disponible para -además de otras funciones instintivas y vitales como divisar otros predadores- la contemplación.

Son ampliamente conocidos los beneficios físicos (en especial cardiovasculares) de caminar regularmente, pero son sus virtudes a nivel mental y anímico las que atraen a gran parte de quienes hacen de la actividad un ritual casi sagrado. Caminar es una actividad originalmente funcional. Cumple con su misión esencial de trasladar el cuerpo de un sitio a otro. Pero una caminata puede también ordenar las ideas e invocar la inspiración.

"Mis pensamientos más fecundos los he tenido mientras caminaba, y jamás he encontrado un pensamiento demasiado pesado que el caminar no pudiera ahuyentar", escribió el filósofo y poeta danés Søren Kierkegaard -nacido en 1813- en una carta que recoge la web de The Walking Institute, una organización escocesa que "Investiga y celebra el ritmo humano".

Las caminatas, según escribe el francés David Le Breton en su libro Elogio del caminar, reducen la inmensidad del mundo a las proporciones del cuerpo y restablece (aunque sea por el tiempo limitado que dure el trayecto) nuestro vínculo con el mundo, restituye la escala de valores que el trajín diario va desfigurando; nos recuerda, una vez a la intemperie, cuán frágiles o fuertes podemos ser. Es "una actividad antropológica por excelencia, ya que moviliza permanentemente la tendencia del hombre por comprender, por encontrar su lugar en el seno del mundo, por interrogarse acerca de aquello que fundamenta su vínculo con los demás".

Las caminatas pueden tener distintas intenciones, búsquedas, y quienes dominan el arte de caminar lo saben bien. "Nosotros decimos ‘caminar', básicamente, pero hay diferentes formas de entender la caminata. En España le dicen andar, marchar, vagabundear", explicó a Galería el antropólogo uruguayo Gustavo Laborde. Cada una tiene su particularidad.

El ritmo humano. "En el curso de mi vida me he encontrado solo con una o dos personas que comprendiesen el arte de caminar, esto es, de andar a pie; que tuvieran el don, por expresarlo así, de deambular", dijo el naturalista y filósofo estadounidense Henry Thoreau en una conferencia que tituló Walking y que impartió en 1851. Para él, caminar era casi una religión que practicaba a diario y por varias horas.

Si se toma en cuenta que el caminar es una característica exclusivamente humana, entonces el saber apreciarla debería ser más universal. "Aprender a caminar es un evento importante en nuestras vidas; es crucial, símbolo de desarrollo y de maduración", explica Laborde. "Algunos antropólogos biológicos sostienen que nosotros maduramos desde la cabeza hacia abajo, lo último que aprendés a dominar son los pies. En antropología biológica se estudia mucho el bipedismo por todos los cambios esqueléticos y musculares que tuvieron que operar para llegar a eso".

Desde que los caballos se volvieron una forma de desplazarse para el humano del paleolítico, cambió el ritmo con que avanzaba. Mucho después, con la aparición del tren y luego de otros transportes como el automóvil y el avión, la velocidad de traslado se multiplicó cambiando por completo la experiencia. "Hay un proverbio árabe que dice que el alma de un humano no puede viajar más rápido que el trote de un camello -dice Laborde. Y a veces lo sentís, sobre todo cuando viajás en avión, que llegás al lugar, al destino, y el alma la vas a recuperar unas horas o un día después, como que viene nadando por el Atlántico todavía cuando tu cuerpo ya llegó a Barcelona". Eso que hoy llamamos jet lag no es otra cosa que el cuerpo reacomodándose a una transición demasiado abrupta para su tiempo.

Claro que es difícil sustituir un tramo en avión por una caminata, pero la decisión de caminar en lugar de subirse al auto es un tipo de manifiesto. "El caminante es quien se toma su tiempo y no deja que el tiempo lo tome a él. Si elige este modo de desplazamiento en perjuicio de los demás, afirma su soberanía sobre el calendario", escribe Le Breton. "Él es el único propietario de sus horas".

Vagabundos. Caminar sin rumbo, de manera errante, es algo que hoy parece reservado a los turistas. Las caminatas tienen que tener una función, ya sea ir de un lugar a otro o hacer ejercicio físico. El tiempo, un lujo de esta era, no está para derrochar. "El vagabundeo, tan poco tolerado en nuestras sociedades como el silencio, se opone así a las poderosas exigencias del rendimiento, de la urgencia y de la disponibilidad absoluta en el trabajo o para los demás", escribe Le Breton, aludiendo, al final de esta cita, a la vida poscelulares.
"No llevar la cuenta del tiempo durante toda una vida (...) es vivir para siempre", escribió el novelista escocés Robert Louis Stevenson en su ensayo Walking Tours, publicado originalmente en 1876. "Uno no se hace una idea, a menos que lo haya vivido, de lo infinitamente largo que es un día de verano, que solo mides en función del hambre y que solo acaba cuando tienes sueño".

Vagabundear es, entonces, casi un anacronismo. El espacio que las veredas han ido cediendo a la calle, el que los automóviles han ido robando al peatón, es una muestra más de esta reorganización de los lugares públicos en favor del vehículo, que se mueve a una velocidad más acorde con la actualidad. Hoy las aceras "son incómodas y algunas absolutamente impracticables, forzándonos a caminar por el asfalto o a practicar el contorsionismo para poder pasar", dice el autor en Elogio del caminar.

"No he viajado a pie más que en mis días hermosos y siempre agradablemente. Pronto los deberes, los negocios, tener que llevar un equipaje, me obligaron a echármelas de caballero y tomar un coche (...) y desde entonces, en lugar placer de andar que antes sentía en mis viajes, solo he sentido el anhelo de llegar pronto", dice Jean Jacques Rousseau en una cita que recoge Elogio del caminar. El filósofo habría escrito mentalmente El Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres mientras caminaba por un bosque.

El verdadero caminante lo hace mirando hacia arriba, nunca al suelo, y en su afán de contemplación es capaz de advertir pequeñas modificaciones del paisaje, incluso en las alturas. Gustavo Laborde es, además de antropólogo, aficionado a las caminatas desde niño, cuando acompañaba a su madre en sus frecuentes paseos por la rambla. Los pies no son solo su medio de transporte favorito, también son el medio por el que encuentra, en algunos momentos cruciales, la paz y nitidez mental. "Te confieso que cuando estoy muy loco, cuando tengo muchos problemas o cosas que resolver, y tengo que pensar, salgo a caminar. Es la forma en que pienso de manera más clara", explica. "También es cierto que voy arreglando todos los problemas que tengo a la ida, y a la vuelta los desarreglo. Ese es el problema". El efecto puede durar, pero por lo general, las caminatas son puro presente.

Sin embargo, esa virtud ordenadora de ideas hace que muchos encuentren en el trayecto la inspiración o la solución a un enredo puntual. Para escribir su tesis, Laborde salía a caminar y cuando volvía, era para escribir lo que ya había elaborado en su cabeza. "Caminar para mí es un asunto mental", asegura.

Caminar es, también, una experiencia multisensorial, en la que el placer visual se suma al cansancio físico creciente que puede verse compensado por una brisa fresca en el rostro, en un entorno sonoro (o silente) bien propio de ese exacto lugar y a ciertos aromas que pueden ser una superposición espontánea de garrapiñada con jazmines en verano, o de pan recién horneado con asfalto húmedo en un día lluvioso.

Senderismo. "Los senderistas (...) son individuos singulares que aceptan pasar horas o días fuera de su automóvil para aventurarse corporalmente en la desnudez del mundo", escribe Le Breton.

En 2014 la uruguaya Rosario Cecilio viajó a Portugal y recaló cuatro días en Santiago de Compostela. En ese breve tiempo se enamoró de la ciudad y de la energía peregrina de los viajeros que terminaban allí su camino. "Faltaba tan poco para la jubilación que me pareció un gran ‘bautismo' para una nueva etapa de la vida", cuenta. Ni bien volvió del viaje empezó a interiorizarse de los pormenores del Camino de Santiago y a planificar su peregrinación. Aunque se dice que el camino empieza cuando se sale de casa, descubrió que son varios los trayectos que terminan en Santiago: está el camino Francés, el del Norte, el Inglés, el Portugués, el Primitivo, el de la Plata, el del Levante y el Mozárabe, entre otros que varían en su origen y su extensión. El más popular es el primero, que suele comenzar en Saint Jean Pied de Port, a los pies de los Pirineos franceses, o en Roncesvalles, en los Pirineos españoles. "Son 775 kilómetros desde Saint Jean hasta Santiago. Este fue el que elegí", recuerda. En ese momento, todo indicaba que viajaría por su cuenta. "Sylvia es una amiga de todos los viajes, pero en este en particular me dijo: ‘Ni loca camino casi 800 kilómetros'. Así que empecé a prepararlo sola".

La decisión de emprender una caminata de este tipo en solitario puede ser dura, pero tiene sus férreos impulsores. "Nunca he pensado tanto, existido y vivido, ni he sido tan yo mismo, si se me permite la frase, como en los viajes que he hecho a pie y solo", decía Rousseau. "Para disfrutarla adecuadamente, a una caminata hay que emprenderla en soledad. Si uno va acompañado, o incluso en pareja, ya es una caminata solo en el nombre; es algo diferente, que se acerca más a un pícnic. A una caminata hay que emprenderla en soledad, porque la libertad es esencial, porque uno debería poder parar y seguir, recorrer un camino u otro, dejándose llevar por sus deseos; y porque uno debe seguir su propio paso", opinaba Stevenson. "Estoy seguro de que si me busco un compañero de paseo, renuncio a cierta intimidad y comunión con la naturaleza", escribía Thoreau.

Aunque la idea de enfrentar sola las posibles adversidades del camino le gustaba a Rosario, a mediados de 2015 Sylvia decidió viajar con ella. "Cuando hay buen entendimiento y se comparten charlas, y silencios, la compañía regala los matices de la visión ajena. Enriquece. Por otra parte, hoy en día el camino Francés es tan popular que por momentos caminás con decenas de personas de todas partes del mundo. Cuando llegás a los albergues se comparte charlas, cenas, impresiones, datos. Todo caminante con el que te cruzás te hace sentir su ‘prójimo'. Siempre una sonrisa y la típica frase: ‘Buen camino'".

Katty, una estadounidense que desde 2015 camina con su pareja cada año (salvo este, por el Covid), le enseñó a Rosario el término camiga, que surgió a partir de un grupo privado de Facebook fundado en Estados Unidos, que busca generar una red para las mujeres que quieran hacer el camino y conectar con otras mujeres para sentirse "acompañadas y seguras". El nombre le hace honor a las amistades que se hacen allí, en esas circunstancias, y a Rosario le encantó. "Hasta el día de hoy estamos en contacto con Sue, una neozelandesa que hizo el camino sola y que quería convertir su experiencia en ejemplo para sus nietos: a toda edad se puede enfrentar desafíos. También seguimos en contacto con Mimi y Momo, dos francesas que en 2016 hicieron una parte del camino y lo terminaron en 2017", cuenta esta caminante.

Los pies y el cansancio. Rosario y Sylvia hicieron el camino completo siguiendo su propia agenda. "La mayoría de las guías te recomiendan 31 etapas, nosotras lo hicimos en 35". Cada día hacían un promedio de 24 kms: un máximo de 28 y un mínimo de 18. "Lecturas, videos, testimonios fueron alimentando cada paso que íbamos a dar: qué tipo de medias usar, cómo elegir el calzado, de qué tamaño la mochila, cuánto peso cargar, qué tipo de albergues, qué ver, cuáles son los paisajes más bonitos, y cómo enfrentar lo que muchos definen como las etapas más áridas: los 180 kilómetros entre Burgos y León", relata Rosario. 

El cansancio físico no hacía mella en la alegría con la que arrancaban el periplo cada día. "Nunca nos pesó el primer paso de cada etapa. Sentíamos una profunda satisfacción de este viaje sobre nuestros pies. Por eso, hay que cuidarlos extremadamente desde el primer día. Nos reíamos por el tiempo que le dedicamos: medias sin costura, vaselina o crema antes de comenzar cada etapa, el calzado elegido con todo detalle para que no chocara la punta contra la bota en las bajadas. Vimos peregrinos con los pies destrozados en la tercera etapa", recuerda.

En este tipo de experiencias lo que se ofrece por completo es el cuerpo, expuesto a las escarpaduras del suelo y a las posibles inclemencias del tiempo. "La desnudez de un recorrido que no precisa de nada más que el propio cuerpo implica la vulnerabilidad del caminante. Las heridas se cuentan por legiones, especialmente en los pies, que son el nervio de la guerra, pues el caminante poco previsor ha aprovechado el viaje para comprarse unos zapatos nuevos poco antes de salir, sin haberlos probado suficientemente más allá de la tienda", escribe Le Breton.

Si salir a correr puede tener implícito un deseo simbólico de huida por parte del corredor, salir a caminar es ejercer, consciente o inconscientemente, la independencia y la libertad. Algunas veces también es un viaje de introspección. O de expiación.

En 2012 Cheryl Strayed publicó Salvaje, un libro de memorias (que tuvo su adaptación al cine con Reese Whitherspoon en el papel protagónico) en el que narra su travesía por el Sendero del Macizo del Pacífico (Pacific Crest Trail). Fueron 94 días y 1.700 kilómetros en los que hizo las paces consigo misma y con su pasado; con las expectativas que su madre había depositado en ella y con el final de su matrimonio. En las primeras páginas, escribe: "No tenía nada que ver con el equipamiento o el calzado o la novelería de hacer el equipaje o la filosofía o una era en particular, ni siquiera con llegar del punto A al punto B. Tenía que ver con cómo me sentía en lo salvaje. Con cómo era caminar kilómetros sin ningún otro motivo que ser testigo de la acumulación de árboles y praderas, montañas y desiertos, arroyos y rocas, ríos y pastizales, amaneceres y atardeceres. La experiencia era poderosa y fundamental. Me pareció que siempre se debió sentir así el ser humano en lo salvaje, y mientras lo salvaje exista siempre se sentirá así".

La esencia de la travesía. Uno de los tramos más desafiantes en el camino de Rosario y Sylvia fue el primero, el que une Saint Jean y Roncesvalles. Son 26 kilómetros y se sube hasta 1.400 metros, por eso decidieron hacerlo en dos etapas. "La primera, de siete kilómetros y medio, llegó hasta Orisson, el único albergue de ese cruce. Enfrentarnos al primer repecho de unos 500 metros fue arduo. Algo así como el test de piernas para lo que íbamos a emprender. Pensé en la similitud con la vida: circunstancias en que cada paso es difícil y debemos detenernos más a menudo, otras en las que el avance es continuado, pero lento, y otras en las que podemos correr. Habíamos visto tantos videos con el cruce de los Pirineos que constantemente recordábamos a Félix, un youtuber en muy buen estado físico que cuando iba subiendo este tramo decía: ‘Vaya rampilla', ‘es dura'. Y ahí estábamos nosotras. El paisaje te da ánimo para seguir avanzando. Por supuesto que por más que habíamos entrenado, nunca lo habíamos hecho en esas condiciones. Al término de ese primer día sentíamos cansancio y dolor muscular, pero en el recuerdo queda solo la alegría de haberlo hecho", cuenta Rosario.

En una época no muy lejana, se consideraba que el caminar hacía aportes valiosos a la formación integral de una persona. Al día de hoy el Movimiento Scout, originado a principios del siglo XX en Inglaterra, sigue organizando caminatas, que se encuentran entre sus pilares a la hora de reafirmar ciertas cualidades en los niños. Prueba de ello es que siguen practicando senderismo con el fin, según la web mexicana historiascout.com.mx, de "promover el desarrollo de la personalidad de sus miembros, la conciencia ciudadana y el bienestar personal". Según Caminata de un scout, un texto que un miembro de la agrupación compartió en la plataforma Scribd, "un scout deberá ser observador, valeroso, y a la vez muy cauteloso".

Estas caminatas son experiencias innegablemente espirituales, haya o no una creencia religiosa involucrada. "Los caminos de Compostela siguen siendo recorridos hoy por miles de peregrinos, no ya como afirmación ostentosa de la fe sino en una búsqueda personal de espiritualidad o en una voluntad de tener un tiempo para uno mismo, de romper con los ritmos y las técnicas del mundo contemporáneo uniéndose simbólicamente a millones de predecesores. Se trata todavía de una promesa, de una voluntad de afirmar la devoción, pero lo más común es que sea una búsqueda de lo sagrado, es decir, de la constitución de una temporalidad y una experiencia íntima, inolvidable por su originalidad y densidad", dice Elogio del caminar.

Para Rosario, por su formación cristiana, fue un tiempo de reflexión "sobre aquel espíritu peregrino, la prédica de Jesús" y sobre su vida. "Desde una acepción más amplia creo que casi todos, en el ejercicio de caminar en medio de la naturaleza, de tener tiempo para contemplar lo que te rodea y a quienes te rodean sin el estrés de cumplir un horario, sin más tarea que avanzar, realizan un camino espiritual". El tener que ir ligera de equipaje fue otro aspecto del camino que valoró esta viajera. "Si bien hay servicios que te llevan la mochila de un albergue al otro, yo quería ir con mi mochila al hombro, entonces tenía que ir con poco peso: llevaba lo puesto y otra muda. No tener que pensar qué me pongo hoy, qué voy a lucir, te marca que no necesitamos tantas cosas como a veces pensamos que necesitamos cuando nos vamos de viaje, o incluso en la vida".

Según Le Breton, caminar hace al caminante congraciarse con el placer de vivir y con los vínculos sociales. "Su dureza ocasional, la vuelta a lo elemental que provoca, hacen que el caminar pueda romper una historia personal dolorosa, abriendo los caminos secundarios del interior del yo".

Una caminata de días, de cientos de kilómetros, puede devolver al caminante transformado. También puede llegar a hacerlo una escapada de un día, sin reloj ni itinerario; un perderse en la ciudad que conocemos tanto, y a la vez tan poco. Dicen los que saben que la clave está en entregarse en cuerpo y alma a la experiencia.


CAMINATA NÓRDICA

En 2008 Carlos Ferreyra empezó a investigar sobre una caminata que llamaban nórdica y que para practicarla hacían falta dos bastones. Se trataba de un ejercicio para todo el cuerpo, eficiente, efectivo, de bajo impacto y aeróbico, que podía practicarse en el césped de un parque, en la arena de la playa o en la rambla. Empezó con su familia y amigos y, ocho años más tarde, cuando pudo hacerse de varios pares de bastones en el exterior, y después de formarse prácticamente de manera autodidacta, informándose a través de Internet, empezó a enseñar la técnica en 2016.

A diferencia del senderismo, en la caminata nórdica los bastones no son simplemente un apoyo, sino que impulsan hacia adelante haciendo trabajar, además de las piernas, el tronco y los brazos. "Tiene muchos beneficios -explica Ferreyra-: hacés más gasto calórico y acelerás el pulso", además de ganar tonicidad.
La caminata nórdica está recomendada para todas las edades, pues tiene varios niveles de dificultad: el nivel salud, el nivel fitness y el de competencia. El nivel lo determina el largo del bastón; cuanto más largo, más exigente el ejercicio. La longitud estándar es dos tercios la altura de la persona.

Ferreyra tiene la representación para Uruguay de la World Original Nordic Walking Federation, fundada por Marko Kantaneva en Finlandia en 1997. Periódicamente dictan cursos (con instancias teóricas y prácticas) de cinco horas de duración, y después los alumnos pasan a formar parte de un grupo de WhatsApp en el que se organizan caminatas al aire libre (en Parque Batlle, el Prado, el Jardín Botánico y Pocitos) y excursiones al interior del país.

Por más información: caminatanordica.com, 099 109 878.