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Sesgo de confirmación

Columnista

De unos meses a esta parte he descubierto los podcast. No se puede decir que sean nuevos, llevan con nosotros desde el 2008, pero experimentaron un auge durante la pandemia. Se trata, como ustedes saben, de una suerte de radio a la carta donde puede uno escuchar conferencias, diálogos, entrevistas o cualquier otro contenido en el momento que uno quiera. Todos los grandes medios de comunicación tienen los suyos, y resulta muy interesante conocer de viva voz qué opinan los analistas de The New York Times, Le Monde, The Economist o la Universidad de Harvard sobre el calentamiento global, la guerra de Ucrania o la inflación. También los hay de historia, de filosofía y de mil temas más. Pero no hace falta ser una institución de renombre, hoy en día cualquiera puede colgar un podcast y pontificar sobre lo que se le ocurra: el terraplanismo, por ejemplo, o las ventajas de beber lejía, o sobre cómo Bill Gates y Warren Buffett conspiran para introducirnos a todos un microchip a través de las vacunas. Los podcast vienen, por tanto, a sumarse al general debate sobre los límites de la libertad de expresión en la redes y la conveniencia o no de poner límite a opiniones que son perniciosas o que, simplemente, van en contra del más elemental sentido común. Tal debate está de especial actualidad desde que Elon Musk compró Twitter con la idea de convertirlo, según sus propias palabras, en “una plaza pública digital en la que cualquiera pueda colgar sus tuits sin censura alguna”. ¿Se debe dar altavoz a no importa qué? ¿Pueden un nazi o un antisemita proclamar libremente sus ideas?, ¿y un racista?, ¿un machista?, ¿un pirómano?, ¿un coprófago?, ¿un antropófago? Personalmente, pienso que el intentar poner coto a todo esto es arar en el mar. En realidad, que la gente diga y/o propugne disparates tampoco nada tiene de novedoso. Desde que el mundo es mundo ha habido gurús y orates defendiendo teorías a cual más loca. El dato nuevo es que esos gurús cuentan ahora con un altavoz extraordinario que les permite llegar a millones de personas. A gente frívola que no piensa lo que hace, a tontos útiles, a aprovechados y ventajistas, también a personas desesperadas que se agarran a un clavo ardiendo. Como hoy en día se considera que todas las opiniones son respetables, ya nadie se toma la molestia de cuestionarse si lo que le están contando tiene sentido, ni trata de averiguar tampoco si hay otros puntos de vista al respecto y sopesarlos antes de tomar una decisión. Porque existe además otro fenómeno a tener en cuenta. El llamado sesgo de confirmación. Se conoce por tal a “la tendencia de buscar, favorecer y recordar las informaciones que confirman las creencias que uno ya tiene”. De este modo, una persona de determinado color político solo lee o escucha noticias de informadores de su cuerda, lo que a su vez hace que esos informadores, para fidelizar a su público, publiquen solo lo que este quiere oír. De todos los inquietantes fenómenos que acabo de enumerar, el sesgo de confirmación me parece el más alarmante. Por la polarización que crea y propiciando la idea de que el que no está conmigo está contra mí. También por la falta de autocrítica que implica. Al informarse a través de un único medio, la gente no contrasta opiniones, no abre la mente a otras ideas, descarta sin ver otros puntos de vista que pueden ser enriquecedores. Por eso yo, que empiezo a estar cansada de estos guetos de opinión en los que acaba uno cayendo sin darse cuenta, he decidido abrir el abanico. Ahora que he descubierto los podcast, me divierte escuchar no solo los que me merecen confianza por su predicamento o rigor. También los más opuestos a mi forma de pensar. Los de Fox News, por ejemplo, o los de los defensores de Putin, o los de los antivacuna, e incluso los de los terraplanistas. Es algo así como visitar un zoo disparatado, y las locuras que dicen a veces me hacen desistir de mi propósito. Pero otras, en cambio, me ayudan a comprender cómo se originan dichos fenómenos y cómo se puede retorcer la realidad hasta que parezca otra. Todo enseña, pienso yo, y no conviene desdeñar ninguna fuente de información. Al fin y al cabo, hasta un reloj averiado da la hora exacta dos veces al día ¿No creen?