Organizador. Diego Pérez fue el uruguayo mejor
ranqueado en la historia del tenis hasta la llegada de Pablo Cuevas, que
alcanzó el puesto 19 en agosto de 2016. Su teléfono no deja de sonar, a su
oficina no deja de acercarse gente y él tiene que atender a todos. Sin embargo,
este rol de gestor es el que mejor le sienta desde que se retiró como
profesional en 1995.
“En ese año el Lawn Tennis me hace una oferta muy interesante para venir
a formar chicos. No lo dudé y volví a vivir en Uruguay. Pero luego de tres años
me di cuenta de que la docencia, que no es para cualquiera, me costaba. Hay que
tener un don o una vocación que no tenía. Ahí surgió la oportunidad de hacer
eventos. Y me metí de cabeza”, señala.
Uruguay Open
En 1997, Diego Pérez inició este rol en un viaje a Porto Alegre, Brasil,
donde se jugaba un torneo Masters. Por ese momento, la Copa Ericsson era un
circuito por etapas en varias sedes de América del Sur en las que Uruguay,
faltaba más, no figuraba. Pérez llegó a la capital gaúcha para conocer
al mandamás de esta multinacional telefónica para el continente. Una vez ahí,
empleó sus mejores dotes —muy conocidas— de tipo canchero y entrador. “Una
noche confraternizamos champagne mediante y al otro día se vino conmigo
a Uruguay a conocer el país”, dice con las risas que suele salpicar sus
anécdotas. El resultado fue que “sugirió” —y una sugerencia de él era una
órden— que Uruguay fuera incluido en ese circuito. Ese fue el germen del
Uruguay Open en el Lawn Tennis, que arrancó como Copa Ericsson en 1998.
“Hicimos cuatro años de Copa Ericsson y luego hubo un intervalo.
Dependíamos demasiado de un sponsor. A los (cuatro) años resurge como la
Copa Petrobras, que duró otros seis años. Ahí jugabas sobre seguro, no había
demasiado riesgo. Pero cuando (Petrobras) se fue me quedé sin saber qué hacer.
Ya había un público, un interés... Y me la jugué yo, pero con el nombre de
Uruguay Open, para que no dependiera de un patrocinante”. Esta denominación
actual data de 2011. “Fue un salto importante, es algo en que te la jugás,
porque tenés que anunciarlo siete u ocho meses antes para que la ATP te ponga
en el calendario. Me la jugué, se fueron incorporando sponsors y se
transformó en un clásico”, cuenta Pérez.
Las grandes figuras internacionales que dominaron el circuito en las
últimas décadas, verdaderas estrellas globales como el español Rafael Nadal, el
serbio Novak Djokovik, el escocés Andy Murray y el ya retirado suizo Roger
Federer, que destrozaron todos los récords habidos y por haber, ayudaron a que
el tenis aumentara su popularidad planetaria, atrayendo público, jugadores y
auspiciantes. Pero a esa popularidad la ayuda tener buenos jugadores locales,
subraya. “Por un momento tuvimos a Pablo Cuevas en excelente nivel, que ganó
este torneo más de una vez (en 2009 y 2017)”, cuenta.
Ese momento no es el actual. Mucho menos es la época en la que Diego y
Marcelo Filipini (que llegó a ser 30 del mundo en agosto de 1990) llevaron a
Uruguay a las puertas del Grupo Mundial de la Copa Davis tras derrotar a
Argentina en 1994. En aquel momento el tenis gozó de una popularidad inédita en
el país, en el que el carisma del hoy organizador del Uruguay Open tuvo mucho
que ver. “Es un tema complejo sacar jugadores uruguayos. Se precisa una masa
importante de jugadores para sacar tipos buenos. No salen 10 buenos de 10
jugadores de tenis. No sé cuántos jugadores hay en Uruguay, es un dato que me
gustaría saber. Acá hoy se destacan Franco Roncadelli (23) y los mellizos
(Joaquín y Federico) Aguiar (17)... En Argentina al mismo tiempo debe haber
300, eso da más chances de que haya 10 buenos”, indica.
En el Uruguay Open hay un predominio histórico de los argentinos: de las
21 ediciones realizadas hasta ahora, en singles los argentinos vencieron
en 12 oportunidades: Guillermo Coria (2000), David Nalbandian (2001) y Juan
Martín del Potro (2005) tuvieron en el Carrasco Lawn Tennis un trampolín a
éxitos futuros. El finalista de la edición 2022, Tomás Etcheverry, hoy está en
el puesto 31 de la ATP; cuando jugó el último Uruguay Open estaba 80. La
fortaleza de este torneo, según lo ha marcado la historia, es el de ser un
trampolín para los profesionales.
Vieja
escuela. “Yo estoy 11 meses al año preparando el Uruguay Open, ¡soy lo que no era
como tenista!”, se ríe. “Bueno, ojo con la mala fama. Yo me rompía el lomo, no
me tomé el deporte para la joda, me hubiera gustado tener más información”,
dice, intentando poner algo de seriedad.
Diego Pérez
es un gran contador de historias. Muchas de ellas, tragedias devenidas comedias
con el tiempo, ya son bien conocidas. Estuvo 10 días internado en el Hospital
Vilardebó por fumar un porro en época de dictadura, y se dedicó a jugar al
frontón con otros internos. No se privaba de fumar ni de beber siendo
profesional. En un torneo en Itaparica, Brasil, llenó un tubo de cerveza para
no acalambrarse; perdió, por supuesto, pero ni se acalambró ni se entristeció
demasiado; se bajaba un plato de capeletis con salsa caruso antes de jugar, lo
que hacía que en algún momento estuviera más preocupado por su estómago que por
el rival; llegó sobre la hora a un partido en Roland Garrós y en bicicleta. No
todo es desparpajo deportivo: en su segundo casamiento, en 2003 y en José
Ignacio, la jueza llegó tarde y todo el mundo estaba un tanto alegrón de más.
Es que para matizar la demora de la funcionaria decidió que el brindis se
adelantara. “Esa es mi manera de ser: no dramatizo las cosas. Ya tuve muchas
pálidas en mi vida: perdí a mi padre a los nueve, a mi madre con 20, me las
debí arreglar solo, y llega un punto en que le pongo el justo valor a las
cosas”, dijo a la revista Domingo de El País en marzo de 2012. Estuvo
casado dos veces, y tuvo un hijo de cada matrimonio; hace tres años y medio que
está en pareja de nuevo.
“Todo el
mundo se ríe con mis cuentos pero ya no los hago más... Me da pena haber sido
tan boludo o no haber tenido la información para no haberme preparado de otra
manera. No me hubiera gustado tener un equipo de 10 tipos conmigo, como tienen
los tenistas ahora, pero sí haber tenido al menos uno que me hubiera
acompañado, que su trabajo hubiera sido hacerme un mejor jugador. Me preparaba
mal, me alimentaba mal, hacía todo lo que no hacen ahora los tenistas”, admite
en una suerte de “arrepentimiento” que las risas no hacen del todo creíble. No
termina de entender el ambiente que rodea hoy al jugador de tenis. Mucha gente
involucrada y mucho celular, resume. “Sin embargo, me hubiera gustado saber qué
comer, cómo hidratarme, trazar distintas estrategias... Yo iba a los partidos y
era: ‘¿contra quién jugás?’, ‘contra Fulano’, ‘¿y cómo le vas a jugar?’, ‘ah,
yo qué sé’. Yo iba y hacía lo mío, no planificaba si iba a la red, si jugaba
desde el fondo. Eso no quiere decir que me entregaba, ¡dejaba hasta la última
gota! Pero no había un plan, una preparación adecuada. ¿Por qué Djokovic sigue
ganando? Porque es una máquina. Ayer (por el domingo 5) ganó el Master
1.000 de París, ¿te pensás que se fue a dar un banquete para celebrar?”.
Esta carencia de planificación explica cómo Pérez —que ganó un solo
torneo ATP en su carrera como singlista, el Burdeos 1985, además de
otros tres de dobles— era capaz de ganarles a ocho top ten en su carrera
(entre ellos al número uno Jim Courier en 1992) y luego perder contra cualquier
triste obrero de la raqueta que vegetara al final del ranking. “De haber
tenido otra ayuda u otros recursos, mi carrera hubiera sido otra”. En toda su
carrera, ganó poco más de un millón de dólares. “Le erré de época. Ahora eso se
gana en un mes”, se ríe.
Uruguay Open
Pero la idolatría por Diego Pérez no conoció antecedentes en el tenis
uruguayo. Tampoco hubo algo parecido después. Para él, eso se debe a su forma
de ser. “Yo soy muy dado. Quizá se me iba la boya... Yo sabía dónde estaban mis
conocidos cuando jugaba, a veces me ponía a hablar con el público. A veces
podía ayudar para distenderme, a veces me desconcentraría, pero siempre
interactuaba con la gente y en la cancha. Eso a la gente le gusta. Si vos solo
vas y jugás bien y estás en la tuya, capaz no llegás tanto. Y cuando salía del
partido también era muy dado con la gente. Eso hizo que la gente se encariñe
más. Quizá los otros jugadores pensaban más en su tenis y si caían simpáticos
no les importaba tanto... y eso es válido también”. En la famosa dupla uruguaya
de los 90, si Filippini era técnicamente superior y había ganado más torneos y
dinero, en el cariño de la gente Diego ganaba por varios cuerpos.
Ese carisma excedía los courts. A pura labia consiguió que la
Ericsson, la misma que patrocinó el germinal Uruguay Open, le ayudara a
solventar otro recordado evento tenístico: el Nation’s Senior Cup, que se
celebró en el entonces Hotel Conrad de Punta del Este entre 1999 y 2001. A ese
evento de veteranos invitaba a algunos colegas y amigos: unos tales Mats
Wilander, Yannick Noah o John McEnroe, todos ellos nombres de enorme peso del
tenis ochentoso, además de amigos suyos
En todo caso, Diego dice que sus compañeros de generación, al menos con
los que ha tenido vínculo, piensan parecido. “Siempre hubo el que no le daba
bola a nadie, pero… seguramente a todos nos hubiera gustado tener otra
preparación, más conocimiento tecnológico de raquetas, pelota, canchas... Hoy
vas a un torneo y están con el teléfono, el iPad, en los tiempos muertos.
Bueno, eso excede al tenis, es lo que pasa en la sociedad. ¿Sabés lo que
hacíamos para divertirnos? Éramos 10 tenistas juntos comiendo, jugábamos a las
cartas en el lobby del hotel, interactuabas. En los autos que ponía el
torneo, si había cuatro lugares éramos cuatro tenistas, no un tenista y sus
colaboradores. Eso ayudaba a hacer vínculos. Eran épocas donde hacíamos mucha
sociabilidad en los vestuarios, los vestuarios eran divertidísimos. Hoy capaz
que el entrenador te manda a hacer cinta, solo. Yo hacía tanta burrada… Una vez
en Roland Garrós habían puesto maquinitas de videojuegos gratis. ¡Me tenían
que sacar de ahí! ¡Me llamaban por los altoparlantes a una cancha y yo salía
corriendo cuando terminaba el juego!”. Hoy, de forma diferente, encara la
organización del Uruguay Open.
—
RECURSOS NECESARIOS PARA SALIR DEL GUETO ELITISTA
¿El tenis
podrá salir alguna vez en Uruguay del gueto elitista en el que muchos lo
ubican? Por un lado, Diego Pérez habla del programa de responsabilidad
empresarial del Uruguay Open llamado Tenis para Todos, que hace que 150 chicos
del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU), de entre 8 y 13
años jueguen todo el año al tenis. “No está pensado para formar tenistas, ojo,
vienen a divertirse y a pasarla bien”, precisa. Ese programa ya lleva 11 años y
se ha vuelto inclusivo, admitiendo a chicos con distintas discapacidades.
Por otro
lado, hay una realidad intrínseca a este deporte. “Sí, lamentablemente está eso
(el elitismo)... En ninguna parte del mundo los clubes de tenis son baratos.
¿Pero qué pasa con el fútbol? ¿Por qué en Uruguay salen jugadores de todos
lados? Porque ves una canchita y un cuadrito en todos lados, competencias de todo
tipo, panaderías o comercios que ayudan a los clubes de baby fútbol. El fútbol
es inigualable, el tenis nunca se podrá comparar, pero algún día sería bueno
que se juntaran recursos, que se pusieran redes en plazas, instructores... se
necesita toda una movida. Es algo complejo, pero el día que esos niños tengan
oportunidad de jugar al tenis se van a reenganchar. Es un embole cuando lo
agarrás de grande. Tenés que ver el entusiasmo de estos 150 niños. Recién
cuando haya una oportunidad de aprender a jugar saldrán tenistas de muchos
lados”.
—
OTRO CHALLENGER EN PUNTA DEL ESTE
Diego Pérez está
organizando un Challenger 75 en Punta del Este para el verano, a disputarse
entre el 22 y el 28 de enero en el Cantegril Country Club. “Fue una sorpresa.
Se bajó un torneo del circuito en esas fechas y me llamaron a mí para que no
quedara un agujero en la ATP”. Para el exraqueta uruguayo, esa es “una señal de
confianza” de la ATP, que lo considera alguien “capaz de organizar un torneo de
calidad en pocos meses”.